El Vaticano no sería el Vaticano sin sus intrigas e internas. Y esas confabulaciones y peleas suelen terminar mal.
Todos los papas de los últimos 40 años las sufrieron. Juan Pablo I no tuvo tiempo de experimentarlas; fue encontrado sin vida en su cuarto, en septiembre de 1978, un mes después de haber asumido su pontificado. Las intrigas llegaron después, en la forma de teorías conspirativas sobre su muerte, que fue el resultado –según se comprobó más tarde– de un ataque cardíaco.
Las internas no fueron benignas con su sucesor, Juan Pablo II, y terminaron en un cisma, el primero desde 1870, cuando los viejos católicos abandonaron la Iglesia luego de cuestionar la infalibilidad papal. En 1988, el arzobispo tradicionalista francés Marcel Lefrevre –crítico del concilio Vaticano II y defensor ferviente de la misa en latín– consagró obispos en abierto desafío a Karol Wojtyla, quien no lo había autorizado. Fue entonces excomulgado y creó la Fraternidad San Pío X.
Las disputas fueron bastante más despiadadas con Benedicto XVI. El estallido del escándalo del Vatileaks –la filtración de documentos privados que describían un mundo de corrupción y extorsión y de un lobby gay en la jerarquía eclesiástica– lo desgastó hasta que, agobiado, renunció en 2013, ocho años después de haber asumido.
A Jorge Bergoglio no le faltan internas desde que se convirtió en papa, hace seis años y seis meses. Pasado el asombro global por la elección del primer pontífice latinoamericano, las disidencias comenzaron a surgir. La primera y más abierta fue la dubia a la exhortación apostólica Amoris Laetitia, en la que un grupo de cardenales cuestiona como demasiado flexible su posición sobre los divorciados vueltos a casar.
Ese grupo estuvo encabezado por el cardenal Raymond Burke, el rival más frontal de Francisco. Hoy este religioso norteamericano, que fue desplazado por el Papa de varios puestos importantes de la curia, es la cara más visible y empecinada de un grupo de católicos ultraconservadores que no esconde su rechazo a Bergoglio ni su voluntad de forzarlo a renunciar aunque su empeño parezca improbable.
Tal es la determinación de ese grupo –formado en su mayoría por religiosos, dirigentes y empresarios norteamericanos– que el propio Pontífice habló de un cisma esta semana, cuando volvía de su viaje a África.
"Siempre está la opción cismática en la Iglesia. Es una elección que el Señor deja a la libertad humana. Yo no les tengo miedo a los cismas. Rezo para que no se den, porque está en juego la situación espiritual de tantas personas", dijo el Papa.
Y advirtió, él también desafiante, que es un "honor ser atacado por los norteamericanos" y habló de cómo la ideología se metió en la religión.
Fue una de las primeras veces en las que Bergoglio se manifestó abiertamente sobre la nueva fractura en Iglesia sin descartar esa posibilidad. Si la oposición a los últimos dos papas desembocó en un cisma y en una renuncia ¿cómo terminará entonces la resistencia ultraconservadora a Francisco?
Qué le reprochan a Bergoglio
La Iglesia está hoy tan polarizada y atravesada por la política y la ideología como la mayoría de las naciones de Occidente. El ala ultraortodoxa de Vaticano binario le cuestiona a Francisco su aperturismo y sus ideas económicas; lo llaman el "papa comunista".
Una de las razones de la elección de Bergoglio fue precisamente su postura más flexible y hasta reformista ante los desafíos sociales del siglo XXI. Los cardenales que votaron en el cónclave de marzo de 2013 pensaban que eso ayudaría a la Iglesia a reencontrarse con sus fieles para detener la sangría que vaciaba las iglesias en todo el mundo.
Curiosamente varios de los cardenales clave en su elección eran norteamericanos, como hoy lo son aquellos que pugnan por ver el ocaso de su papado.
Esa última rama está convencida de que el Papa está embarcado en un proceso de destrucción de la fe y de los dogmas con su apertura a los gays y divorciados, su respaldo a los migrantes y pobres, sus críticas al capitalismo, su acercamiento al islam y su condena de la pena de muerte.
Dos temas son hoy los que más reproches despiertan entre los ultraconservadores.
Por un lado, acusan al Papa de llegar mal y tarde al tema de los abusos sexuales por parte de religiosos, que para ellos está casi exclusivamente relacionado a la existencia de homosexuales en las filas de la Iglesia.
Por el otro, creen que es herético siquiera evaluar la posibilidad de ordenar a sacerdotes casados, una alternativa que el Vaticano no descarta del todo ante la imagen de seminarios cada vez más desérticos.
Quiénes son
Los crecientes cuestionamientos a Francisco van más allá de los tradicionalistas norteamericanos; las críticas cruzan fronteras. Sin embargo, es en Estados Unidos donde más se amplifican, ayudadas por organizaciones laicas ultraconservadoras que cuentan con donaciones de empresarios y dirigentes tan millonarios como poderosos.
Burke y Carlo Maria Viganó
Burke, exarzobispo de St. Louis, es la punta de lanza, casi el héroe de esa resistencia. También como ariete de esa batalla está Carlo Maria Viganó, protagonista primero de los Vatileaks, nuncio en Estados Unidos después, y acusador de Bergoglio finalmente. Fue él quien, hace un año, publicó una carta en la que involucraba al Papa en el encubrimiento de los delitos sexuales de otro cardenal norteamericano –clave en su elección– y en la que exigía su renuncia.
Steve Bannon
Como toda resistencia, la oposición a Bergoglio tiene su pata política y esa está encabezada por Steve Bannon, excerebro electoral de Donald Trump, católico tradicionalista y uno de los personajes más decisivos en la ofensiva por crear un movimiento populista global de ultraderecha. Bannon y Burke se conocen desde hace cinco años, pero hace dos meses el cardenal decidió alejarse del gurú político asustado por el tono de sus tácticas.
Los think tanks y los millonarios
Estados Unidos no es el país con la mayor cantidad de católicos en el mundo (Brasil ocupa el primer lugar); tampoco es la nación con mayor cantidad de cardenales electores (cuenta con 11 entre 118); esa posición la retiene Italia.
Pero cuenta con varias organizaciones dispuestas a marcar los destinos de la Iglesia y a ellas no les faltan recursos. Financiados por empresarios, el instituto Napa y el instituto Acton son los abanderados laicos de la ofensiva contra Bergoglio.
El primero, una organización tradicionalista, es la fuente de la crítica moral al Papa y recibió varios cientos de miles de dólares de la familia Koch, que es dueña de refinerías y otras industrias, está entre las más ricas de Estados Unidos y fue una de las mayores donantes de la campaña de Donald Trump.
El segundo instituto es un think tank ultraliberal y de allí proviene el cuestionamiento económico a Bergoglio. Detrás de esa organización está, entre otros, la familia DeVos, dueña de la empresa Amway; Betsy DeVos, nuera del fundador de la firma, es hoy la secretaria de Educación de Estados Unidos.
Ambos institutos organizan muy frecuentemente seminarios con personalidades de la economía, la academia y la política norteamericano en los que Francisco es siempre el gran blanco.
Otra organización poderosa que se fue enemistando gradualmente de Francisco es Legatus, fundada por Thomas Monaghan, el dueño de Domino’s Pizza, y compuesta por un grupo de CEO católicos y fervientes defensores de un Estado casi ausente en la economía.
La contraofensiva de Francisco
Más político que su antecesor directo, Ratzinger, Francisco no tiene ninguna intención de dar su brazo a torcer. Aunque él nunca descarta la posibilidad de renunciar, no da señales de que vaya a hacerlo próximamente ni de que vaya tampoco a modificar su discurso, su gestión del Vaticano o su visión de hacia dónde debe ir la Iglesia.
Consciente también de que el ala ultraconservadora no se va rendir fácilmente, Bergoglio está lentamente construyendo un cuerpo cardenalicio muy en línea con su perfil aperturista. Esta semana anunció 13 cardenales nuevos, todos ellos provenientes de lo que él llama "la periferia". Pone así su mira en el mismo lugar en el que la tiene la resistencia ultraortodoxa: en el próximo cónclave y en su sucesor. La batalla no es solo por el Vaticano sino también por la Iglesia del futuro. Y ninguno de los protagonistas tiene previsto renunciar a ella.