La falta de dólares los pone traviesos
A nadie le queda claro cuál es, si existe, el criterio del Gobierno para cada carga: “Aprueban el ingreso de un osito de peluche y le bloquean un tornillo para fabricar una heladera a una metalúrgica”, graficaron en una pyme
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Están tan susceptibles que sospechan de todo. Muchos empresarios han tomado últimamente la costumbre de revisar las listas de importaciones que llegan al país. Quieren saber qué tipo de mercaderías se están autorizando. Varias les llaman la atención. Entre ellas, en estos días, una carga con biblias a 1000 dólares cada una. La paja en el ojo ajeno: están convencidos de que se trata de, como dice el Gobierno, compras especulativas. Por el tipo de mercadería, desde ya, porque los libros no pagan arancel para entrar, pero también por el precio: no serán en todo caso ejemplares para franciscanos. Suspicacias que vuelve a desencadenar un país escaso de divisas justo en meses en los que, por la cosecha y el contexto internacional, debería estar acumulándolas a niveles récord.
El Banco Central registra apenas 1000 millones de dólares de compras netas en el transcurso del año. Bastante menos si se considera lo que ocurrió en los últimos cinco días hábiles y que admiten informalmente en el área económica. Hace un año, para la misma época y con la soja 250 dólares más barata, la cantidad llegaba al triple. El Gobierno está obligado a administrar esta pobreza. Y a que regrese un clásico: cada vez que la Argentina queda expuesta a la discrecionalidad de sus funcionarios en esta materia, aparecen las picardías y las suposiciones. Importaciones que se sobrefacturan, exportaciones por fuera del circuito formal, pedidos de favores. Biblias junto al calefón. A un hombre de negocios acaban de hacerle una oferta ingeniosa: usar su empresa para importar ejemplares de Historia del pueblo judío. Todo muy ecuménico.
No tener dólares para producir es el único riesgo que los fabricantes argentinos no están dispuestos a asumir mientras la economía se siga recuperando. Pero ni siquiera Miguel Ángel Pesce, presidente del Banco Central, está en condiciones de prometerles nada. Al contrario: quienes lo visitan reciben, en general, el consejo de golpear puertas en otros organismos, como la AFIP y el Ministerio de Desarrollo Productivo. Aparecen entonces la creatividad y las alternativas. Y, por lo pronto, la vía judicial: hay, dicen ellos mismos, cuatro juzgados que todos los meses dictan medidas cautelares para autorizar divisas al valor oficial. Son operaciones a las que el interesado les deberá descontar un 3% del monto total de la carga para los abogados, pero que llevan un ritmo de unos 500 millones de dólares mensuales. A nadie le queda claro cuál es, si existe, el criterio del Gobierno para cada carga. “Aprueban el ingreso de un osito de peluche y le bloquean un tornillo para fabricar una heladera a una metalúrgica”, graficaron en una pyme. Hace unos días, de viaje en París, el dueño de un grupo nacional quiso regalarle un reloj a su hija. Costaba 180 dólares. Sacó la tarjeta de crédito argentina para pagar, pero el sistema se la rebotó. Intentó entonces con una segunda y tampoco pudo. Como el vendedor empezaba ya a mirarlo inquieto, tuvo que explicarle que venía de un país con restricciones sobre ciertos rubros. Canceló finalmente la compra con una tercera tarjeta, esta vez de un banco norteamericano, pero desde entonces se pregunta por qué la regulación de Alberto Fernández le frena operaciones como esa y no, en cambio, el pago diario de un hotel bastante más caro como el que lo alojó durante varios días. “Está bien que venga Coldplay, pero lo ideal sería que las automotrices llegaran este año a 380.000 unidades producidas”, protestaron en una cámara extranjera.
No es fácil trabajar así. Marcelo Fernández, presidente de la Confederación General Empresaria de la República Argentina (Cgera), acaba de proponerle a Daniel Scioli la conformación de un esquema para que las propias cámaras fiscalicen que las importaciones se circunscriban solo a lo necesario. “Háganlo”, lo alentó el nuevo ministro. ¿Deberán depender en adelante de la buena fe de los despachantes de Aduana? El establishment valora que en este contexto el reemplazante de Kulfas haya sido Scioli y no un economista. Suponen que viene una etapa de definiciones políticas, no técnicas.
“Daniel es mi hermano”, dijo esta semana delante de una multinacional Alberto Fernández, pero aclaró que todas las decisiones empezarían a tomarse con la coordinación de Guzmán. Dos definiciones incómodas para Massa, que repite en privado que Scioli no aportará soluciones de fondo y que el ministro de Economía debería irse porque carece de “cintura política”. El fondo de estos cuestionamientos está claro: se está ofreciendo él mismo como coordinador. Es al menos lo que interpretan en el Frente Renovador cuando lo escuchan recomendar un giro drástico en el Palacio de Hacienda.
Pero el tenor de las dificultades trasciende cualquier designación. La eterna solución argentina para la restricción externa, la devaluación, expondría al Gobierno a un fogonazo inflacionario. Por eso es probable que en adelante empiecen a percibirse más faltantes de productos. Más sin desembolsos significativos de capital. Según el último informe de la ONU, la inversión extranjera directa fue el año pasado en la Argentina de 6500 millones de dólares, el nivel previo a la pandemia, pero todavía muy lejos de los 11.500 millones de 2015 o 2016.
Un anticlima de negocios perfecto que el Gobierno tampoco parece dispuesto a revertir. La Cámara de Comercio Norteamericana lo terminó de entender este mes, durante el último viaje de Alberto Fernández a la Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, donde intentó, sin éxito, que el Presidente clausurara el CEO Summit of Americas, la pata privada de la reunión. Ausentes López Obrador, que decidió no ir; Bolsonaro, que avisó que llegaría tarde, y Lacalle Pou, con Covid, era una oportunidad inmejorable para el jefe del Estado argentino. Pero a la demora de los primeros días en la respuesta se sumó después el silencio absoluto oficial: doce horas antes del almuerzo nadie de la comitiva les atendía el teléfono a los organizadores. Hubo además que cancelar reuniones que Kulfas había previsto antes de renunciar.
Quienes estuvieron en Los Ángeles dicen que Gustavo Beliz parecía incómodo. Es cierto que hace tiempo que el Departamento de Estado espera poco de la Argentina. Ese estatus de irrelevancia se terminó de consolidar en el viaje en que, horas antes de la invasión rusa a Ucrania, y con los servicios de inteligencia norteamericanos dando por sentada la guerra, Alberto Fernández le ofreció el país a Putin como “la puerta de entrada a América Latina”. Pero hay una reunión con Biden prevista para el mes próximo. ¿Quedará afectada, por ejemplo, con la defensa de Cuba y Venezuela que acaba de hacer el Presidente? En foros diplomáticos demócratas suponen que no. Son más bien los republicanos quienes quisieran mayores exigencias para la relación bilateral. ¿Qué versión de Alberto Fernández tendrá Biden? ¿La del crítico de la Casa Blanca que, como prometió hace un mes en la reunión de la Celac, no está dispuesto a callarse más? Dadas las escasas expectativas sobre la Argentina, en realidad todo importa muy poco. En eso los diplomáticos norteamericanos coinciden con parte del gobierno argentino. No solo Cristina Kirchner da por perdidos tanto el despegue como la elección de 2023. Hasta los amigos de Kulfas han empezado últimamente a sacar pecho: exagerados o no, le atribuyen al exministro haber sobreactuado frente a los camporistas para conseguir lo que hacía tiempo quería: irse. Difícil esperar soluciones en ámbitos en los que se ha perdido hasta la fe. No alcanza ni con un container de biblias al dólar oficial.