La familia, factor clave para el desarrollo social
Afirma el doctor Abel Albino que los primeros 1000 días de un ser humano determinan el destino del resto de la vida. Y tiene razón. Si a esos 1000 días les agregamos el tiempo de gestación, las marcas de ese período serán complejas de modificar.
Está científicamente probado que el estrés en la vida prenatal deja efectos de muy difícil superación; que si no se cuenta con nutrición, afecto y estímulo, la escolarización será muy ardua; que la carencia de cosas como un cuento o un festejo de cumpleaños agrede a los niños; que la ausencia de diálogo y afecto entre padres e hijos abre la puerta a la droga.
Detrás de todos estos eventos y sus consecuencias, hay una palabra: familia. Y no se trata de una familia en sentido religioso. Se trata, idealmente, de un espacio de afecto en el que sus miembros encuentran los recursos, valores y relaciones que les permiten desarrollarse plenamente. Pero la familia está cambiando aceleradamente. Ante todo, porque ya familia no es matrimonio. El matrimonio, tal como lo conocimos desde hace siglos, está desapareciendo en todo el mundo. En la CABA se divorcia una pareja cada hora y media. Por cada dos que se casan, se separa una. Y esas familias o parejas comienzan débiles cuando son el resultado de un embarazo adolescente, que en nuestro país no para de aumentar y que afecta especialmente a los jóvenes más pobres: el 80% pertenece a los hogares del 20% con menores ingresos y de este 80% de mujeres jóvenes pobres con hijos, el 70% no estudia ni trabaja.
Además del impacto del embarazo adolescente, las otras características dominantes son la fragilidad de los vínculos y la dificultad para planificar la vida. En los EE.UU. más del 40% de las nuevas madres no están casadas y el 60% de los nacimientos de esas madres menores de 30 años no han sido planeados, con una enorme diferencia (4 veces más) entre pobres y no pobres. En nuestro país, el 69% de los embarazos adolescentes no son planeados, con las mismas diferencias entre pobres y no pobres; además, una abrumadora mayoría (73%) se da sin convivencia formal. Esos hijos no planeados llegan entonces, en su mayoría, en un momento en el que la pareja no está consolidada y, por lo tanto, la crisis es altamente probable. En los EE.UU. (no hay cifras para la Argentina), el 50% de las parejas adolescentes no casadas se habrán separado antes de los cinco años y un 30% de esas madres tendrán hijos con un segundo padre y un 20%, con un tercer padre.
Todas estas transformaciones de la estructura familiar tienen al menos dos consecuencias. La primera, sobre la construcción de la vida de esos hijos no planeados. Ante todo, la inestabilidad de sus padres afecta la imagen paterna/materna, que es esencial para su crecimiento. Asimismo, tienen menos posibilidad de estar cotidianamente con sus padres y, en general, son hogares más pobres, por una simple razón: hay un sueldo en lugar de dos. Un chico planeado y querido nace con ventaja. Y esa ventaja se ve claramente al tiempo de completar el ciclo educativo, lograr un buen trabajo y formar su familia.
La segunda implicancia se da en la movilidad social y la equidad. Son tan fuertes las desventajas que sufren estos chicos que un reciente estudio concluyó que ha aparecido en los EE.UU. una nueva clase social, "la de los chicos no deseados de madres jóvenes pobres", cuyo futuro está marcado: no solamente no progresarán, sino que muy probablemente terminarán peor que sus padres.
El 30% de las parejas unidas en la CABA ya lo son bajo la forma de cohabitación. Algunos analistas hablan de un "matrimonio light", con diversas formas de convivencia y mayor inestabilidad de las parejas. Las principales víctimas son las madres y los hijos. En síntesis, el tema de la estabilidad familiar ha dejado de ser una cuestión moral o religiosa, para convertirse en un tema de la máxima importancia social. Con "poca familia" hay pobre desarrollo infantil, limitada educación, vulnerabilidad ante la droga; peligro de repetir la historia paterna. Los jóvenes frágiles son eslabón de reproducción de su propia historia.
Para muchos, la solución fácil es proponer el aborto, un atajo mágico que tiene no sólo costos morales, sino también psicológicos. La solución es compleja, exige una opción preferencial por los pobres y debe provenir de varios ámbitos de la política pública. Ante todo, hay que poner la palabra "familia" como uno de los ejes del pensamiento y de la acción, pensando en la estabilidad y la fuerza de la pareja, más que en dimensiones religiosas que forman parte de la decisión personal. Luego, agregar a las redes de protección social mucha cercanía, consejo y diálogo en las primeras etapas de la vida. El apoyo monetario sirve, pero no alcanza cuando hay soledad o falta información. Se necesita una activa política de salud sexual y reproductiva para que los jóvenes puedan optar con libertad y no sean víctimas del azar. Las licencias por nacimiento y las facilidades para la vivienda también pueden ayudar.
Las cifras de los EE.UU. que hemos comentado indican que el camino es arduo y complejo, pero no por ello podemos dejar que la no-familia se convierta en el principal eslabón de la marginalidad y la inequidad.