La garra de Bedel
Silvia Hopenhayn Para LA NACION
ES un libro bello. Palpable, temible. El verde tormentoso de la cubierta auspicia una lectura intensa. Más que una lectura es una visión. Aproximaciones , de Jacques Bedel, comprende la producción del artista 2005-2008, que coincide con la muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes hasta el 1° de febrero. Es un libro que pesa algunos kilos y muchos infinitos.
Dedicada a "Flo, cómplice amada", esta publicación (onerosa, ominosa) propone entradas múltiples a una obra que despunta agujeros negros o la nada contemporánea. Comienza con un texto halagador de Antoine Raymond, editor responsable. Sigue con un tobogán mental del crítico Renato Rita, que rescata una frase de Marianne Moore, al contemplar la obra de Bedel: "Luz es lenguaje". Pero quien más se adentra en la naturaleza de sus cuadros es Ana María Battistozzi, en un largo ensayo que recorre y excede la obra, al permitirse rondar por la historia del arte más reciente para culminar en las texturas de Bedel, esos plásticos transparentes, con trapos y bolsas de residuos, entre otros materiales que el artista consigue enajenar. La definición de siniestro de Freud circunda sus obras: lo extraño inquietante, lo más familiar y amenazante a la vez.
Zambullirse en un cuadro de Bedel es perder el referente y someterse a lo que advenga. Según Battistozzi, impactada por La garra de Dios (de la serie que incluye La sombra de Dios y El borde de Dios y Más allá de la nada ), en su primer contacto con la obra vio que " La garra de Dios emergía, agazapada detrás de la línea levemente inclinada del horizonte cósmico, y hundía su tosco dedo en nuestras certezas. Por un instante imaginé el desgarro infinito que podría producir y la asombrosa herida que abriría. ¿Y más allá qué? Lo monstruoso en su imagen amenazaba con devorarse la belleza?". De allí la morbidez de algunos de estos enormes cuadros que aquí aparecen reducidos en fieles reproducciones. Mórbido en la doble naturaleza de la palabra. La textura, "blando, suave" y su efecto: "que padece una enfermedad o la ocasiona". Esto se relaciona con una última observación de Battistozzi: "Los elementos con que construye su visión de lo natural son los mismos que lo corroen". El cielo y el mar agrietados por una furia calculada que los descompagina, o personajes que se desprenden de un paisaje que los expulsa; texturas que se vuelven sombras que atrasan el cuadro o lo prolongan.
Pero más allá de lo que se puede "ver" en este libro, su gracia está en la reunión de la obra, que incluye una "aproximación biográfica" realizada con amor y rigor por la cómplice amada, Florencia Baranger. Hay un detalle que fortalece la edición: los textos de los críticos que exploran la obra de Bedel están ilustrados por cuadros de distintos artistas de épocas disímiles, que se asimilan a la producción del propio Bedel: Estudio de nubes , de Thomas Cole (1846); Melancolía , de Jacek Malczewski (1890); La pesadilla , de Johann Füssli (1781), y el más influyente en sus efectos, El sueño de la razón produce monstruos , de Francisco Goya (1796). Es un libro bello de la belleza devorada.