Las dos superpotencias de la inteligencia artificial (IA) –EE.UU. y China– entienden claramente los cambios que puede causar la IA en lo económico, en lo militar, y en consecuencia en lo geopolítico. Solo en el campo civil, la IA –especialmente la generativa, que puede generar nuevos contenidos– alterará el proceso de creación y distribución de la información para generar enormes avances en productividad en materia tecnológica, de salud, servicios financieros, y del sector energético. Esto llevará a profundos cambios en el peso geopolítico de las naciones.
Tanto EE.UU. como China tienen dos atributos fundamentales: el poderío de sus supercomputadoras y una gran reserva de talento dedicado a la IA. Washington tiende a poner el acento en sistemas que son inherentemente generales, que sirven a la mayor cantidad de gente posible en la mayor variedad de maneras. La generalidad es el objetivo de sus compañías de IA. Pero la mayoría de estos sistemas pueden tener un uso dual, civil o militar. Así, como afirman Ian Bremmer y Mustafa Suleyman, los mismos sistemas que manejan autos pueden manejar tanques.
Por su parte, Pekín tiende a querer controlar la IA, integrando sus empresas de IA a la estructura del Estado. Para ambas potencias, el quedar rezagadas implica graves riesgos geopolíticos, lo que determina que ambas dediquen inmensos recursos a la IA, y no estén dispuestas a detenerse, lo que equivaldría a un desarme unilateral. El desarrollo de IA es visto como un juego de “suma cero” por Washington y Pekín. Por ello, EE.UU. restringe la exportación de semiconductores avanzados a China.
Pero la IA no es exclusiva de las dos superpotencias, ya que varias potencias medias en materia de IA procuran sacar ventaja de sus conocimientos para mantenerse competitivos económicamente y relevantes a nivel militar y geopolítico. Ejemplo de ello son naciones con amplio talento como Francia –con apoyo estatal–, Reino Unido –con prestigiosas universidades y especializado capital de riesgo– e India. Como también Canadá y Corea del Sur.
Rusia comprende la importancia de la AI, pero su atraso erosionará su impacto geopolítico. Moscú progresa en lo militar –en la IA en drones autónomos– , pero no ha logrado avances relevantes en el campo civil, que florece en EE.UU. y China. Así, en cuanto a supercomputadoras, Rusia posee solo 7 de las más poderosas del mundo, mientras que EE.UU. tiene 150. Además, sufre limitaciones por la guerra de Ucrania, lo que le impide el acceso a los microchips que EE.UU., Corea del Sur y Taiwán concentran. En cuanto a talento, ha perdido 100.000 técnicos, un 10% de su personal de IA en un año. En ese contexto, Putin contempla incrementar el número de supercomputadoras, incrementar la formación de expertos en IA y aumentar la cooperación con los países de los Brics, incluyendo China e India. Pero parece difícil que pueda alcanzar a las superpotencias.
La mayoría de las naciones no tendrán ni el capital ni el know how para competir en IA, y su acceso a ella puede estar determinado por sus relaciones con poderosos países y empresas. Además, las complejas y restrictivas limitaciones al flujo de tecnología y capital –sea por la guerra en Ucrania o por la creciente rivalidad entre EE.UU. y China– crean barreras a la difusión internacional de la IA. Por ello, crece el temor de que las innovaciones en IA sean desarrolladas e implementadas en formas que magnifiquen los ya existentes desbalances económicos y geopolíticos entre naciones.ß