La grieta como metáfora de la división argentina
En los primeros meses de 2008 el conflicto entre el entonces novel gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y las organizaciones agropecuarias reinstaló una dinámica de confrontación prácticamente abandonada desde el retorno de la democracia en 1983. Hasta allí se vieron prácticas más acordes con un estilo consensual, pudiendo destacarse entre ellas la unidad partidaria frente a la sublevación militar de semana santa en 1987, los acuerdos que hicieron posible la reforma constitucional de 1994, la experiencia cuasi coalicional de Eduardo Duhalde y la conformación de la Mesa de Diálogo auspiciada por la Iglesia Católica en el marco de la crisis social del 2001/2002 solo para mencionar algunos ejemplos, independientemente del juicio de valor que puedan merecer esas iniciativas de "unidad en la diversidad".
El retorno de la confrontación trajo aparejada la emergencia/enunciación de una serie de expresiones tendientes tanto a la descalificación del adversario como a la exacerbación de divisiones (pre) existentes en la sociedad argentina. En este contexto aparecieron términos de dudosa capacidad explicativa, pero de indudable eficacia persuasoria, como la categoría de "destituyente" o la metáfora de "la grieta" para dar cuenta de conflictos y fracturas que parecían (y algunos parecen) existentes desde tiempos inmemoriales de la política de nuestro país.
En su mensaje de asunción del 10 de diciembre de 2019, el presidente Alberto Fernández enunció como propósito de su gestión "terminar con la grieta". El tiempo nos dirá si habrá podido cumplir o no con ese objetivo, mientras tanto podemos indagar sobre las fracturas o divisiones de mayor envergadura política en la Argentina.
Si entendemos grieta como sinónimo de fractura o división, entonces la grieta argentina tiene por lo menos tres ejes o líneas divisorias: productivo (sectores competitivos vs. no competitivos), territorial (centro vs. periferia) e ideológico-cultural (liberalismo-republicano vs. nacional-populismo).
En el terreno productivo, un sector asociado a cadenas de producción internacional generador de divisas encarnado en los sectores agroindustrial y de economía del conocimiento se contrapone a un segmento de baja (o nula) competitividad externa, de escasa inserción en la economía mundial y más consumidor de insumos financiados por las divisas producidas por el sector competitivo, aunque a la vez generador de empleo: tal es el caso del sector industrial desacoplado de la segunda revolución económica, producida ella en parte durante el siglo XX.
En alguna medida, esta "grieta" productiva nos recuerda a aquella que señalara Guillermo O’Donnell allá por los años setenta, entre una coalición agroexportadora frente a otra de sesgo mercado- internista, clave para la comprensión de la crónica inestabilidad política de la Argentina entre 1930 y 1983.
En el ámbito territorial opera una línea divisoria entre una zona central, con anclaje en centros urbanos y patrones de relación clasista y posclasista, y periferias emergentes en zonas rurales con lazos de relación preclasista o estamental, recordando aquella representación del sociólogo Juan Carlos Agulla sobre la coexistencia conflictiva entre una argentina "moderna" y otra de un sello "tradicional".
En el terreno ideológico-cultural, la división entre una tradición liberal-republicana y una de signo nacional-popular representa la existencia de definiciones en conflicto no solo en lo referente al sentido y uso de las reglas de la sucesión política, sino también en relación al modelo de convivencia social deseable y los valores que lo sostienen o fines últimos.
Así, compiten una visión de la democracia como fin con una definición de la democracia como medio; una visión liberal de la sociedad con eje en el individuo/ciudadano frente a una noción comunitaria con centro en las organizaciones; una imagen del mundo exterior como oportunidad frente a una percepción más bien amenazante de ese entorno externo y diferentes visiones sobre la igualdad, de oportunidades en una tradición, de resultados en la otra.
Frente a este paisaje de viejas/nuevas divisiones ¿cómo apelar a la unidad nacional sin la tentación de caer en la unanimidad o en el intento de eliminar a la otra parte de la Argentina? ¿cómo reconstruir el clima de compromiso pre-2008 sin correr el riesgo de la cartelización política?
Los interrogantes sobran, las respuestas parecen escasear.
Politólogo, profesor asociado regular UBA