La excepción, la regla y la lista de Merkel
La actual política exterior de Berlín: ¿una controvertida expresión de virtuosismo kantiano?
Sería exagerado atribuirle a la filosofía moral de Immanuel Kant el argumento mediante el cual el liderazgo alemán sobre Europa pretende respaldar sus imposiciones a Grecia. Dicha justificación resulta casi ramplona, aunque desprende un vago aroma kantiano: la ley es la ley, todos la conocemos y no podemos admitir excepciones.
Hasta el FMI considera esas imposiciones como una mera pausa hasta el próximo desastre, mientras que los ortodoxos insisten en agudizar la penuria en la última frontera europea antes de Medio Oriente. Los EE. UU., que no sólo miran los números sino también el mapa, se preguntan si conviene seguir jugando con nafta cerca de la mayor hoguera mundial. Otras opiniones sostienen que en realidad Berlín quiere asfixiar a Syriza antes de que en noviembre Podemos dispute el poder en el otro extremo del sur continental porque los desafíos se enfrentan de a uno.
Alemania recalcó en Bruselas que cuando se altera la norma vigente, antes que una simple excepción sin mayores consecuencias, el efecto inevitable es el establecimiento de una nueva y autodestructiva norma. En concreto: si se afloja la cuerda del cuello griego enseguida vendrán Italia, España, Portugal (la lista patibularia podría seguir) a reclamar el mismo derecho y el "favor" a Grecia acabaría volviéndose insostenible, además de ser un privilegio éticamente inaceptable.
Secundan esta conclusión unos sermones bien conocidos. Los griegos, en el fondo, merecen su tragedia porque vivieron por encima de sus posibilidades (quizá ni se enteraron mientras se beneficiaban exportadores y bancos alemanes), alteraron sus cuentas (asesorados por Goldman Sachs), trabajan poco (The Economist publicó una tabla que prueba lo contrario) y evaden impuestos. Una visión distinta recuerda, como lo hizo el filósofo Jürgen Habermas en un artículo reciente, que las impagables deudas de guerra alemanas le fueron condonadas en 1953 con la firma de Grecia. ¿No llegó la hora de aplicar la regla de la reciprocidad y hablar más de política y menos de economía en tono moralista?
Otro episodio del tema de la excepción y la regla, individual pero revelador, sucedió hace algunos días ante las cámaras de la TV alemana durante un programa protagonizado por adolescentes ante la presencia maternal de Angela Merkel. De pronto, la atmósfera se oscureció. Una refugiada palestina tomó la palabra y en perfecto alemán le comentó a la canciller que su sueño era ir a la universidad, pero se volvía imposible porque estaban por expulsar a su familia. Rápida, Merkel improvisó una lección kantiana sobre la situación. Nos encantaría que te quedaras, pero no podemos hacerte ese favor porque hay millones (otros palestinos, africanos) que quieren inmigrar y resulta imposible para nosotros recibirlos. Dicho de otro modo: como no pueden venir todos, vos te tenés que ir. ¿Acaso vamos a salvar a alguien sólo porque nos cae simpática y tiene la fortuna de aparecer en televisión? Una mandataria tiene grandes responsabilidades.
Los hipotéticos africanos permanecían en África luego del edificante discurso de Merkel, pero la chica palestina seguía frente a ella y estalló en llanto. La dama de hierro la consoló y acarició con imaginable torpeza. La imagen se convirtió en un trending topic, forma que adopta la indignación global en la era digital. Si es verdad que las mujeres aportan sentimientos cuando se involucran en la fría política, la escena de la caricia antes de la devolución al campo de refugiados no contribuyó a respaldar esa noción.
Surge la perturbadora sospecha de que los más altos ejemplos de moralidad política en Alemania se encarnan en personalidades marginales. Por mencionar un caso, Oskar Schindler, según cuenta la autobiografía de su viuda, era todo menos un seguidor del kantismo popular difundido en el país. Alcohólico, deudor olvidadizo, adúltero, nazi con carnet, pasó a la historia como el hombre que gastó su fortuna para sobornar a los chacales hitlerianos y así salvar del Holocausto a los judíos que trabajaban esclavizados en su fábrica. Una película de Spielberg lo proyectó a la gloria póstuma en 1993. El semanario Der Spiegel tituló entonces: "El alemán bueno". La lista del extravagante Schindler contiene más de un millar de nombres; la de la virtuosa Merkel, ninguno.
El autor es investigador del Conicet. Su último libro es Formas dominantes (Taurus)