Reseña: La luz negra, de María Gainza
La falsificación, en el centro del relato
La luz negra es el tercer libro de la argentina María Gainza. El primero, Textos elegidos, era un compendio de ensayos críticos; páginas en las que se advertía, o confirmaba, lo que los artículos periodísticos de la autora ya sugerían: que su escritura resaltaba chispeante en el horizonte de la prensa cultural. El nervio óptico, el segundo, resultó un texto singular por transitar una delgada línea entre el ensayo y la narrativa, entre la crítica y la autobiografía. La literatura, en ese libro, parece para la autora un material radiactivo, inestable, que manipula con fascinación y cuidado, como descubriendo su potencia y sus efectos. El nervio óptico le abrió a Gainza la puerta de la escena editorial global, con traducción a diez idiomas.
La luz negra es, en cambio, a diferencia de aquellos dos libros, una novela cabal, con códigos y convenciones narrativas ejecutados con solvencia. El comienzo es clásico: en fuga de su vida, la narradora, una crítica de arte, que trabajó para una tasadora por cuyas manos pasaban obras de arte de origen dudoso, se encierra en una habitación de hotel a contar un relato sinuoso en cuyo centro se esconde La Negra, una falsificadora de cuadros porteña.
La luz negra se revela como una apuesta deliberada por lo narrativo; en cada párrafo hay un hallazgo, un detalle preciso, una ocurrencia. Pero más allá de los ropajes ficcionales, en el corazón del texto se esconde agazapada nada más y nada menos que una periodista descarriada tratando de contar una historia, de trazar un perfil: el de un personaje, La Negra, que haya existido o no, resulta digno de fascinación.
La luz negra
Por María Gainza
Anagrama. 142 páginas, $ 385