La función diplomática
Por Juan Carlos Kreckler Para La Nación
LA función de la diplomacia, como instrumento de la política grande de los Estados, se basa en la comprensión de que los gobiernos pasan y las naciones quedan. De allí el arte de mantener vivas las relaciones profundas entre las sociedades, más allá de los avatares políticos e ideológicos por los que puedan atravesar las cúpulas oficiales de los países.
Los vínculos entre las naciones transcienden las preferencias ideológicas. (¿Cómo explicar, de lo contrario, las relaciones entre Estados amantes de la democracia y Estados liderados por organizaciones totalitarias, entre países ordenados alrededor de los principios de libertad y tolerancia y naciones conducidas por torvos liderazgos fundamentalistas?) Esos puentes diplomáticos se mantienen en virtud de los intereses de las naciones y en razón de valores superiores, como la búsqueda de la paz y el orden mundial.
Hasta hace pocas semanas tuve la honrosa tarea de representar a la Argentina durante casi dos años en Austria (en rigor, mi jurisdicción era más amplia e incluía a Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina). Fue un tiempo en que la política interna austríaca se tornó fluida y de a ratos turbulenta, debido al crecimiento en la consideración de la sociedad del partido orientado por Joerg Haider, una corriente populista de rasgos semejantes a otras que se han venido manifestando en varios países de la Unión Europea, con arrestos chauvinistas y una desconfianza activa por el avance de la inmigración, sazonada con algunos raptos nostálgicos y aislados de la época del Anschluss . Que el partido de Haider consiguiera la segunda mayor porción del electorado y lograra deshacer la tradicional alianza entre conservadores y socialdemócratas, arrastrando hacia sí a los primeros en una nueva coalición de gobierno, agudizaría las tensiones internas y provocaría la reacción de la Unión Europea, materializada en una política de sanciones que ahora acaban de ser levantadas.
Finalidades permanentes
Desde la perspectiva del mejor interés argentino, la valoración de esa coyuntura política, determinada por los cambios (siempre temporarios) del talante público expresados en democracia no debía eclipsar las finalidades permanentes de la tarea diplomática: perfeccionar los vínculos entre la sociedad austríaca y la nuestra y promover la relación en campos tan amplios como el comercio, la cultura, el deporte, la ciencia, así como el mejor conocimiento de nuestra realidad por parte tanto de los segmentos más amplios como de los más influyentes de Austria.
En medio de esa fluida situación política, el año 1999 exhibió un aumento de las exportaciones argentinas a Austria del orden del 30 por ciento, y en esos mismos tiempos se consolidó la difusión de productos argentinos de calidad, particularmente de los vinos finos, la carne, el pescado congelado, las verduras y los jugos de fruta, que incrementaron notablemente su presencia en los comercios austríacos.
Los principales restaurantes vieneses realizaron sucesivas semanas del tango argentino, coronadas con una velada especial en el Palacio Kinsky. La presencia de celebridades de nuestro país, como Mercedes Sosa, Lalo Schiffrin o Gabriela Sabatini, fue de excepcional importancia para realizar una tarea de difusión que, sin embargo, no se agotó en esos rutilantes niveles, sino que incluyó el apoyo y la presencia de artistas plásticos, grupos musicales, becarios, deportistas y la organización de actividades como el exitoso seminario sobre posibilidades de inversión en la Argentina, realizado en la Cámara de Economía de Austria ( Österreichische Wirtschaftskammer ) con la participación de un numeroso y representativo grupo de empresarios locales.
Si cito estos hechos, lo hago para subrayar la idea de que los valores e intereses permanentes de la Nación de los que se ocupa la diplomacia pueden desarrollarse incluso en coyunturas políticas controversiales. La realización de esas tareas en tales circunstancias no alcanzó para preservarme de ataques. Hubo desde agravios imperdonables, como el de imputarme nada menos que simpatías neonazis, hasta menoscabo profesional. Con la finalidad de calumniarme llegó a filtrarse un cable secreto a la prensa sensacionalista, delito que actualmente es investigado por la Justicia.
Afortunadamente, esos hechos no llegaron a traducirse en una herida permanente a las relaciones entre ambas sociedades: pronto un nuevo embajador (un veterano de la carrera diplomática, que tuvo responsabilidades en momentos cruciales) estará presentando credenciales en Viena ante el gobierno austríaco, seguramente el mismo del que yo me despedí, ya que no se vislumbran cambios sustanciales en la situación política. Con otros actores, la lógica de la diplomacia volverá a cumplirse: dos sociedades seguirán relacionadas más allá de las circunstancias efímeras de los gobiernos.
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