La foto en Olivos: si hay visitas, que no se note
¿Fuego amigo? En la Casa Rosada sospechan que el Instituto Patria difundió la imagen; el origen de la suposición es el creciente malestar de la vicepresidenta
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En la Casa Rosada dicen que es solo un rumor sin fundamento, aunque el tema haya empezado a aparecer en algunas publicaciones online hace algunos días, no bien explotó el escándalo de las visitas a Olivos en medio de la cuarentena. La versión dice que, como consecuencia de la difusión de las listas y las fotos, al jefe de la Casa Militar, el coronel mayor Alejandro Guglielmi, le quedan pocos días en el cargo, y que incluso alguien deslizó ya el nombre del reemplazante, el del teniente coronel Agustín Rodríguez.
La realidad es que hasta ahora a Guglielmi no le llegó un solo reproche. Aun si se trata de una operación, su sola existencia y los protagonistas que incluye permiten detectar desde dónde partió. La Casa Militar depende de la Secretaría General de la Presidencia, que conduce Julio Vitobello, un funcionario muy cercano a Alberto Fernández. Y Rodríguez, hoy gerente de Seguridad de Casa de Moneda, encabezó la Casa Militar durante el último gobierno de Cristina Kirchner y tiene con ella una buena relación desde bastante antes, durante sus días de destino en Santa Cruz. Por eso en la Casa Rosada sospechan del Instituto Patria.
¿Fuego amigo? El origen de la suposición es el creciente malestar de la vicepresidenta. No bien se conocieron las fotos del cumpleaños de la primera dama, reveladas entre el miércoles y anteayer por Eduardo Feinmann y Guadalupe Vázquez en LN+, la líder del Frente de Todos instruyó a un enviado para que dejara sentada su opinión: Alberto Fernández y Fabiola Yáñez debían pedir disculpas públicamente. El malhumor de la jefa da siempre rienda suelta a que el resto se explaye. Y el Presidente se convierte entonces en un blanco fácil. “Ojalá que sea una foto trucha y no sea lo que no corresponda”, dijo esa noche el ministro Sergio Berni en Intratables al ser consultado, y agregó: “no sé si le hace daño electoral: es una cuestión que tiene que ver con la credibilidad de aquel que dice una cosa y se debe cumplir. No son reservadas las diferencias que tengo con el Presidente, no solo de fondo, sino de formas. Tengo diferencias de visión estratégica”.
En el kirchnerismo suponen que las repercusiones del caso terminarán en algún momento, pero que se llevarán gran parte de los próximos días de la campaña. Justo cuando la noticia eran las peleas de la oposición y, mejor, se empezaban a dejar atrás los reproches por el plan de vacunación. Nadie duda, ni siquiera los propios integrantes de la coalición oficialista, de que la dirigencia política se ha movido durante las restricciones más largas del mundo con cierto sesgo de privilegio. Es algo históricamente incorporado al ejercicio de la gestión. Lo que los críticos de Alberto Fernández no pueden entender es cómo el Presidente no cuidó que esos encuentros no se dieran a conocer. ¿Puede un jefe de Estado participar de un festejo que él mismo prohíbe de manera enérgica? Si así lo hiciera, ¿no sería lógico exigir que no se sacaran fotos? Y si aun eso fuera inevitable, ¿sería mucho pedir que no apareciera él mismo sonriendo? En La Cámpora le endilgan torpeza desde hace tiempo. Creen que a veces está a una captura de pantalla del escándalo.
Es cierto que otros dirigentes del Frente de Todos se exponen menos. Existen también diferencias de estilo. En las áreas en las que ubicó gente propia, el kirchnerismo renovó todos los puestos; la administración presidencial dejó en cambio a unos cuantos funcionarios de gestiones anteriores. O por falta de recursos humanos o porque en su momento no se consideró necesario el relevo. A Guglielmi, segundo jefe de la Casa Militar durante el gobierno de Macri, se lo dejó en el cargo. Por eso en la Casa Rosada creen estar ante un operativo de desgaste. Por el momento en que empezaron a difundirse las listas de invitados –no bien terminó el cierre de listas– y porque detectaron que, antes que en los medios, los reproches hacia él se publicaban en cuentas fantasma de redes sociales.
Los más benévolos con el Presidente atribuyen todo a que está cansado. Quienes lo tratan con frecuencia dicen que eso se advierte en su aspecto físico. Un empresario que lo visitó hace días agrega que incluso lo que se comenta sobre presuntas y frívolas distracciones de Alberto Fernández no se condice con el modo en que lo vio. “No es el Menem de los 90: está agobiado”, aclara. El propio jefe del Estado dio esta semana algunos indicios. El lunes en Tecnópolis, durante un discurso pensado para el electorado que pretende recuperar, el de los jóvenes. “No tengo dudas, se lo decía a Cristina, de que fueron los dos peores años de mi vida, porque son años de privación”, dijo, antes de aclarar que seguía manteniendo viva su “vocación revolucionaria”. Y al día siguiente, en el CCK, en el anuncio del plan Activar Cultura, delante de artistas a quienes pretende dar una salida a las pérdidas que les ocasionó la cuarentena y que, pese a todo, lo siguen apoyando. “Fue muy feo ser presidente en un contexto como el que me tocó a mí, no se lo deseo a nadie. Me quedan dos años de revancha. En estos dos años vamos a hacer lo que no pudimos hacer hasta aquí”.
Ese estado de ánimo dista enormemente de “La vida que queremos”, el eslogan que el kirchnerismo eligió para su primer spot de campaña. Dejar atrás lo peor de la pandemia debería empezar por algo que hasta el momento no se advierte y que es un repunte económico perceptible en el bolsillo. Un trabajo de la consultora Invecq sobre la base de datos del Indec y el Ministerio de Desarrollo Productivo indica que, a precios constantes, el salario real está ya en un nivel más bajo que en el peor momento de la era Macri, en octubre de 2019. Pero el Gobierno sigue prefiriendo confrontar con aquella administración. Sin resultados propios y positivos al respecto desde entonces, esa estrategia discursiva requeriría a simple vista de cierta sutileza para no desmerecer el año y medio de gestión de Alberto Fernández. No es sencillo: casi un malabar dialéctico. Pero Cristina Kirchner está dispuesta. Y cuando les pide humildad “a los que nos dejaron este muerto”, no solo se está salteando el período completo del actual presidente: parece haberlo descartado mentalmente para cualquier proyecto futuro.
Tal horizonte resulta inimaginable sin inversión. Pero en las empresas perciben que la única perturbación del Gobierno son las elecciones de septiembre y noviembre.
“Es como si nadie quisiera hacerse cargo de lo más complicado”, se quejó a este diario un fabricante nacional. La anhelada vuelta de página tiene las dificultades propias de una epidemia que está lejos de terminar.
A eso apuntaba esta semana la Unión Industrial Argentina cuando planteó la posibilidad de no pagarles el salario a quienes decidan no vacunarse. Hay plantas de la provincia de Buenos Aires que trabajan todavía con hasta un 25% del personal con licencia sanitaria y producen 30% menos que en 2019. Ya se fueron desde entonces casi 20 en todo el país y unas cuantas han decidido achicarse o están en retirada. “No sé si es el momento para que Alberto sea un revolucionario”, sonrió el dueño de un grupo nacional.
Es una ironía. Nadie imagina que Alberto Fernández lo sea. Porque existen al respecto distancias insalvables. Un revolucionario, por ejemplo, tampoco atraería inversiones, pero tal vez sí adherentes mediante la exhibición de arrojo e ideas que no estaría dispuesto a negociar. Las visitas de Olivos exponen de alguna manera lo opuesto: la palabra no vale nada.