La formación de una coalición de intereses corporativos
Extracto del epílogo del libro La economía de Perón (Edhasa), escrito por uno de sus editores
Perón terminó encerrado en las contradicciones de los objetivos que propuso: fomentar una industria para el mercado interno, con barreras de entrada a la importación, apoyándola con créditos subsidiados, con alimentos y mano de obra barata. También con la manipulación del tipo de cambio, a la vez que expandía el consumo, chocó a la larga con un obstáculo inevitable. A medida que tenían éxito sus políticas expansivas de la demanda, la industria crecía y con ella su necesidad de proveerse de insumos que solo estaban disponibles importando (en ningún momento las actividades industriales cubrieron todo el espectro de la elaboración de un producto). Mientras que, en un principio, desde los 30 y durante la guerra pareció exitosa la estrategia que reemplazó con bienes locales los que antes se importaban, en esta nueva etapa, ya sustituidos aquellos, se requerían bienes intermedios que había que importar. La sustitución de importaciones neta se había vuelto negativa. Por otro lado, las condiciones en que surgió la industria, tras el cierre de los flujos de comercio mundial en los años 30 y la guerra, condicionaron que los sectores que se expandieron fueran intensivos en mano de obra. Trabajo que la crisis agraria había desalojado del interior y con una industria que solo contaba con un equipo de capital precario, con tecnologías atrasadas que continuaban gracias a la inventiva de la mano de obra local, pero que requería urgentemente de la renovación de sus maquinarias. Su consecuencia fue que el país tuvo un sector industrial de baja productividad y una declinación notable de la producción agropecuaria sometida a tipos de cambio discriminatorios. Además, si bien hasta los años 30 el esfuerzo de inversión en infraestructura había sido enorme, para fines de la guerra esta requería una renovación.
El país se había descapitalizado y el ahorro, de algún modo forzado de los años del conflicto, se dilapidó en la nacionalización de los ferrocarriles, teléfonos, gas y otras empresas cuyos bienes ya estaban en el país o que se lograron a través de la adquisición de bienes de capital por convenios bilaterales de elevado costo y que carecían de la más adelantada tecnología.
Perón fue el primero en experimentar la contradicción de su propio modelo. Los que lo siguieron, en algunos casos, ensayaron respuestas que trataban de aliviar estas contradicciones, como por ejemplo la estrategia frondizista de promover, con apoyo estatal, las producciones de bienes intermedios. Se trató de una promoción con fuertes privilegios estatales de algunos sectores de bienes (automotores, petroquímica), pero no se modificaron las condiciones institucionales que daban continuidad a un modelo de baja productividad. No solo supuso protección aduanera sino también créditos subsidiados y, fundamentalmente, como el gobierno no podía en el largo plazo controlar precios, la emisión desatada había conducido a un inmanejable proceso inflacionario que desde los 70 alcanzó los tres dígitos y culminó años después con el estallido de dos hiperinflaciones.
La inflación tuvo una consecuencia social perversa. Creó la ilusión de un aumento de poder de compra como si se respondiera a un aumento real del ingreso, pero cuando luego de un tiempo los precios subían, esto se traducía en repetidas frustraciones que afectaron la estabilidad del sistema político.
Salvo períodos de bonanza cuando un cambio tecnológico en el agro resultó en un aumento de la producción, y por ende de las exportaciones (o a un boom de precios de las exportaciones que permitieron un aumento notable de la capacidad importadora, como en la primera década del siglo XXI, que pareció darle una solución al problema), la contradicción inherente al modelo industrial sustitutivo se repitió, de un modo cada vez más grave y complejo. Y esto es así porque lo que fue un diseño formulado a partir de un error de apreciación sobre su evolución futura tuvo, en cambio, un éxito político que perduró a lo largo del tiempo con la formación de una coalición de intereses corporativos que se resistieron a cualquier modificación que implicara la reconversión de esa industria, cuando de su continuidad dependiesen los intereses de un empresariado cuyas ganancias estaban aseguradas por la protección y asociación con el Estado. Operó, también, porque cualquier cambio hubiera tenido un impacto considerable en la mano de obra. Con una estructura institucional diseñada por el peronismo de un sindicato único oficial reconocido se formó al lado de ese empresariado protegido una dirigencia sindical que fue el factor de poder más sólido en la vida política argentina en las últimas siete décadas.
Mientras los partidos políticos cambiaron estructuras y dirigentes, alianzas y asociaciones, la dirigencia sindical fue lo más estable que se conoció a lo largo de los años. No hay dirigente político que emule a uno sindical en su permanencia en el tiempo. Con ello adquirió una tecnología de negociación en su relación con el Estado que le permitió sobrevivir a todos los regímenes, incluyendo a los militares, obteniendo ventajas notables para sus organizaciones y un hecho inédito en el mundo: constituirse como una rama reconocida del movimiento peronista, su autoseguro en el gobierno.