La explosión del fútbol
Hay algunas pocas expresiones públicas que generan, por un largo y único instante, una suerte de unanimidad. Cuando estas expresiones estallan, desaparecen como por arte de magia todas las demás distinciones y todas las demás diferencias, sean ellas económicas, políticas o sociales. Los argentinos y los latinoamericanos se reencuentran, en estos casos excepcionales, con la unanimidad de las batallas. En este momento único se genera un sentimiento coincidente, instantáneo y universal. En los tiempos modernos, el papel que jugaron las batallas en la unificación del sentimiento colectivo lo cumple, de manera incruenta, el deporte, y particularmente el fútbol. Ya no mueren soldados. En su lugar, se convierten goles.
Como en tantas otras ocasiones deportivas similares, la Copa América nos ha brindado a los latinoamericanos una nueva ocasión para ejercitar esta forma de patriotismo incruento. Al final de cada batalla ya no quedan cadáveres y huérfanos desparramados por el suelo, sino tan sólo evanescentes sentimientos de gloria o de revancha. Después de todo, al escoger el apretón de manos en lugar de la bayoneta hemos progresado justo cuando el precio de una eventual victoria hubiera sido nuclear, esto es, insoportable.
Pareciera ser, en este sentido, que la humanidad va encontrando expresiones a la vez más incruentas y más escabrosas para ventilar sus pasiones destructivas sin que estas pasiones le hagan todo el daño que le podrían hacer. Hacemos como que nos matamos, pero, gracias al deporte, la sangre no llega al río. Y no es que hayamos encontrado esta fórmula de reemplazo después de las sesudas investigaciones de un comité de expertos, sino, al parecer, espontáneamente. Gritamos con fervor, nos decimos a veces cosas horribles, pero, al final, nos damos la mano.
Es como si alguien, desde arriba, nos estuviera cuidando contra nosotros mismos. Alguna vez, quizás, hubimos de desaparecer de la faz de la tierra. Pero por pura casualidad o porque somos una raza protegida -¿por quién?, ¿de quién?- no lo hicimos.
Estas inquietudes arrojan luz sobre el destino humano. Más de una vez pudimos desaparecer, pero no lo hicimos. ¿Llamaremos a esto destino o casualidad? ¿Cuántas veces la así llamada "casualidad" se nos ha cruzado en el camino?
Con otras palabras, ¿somos los seres humanos merecedores de nuestro destino? La trayectoria de la raza humana en cuanto tal ¿puede ser imaginada como un evento unificado? En todo caso, la pregunta es si los pueblos merecen su destino o si cae sobre ellos, impiadosa, la indiferente ley de la casualidad.
En diferentes épocas del pasado, ¿tuvieron los protagonistas la sensación de que se hacían cargo de su destino? Y esta sensación ¿fue una apuesta o una ilusión? ¿En qué hubiera cambiado la historia argentina sin San Martín? ¿Habría habido otra historia a la espera?
La memoria de los pueblos sobre su propio pasado ¿es por otra parte objetiva, imparcial? ¿O está destinada, al contrario, a levantar el ego colectivo? ¿Qué necesitarían pensar los pueblos sobre sí mismos? ¿Tendrían que reconocer sus errores? ¿Podrían reconocerlos para progresar?
Pero es difícil aceptar que el hombre sea, como dijo Sartre, "una chispa entre dos nadas". Si la Argentina tiene un destino, entonces los argentinos también lo tienen. Pero no podría pensarse esta afirmación como la de una vara rígida e inexorable, sino como una mezcla de sucesos quizá desconocidos, pero no por ello inexistentes. Tenemos un destino, aunque no lo conozcamos. Al desconocerlo, ¿no podríamos, aun así influir sobre él? ¿O quedaríamos librados a nuestra propia suerte?
Lo que sí podríamos hacer, desde ahora, es reconocer los pliegues de nuestro destino, palpar sus irregularidades. Como evento colectivo que convoca a multitudes, el fútbol se presta a la unanimidad. Cuando un pueblo entero grita "gol", toma una aguda conciencia de su existencia. Es menos poético, pero innegable. El grito del "gol" está unido irreversiblemente a la multitud que lo proclama más allá de sus diferencias religiosas, políticas o ideológicas. La Argentina "es", por encima de todo, cuando miles de argentinos la invocan al unísono, irrevocablemente. Ésta es, hoy, la proclama futbolística de la argentinidad.
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