La fascinante experiencia de viajar junto con el Papa
Intimidades de una gira histórica de Francisco, desde la comitiva papal
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PORT MORESBY (Papúa Nueva Guinea).- Estoy acreditada en forma permanente en el Vaticano desde 1999 y no hay nada más fascinante que cubrir los viajes papales. No sólo permiten acercarse físicamente a un Pontífice, sino también conocer lugares remotos del globo terráqueo que uno de otra forma jamás pisaría, como por ejemplo ahora Papúa Nueva Guinea.
Subirse a un vuelo papal no es fácil. Primero hay que hacer un pedido para ser admitido y, por supuesto, también debe pagarse el costo del pasaje y la estadía, muchas veces alto si se trata de viajes largos que incluyen varios tramos, como en este caso. El que estamos haciendo ahora, en efecto, es la “madre de todos los viajes”, la travesía más larga del pontificado de Francisco: doce días, 32.814 kilómetros, 44 horas de vuelo, cuatro países de dos continentes (Asia y Oceanía).
A diferencia de muchos otros jefes de Estado, el Papa no tiene avión presidencial. Pero como el Vaticano está en Italia, desde que los pontífices comenzaron a hacer viajes internacionales (Pablo VI en 1964), la costumbre arraigada es que el Pontífice parta desde Roma con la aerolínea principal italiana (antes Alitalia, ahora ITA Airways). Y suele regresar con la aerolínea del país visitado. En el caso actual, después de haber viajado con ITA Airways desde Roma a Yakarta (Indonesia), desde allí volamos a Port Moresby con la aerolínea Garuda de Indonesia.
En un viaje papal todo está organizado al milímetro por el Vaticano. Meses antes viajan a los lugares visitados grupos de gendarmes vaticanos y demás funcionarios de los viajes papales, que planifican todo: hoteles, desplazamientos, horarios, tanto para el séquito como para los periodistas admitidos al vuelo papal (en este caso, 75 de todo el mundo). El Papa suele quedarse en la nunciatura, es decir, la embajada que la Santa Sede tiene en cada lugar. Como si se tratara de una excursión de colegio hiper planificada, en el vuelo papal cada periodista pasa a tener un número (yo soy el número 50) que es también el de las etiquetas identificativas de bolsos y valija (de mano y para la bodega). Cada periodista, que pasa a ser VAMP (Vatican Accredited Media Personal), recibe, además, un librito -que debe seguirse a rajatabla-, con horarios de desayuno, desplazamientos, participación en pools, etc. Los viajes papales, en este sentido, también son extenuantes. Por cuestiones de seguridad hay que llegar a cada evento al menos tres horas antes que el Papa, lo cual implica despertarse al alba y estar siempre corriendo, a mil, intentando hacer la cobertura, escribir, transmitir, armar y desarmar valijas, poner y sacar distintos chips del teléfono, comer algo, si es posible, hacer el check-in, estar más o menos arreglado. Los “VAMP” somos periodistas VIP. Vamos escoltados por la policía local a las diversas citas, que a veces son restringidas porque no dan los tiempos y los espacios y entonces hay pools. Para compartir la información, fotos, videos, utilizamos un canal de Telegram.
El otro día, en Yakarta, tan rápido tuve que salir de un pool restringido de una reunión de Scholas Occurrentes, que al volver a la sala de prensa del hotel me di cuenta, con horror, que había perdido la computadora. Tuve un momento de pánico, pero, por suerte, al final pude recuperarla.
Cada viaje papal es una aventura distinta, con anécdotas, experiencias e incidentes diferentes.
Tuve por primera vez el privilegio de adentrarme en este mundo único en los últimos años de pontificado de Juan Pablo II. Entonces no había redes sociales, el ritmo de trabajo era menos vertiginoso, pero igual de intenso. Recuerdo que me temblaban las rodillas de la emoción cuando, al regresar de un viaje a Azerbaiyán y Bulgaria, en 2002, los VAMP pudimos ir a saludarlo a la parte delantera del avión. Entonces el histórico vocero, Joaquín Navarro Valls, me presentó al Papa. “Que Dios la bendiga”, me dijo en español Juan Pablo II, a quien pude estrecharle las manos mientras me miraba intensamente con sus ojos celestes entrecerrados. Guardo esa foto en un marco.
En los viajes con el papa Francisco nadie tiene que presentarme. Nos conocemos desde hace 23 años y cuando suele pasar a saludar, uno por uno, a los periodistas, no lo ocultamos. Nos saludamos con un beso (algo que aun asombra a muchos colegas) y el otro día, durante el vuelo Roma-Yakarta, lo sorprendí regalándole un ventilador portátil en vista de las temperaturas tropicales de esta maratón. Se rio mucho con eso.
El jueves pasado, cuando llegó en papamóvil al estadio de Yakarta para una misa y fue aclamado como una estrella de rock, fue el Papa el que me sorprendió a mí: yo estaba detrás de una valla junto a centenares de jóvenes indonesios enloquecidos, e, increíblemente, me vio. Hubo contacto visual, me saludó, poniendo el pulgar para arriba, sonriente, algo que dejó azorados a los que me rodeaban.
Para los VAMP, la cita más esperada es la conferencia de prensa que el papa Francisco suele dar en el vuelo de regreso a Roma. Esta vez, nadie lo duda, una de las preguntas obligadas va a ser ¿irá a la Argentina?