La grieta de Trump, un arma de doble filo para su futuro
NUEVA YORK.- La elección legislativa de EE.UU. se vivió como un referéndum sobre Donald Trump . Y produjo un resultado mixto, con los demócratas ganando el control de la Cámara baja y los republicanos reteniendo el Senado. Asimismo, Trump aumentó su influencia en el Partido Republicano, ya que muchos de sus candidatos ganaron, mientras que varios de sus oponentes internos se retiraron, dejando muchos lugares sin candidatos a la reelección (incluido el presidente de la Cámara baja, Paul Ryan).
Pese a haber sido una elección de medio término y a que Trump no estaba en ninguna boleta, el récord de participación electoral que involucró tanto a demócratas como a republicanos se debió a la polarización generada por el presidente. La economía norteamericana crece sostenidamente y el bajo desempleo representa un récord histórico. Si bien los republicanos le pedían que transmitiera este mensaje, Trump eligió apelar al miedo y al enojo para movilizar a sus votantes. Enfatizó un discurso nacionalista que apuntaba a la supuesta amenaza creada por una caravana de inmigrantes centroamericanos que avanza lentamente por el territorio mexicano. La transmisión de un video en el que acusaba a los demócratas de buscar la entrada de criminales de origen extranjero al suelo norteamericano fue el pináculo de esta estrategia.
Como el voto se ha partidizado y son pocos los votantes independientes, la participación electoral (que es voluntaria) es clave para definir elecciones, y Trump ha demostrado gran capacidad para energizar a su base electoral. Pero su discurso incendiario también movilizó a quienes lo rechazan. La consecuencia fue el récord de participación electoral, calculada en 49%, nivel que no se alcanzaba en elecciones de medio término desde los 60, otro período caracterizado por la polarización política resultante de la movilización por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Comparemos con la elección no presidencial de 2014, en la que votó el 36% del electorado.
Gracias a la polarización, los demócratas ganaron el voto popular, obtuvieron 32 diputados y el control de la Cámara baja (aún no termina el conteo para 10 diputaciones). Pero el Senado, que representa estados y no votantes, favoreció a los republicanos. Recordemos que Hillary Clinton ganó el voto popular, pero solo se impuso en 19 estados. Aunque los demócratas obtuvieron más del 55% de los votos para el Senado, los republicanos mantuvieron su control, ganando en Missouri, Dakota del Norte e Indiana (perdieron en Nevada), y probablemente Mississippi, que requiere segunda vuelta. Arizona y Florida (que va a recuento) aún no se han decidido.
Trump había ganado cómodamente Missouri y Dakota del Norte en 2016, dos estados rurales donde fue clave el voto de las senadoras demócratas en contra de la nominación de Bret Kavanaugh para la Corte Suprema. Pese a que ellas habían tratado de enfatizar asuntos locales, las denuncias de abuso sexual que pesaban sobre Kavanaugh y su defensa por parte de Trump nacionalizaron la elección y sellaron su suerte.
El Senado controla las nominaciones de los jueces federales y de la Corte Suprema, en la que Trump ya hizo dos designaciones. Pero también es clave por la geografía electoral de la coalición republicana, ya que el Senado sobrerrepresenta a los estados menos poblados y rurales. Esta coalición está basada en el interior y el sur norteamericanos, las áreas rurales, los pueblos pequeños y los estados menos poblados. Los márgenes electorales republicanos son mayores entre los votantes blancos, los hombres (especialmente los menos educados) y los más viejos. Trump apela a estos votantes que sienten haber perdido su estatus y quieren volver a los valores tradicionales y las jerarquías que estos definían, como refleja su eslogan "Haciendo a América grande nuevamente".
Enfrente se encuentran los demócratas, para quienes crecen los márgenes de victoria entre los votantes negros, latinos, asiáticos, los más jóvenes y las mujeres (y en esta elección esto ocurrió incluso con las mujeres suburbanas con mayor educación e ingreso, que tradicionalmente habían preferido a los republicanos). El Partido Demócrata es también el partido de las zonas económicamente más desarrolladas, de las costas, de las ciudades y, en esta elección, también del voto suburbano. Esta es la geografía más poblada, lo que complica su estrategia electoral pese a que ha ganado en esta elección gobernaciones en seis estados moderados del interior (además de Maine): Nevada, Nuevo México, Illinois, Wisconsin, Michigan y Kansas.
La concentración urbana también favorece a candidatos más progresistas, mientras que en los estados del interior y en los suburbios, los candidatos victoriosos fueron más moderados. En elecciones de medio término esta tensión interna no es tan compleja como en elecciones presidenciales, en que hay que buscar un candidato único con un mensaje unificador. En esta elección, los demócratas encontraron un mensaje al enfatizar el acceso a la salud como tema de campaña frente a los esfuerzos republicanos por desmantelar la expansión del seguro de salud lograda durante la presidencia de Obama. Sin embargo, es más difícil encontrar alguna persona que lleve el partido a la victoria presidencial en 2020, y de los que están en carrera ninguno se perfila aún como dominante o capaz de unificar ambas facciones del Partido Demócrata.
En el proceso de construir una opción sólida para la carrera presidencial, el papel de la mayoría demócrata en la Cámara baja será crucial. Dicha mayoría será un blanco para los ataques de Trump frente al posible inmovilismo que genere el gobierno dividido. Sin embargo, un mensaje positivo que busque temas mayoritarios como el seguro de salud, controles a la venta de armas, infraestructura, como parte de la agenda legislativa, sería una estrategia que permitiría a los demócratas poner en evidencia el choque entre la opinión pública y el Senado republicano. Además de buscar una estrategia propositiva, los demócratas deberán defender la capacidad del fiscal independiente Robert Mueller para terminar la investigación sobre la intervención rusa en las elecciones de 2016, ya que al día siguiente de la elección Trump echó a su ministro de Justicia, con quien estaba enfrentado por este tema. Esta decisión sugiere que lo más probable es que Trump sucumba a la tentación de ahondar la grieta norteamericana.
Con Trump como candidato en 2020, el plebiscito será explícito y el presidente en ejercicio corre con ventaja, especialmente en un contexto económico favorable y con un colegio electoral que beneficia la geografía de la coalición republicana. Para Trump, la polarización no es una estrategia de movilización, sino parte de su instinto político. Genera la adoración de su base, pero también el rechazo entre los otros votantes. La emoción moviliza votantes de ambos lados de la grieta, pero puede ser una estrategia riesgosa para buscar la reelección. Los riesgos de esta estrategia se ponen en evidencia si consideramos que los demócratas ganaron el martes las gobernaciones y senadores de Wisconsin, Pennsylvania y Michigan, los tres estados competitivos que definieron la victoria de Donald Trump en el colegio electoral en 2016.
Politóloga, Columbia University