La exasperante, decadente y previsible normalidad de la política argentina
El viejo y resiliente sistema político, protagonista y responsable de la larga y angustiante decadencia argentina, entró en modo electoral por imperio del calendario y hace lo que siempre hizo y se supone que debe hacer: destilar candidaturas para una nueva elección presidencial frente a la cual una importante parte de la sociedad sostiene la esperanza de que las cosas, casi mágicamente, puedan mejorar. A pesar de la bronca, el hartazgo, el cansancio y la desilusión que predominan en la opinión pública y de que no se registre entusiasmo con la oferta existente, el “ancla política” (el desarrollo del proceso electoral) constituye un eje fundamental en la formación de las expectativas.
En efecto, las elecciones de octubre son un hito que ordena el debate económico, político y social. ¿Podrá el gobierno contener la crisis antes de esos comicios? ¿Existen chances de algún evento traumático luego de las PASO en función de su resultado, como ocurrió en 2019? En ese caso… ¿una dura derrota oficialista dispararía optimismo en los mercados frente a la inminencia de un cambio de ciclo o, por el contrario, le quitaría más margen de acción a lo que queda del FDT? ¿Por qué suponer que con el mero impulso del voto popular, sin que medien cambios relevantes en las reglas del juego político e institucional, podrán aparecer personas, grupos o esfuerzos colectivos que logren revertir este proceso de destrucción de valor, proyectos e ilusiones en que se ha convertido la Argentina? ¿Puede esperarse que emerja por sí misma la solución de la médula misma del problema? Sin que hayamos podido (seamos sinceros: ni siquiera intentado) conformar una cultura cívico-democrática en la que abrevar para encontrar los recursos humanos e intelectuales necesarios a los efectos de encarar la monumental gesta civilizadora que implicaría revertir el dilatado ocaso nacional, con los retazos que quedan de aquella gran quimera a la que llegaron millones de almas en busca de un destino de paz y prosperidad, pretendemos una vez más que aparezca una nueva esperanza. Tal vez por eso nos enseñaron de pequeños esa famosa zamba. ¿No es ilógico, sino infantil, encomendarse a un sistema que tuvo hasta ahora prestaciones tan menores, lo cual puede empujar a los disconformes a los extremos políticos para buscar las soluciones a sus problemas, que nunca llegan?
Un creciente número de conciudadanos está perdiendo confianza en el sistema democrático: una minoría sigue apostando por las anquilosadas experiencias autoritario-populistas de “izquierda” (dictaduras son dictaduras) como Cuba, Venezuela, Nicaragua y ahora también Bolivia. Es más, se entusiasman con este Lula III que exaspera a las principales naciones de Occidente por alinearse con China y Rusia. Están, asimismo, los que prefieren relocalizarse y desarrollar sus proyectos de vida en otras latitudes. Duele que sobre todo los más jóvenes prefieran irse resignados por la falta de oportunidades. Tienen el derecho a concretar sus sueños y realizar sus proyectos de vida donde les plazca, pero tendremos una medida de que las cosas mejoran recién cuando comiencen a pegar la vuelta. Otros comparan a la Argentina con una idealizada lectura de los destinos más habituales de relocalización y que, a la sazón, son también atractivos desde la perspectiva turística (España), como hizo Alejandro Lerner en una muy difundida misiva. Sorprende la incredulidad de elegir semejantes parámetros para confrontar nuestra patética realidad. ¿Existe algún otro país de la región, aun los que han hecho las cosas mucho mejor que nosotros, como Uruguay o Chile, que esté cerca de alcanzar los niveles de desarrollo humano de dicha nación europea? Esa notable brecha pone de manifiesto el impresionante efecto positivo que han tenido el ingreso a la OTAN, a la Unión Europea y la adopción del euro en términos de fortaleza institucional, estabilidad económica e infraestructura física (vale la pena recordar el impacto de los Fondos Estructurales y de Cohesión y de los Proyectos de Hermanamiento administrados por Bruselas para implementar un shock de capacidad institucional a los países que se integran a la Unión).
Frente a la inevitable frustración del fracaso sistemático del Estado en brindar los bienes públicos esenciales, especialmente la seguridad, y la naturalización del crimen (des)organizado, otros se exaltan con la experiencia de Nayib Bukele en El Salvador, a pesar de sus excesos, las limitaciones a la prensa y las denuncias de organizaciones defensoras de los derechos humanos. Si algo aprendimos en América Latina en este último siglo es que los regímenes de excepción en los que se acota o se elimina el Estado de Derecho terminan inevitablemente muy mal. El propio Bukele pretende perpetuarse en el poder al margen de las reglas con las que fue electo, que impedían su reelección. Es comprensible que la necesidad de algún tipo de respuesta frente a la negligencia, desidia, connivencia e inacción tanto de las policías como de la Justicia en un contexto de ausencia de voluntad política para priorizar la seguridad ciudadana derive en la búsqueda de atajos que implican un claro retroceso en materia institucional. Pero los valores y principios fundamentales se ponen a prueba en situaciones límite. Y la experiencia comparada indica que las derivas o desplazamientos autoritarios son muy difíciles de refrenar o revertir. Buena parte de la profunda y constante crisis de gobernabilidad que sufre Perú tuvo su origen en el período hegemonizado por Fujimori. El personalismo, el estatismo y los permanentes desvaríos autoritarios de Andrés Manuel López Obrador serían inentendibles sin considerar su vieja y nostálgica pertenencia al PRI.
Ensimismada en la dimensión más anhelada de luchar por el poder, la política argentina retoma la “vieja normalidad” propia de las campañas. El oficialismo, resignado a perder, busca infructuosamente alguna alquimia que evite un resultado catastrófico. Sin liderazgos competitivos, ideas innovadoras, capacidad de respuesta frente a una crisis que no deja de escalar ni demasiado ingenio para generar alguna sorpresa que tuerza su sombrío horizonte, en su acelerado descalabro se convierte en el principal catalizador de una crisis económica que con limitados instrumentos y en un contexto muy desfavorable pretende al mismo tiempo contener. Con Javier Milei tratando de convertirse en “fenómeno mediático-social” para disimular lo acotado y monotemático de sus propuestas y de su equipo de colaboradores, la expectativa está puesta en JxC: sus precandidatos tratan de diferenciarse y consolidar una oferta electoral convincente y con capacidad de “generar gobernabilidad”. Con Macri automarginado, hay cinco en pugna: Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Gerardo Morales y Facundo Manes. Naturalmente, están obligados a enfatizar lo que los diferencia y desplegar estrategias de seducción en función de sus atributos personales, creencias y segmentos que ya pueden considerarse bases electorales más o menos consolidadas. En definitiva, cada uno de los actores políticos y sociales se comporta de acuerdo con su lógica, tratando de satisfacer lo que ellos consideran que son las demandas de la ciudadanía y mejorando su posicionamiento para ser electos. Si la situación económica y de seguridad del país fuera relativamente aceptable, esto no tendría nada de malo. Pero en medio de semejante adversidad, que la política haga lo previsible puede constituir un lujo demasiado caro y un motivo para que una parte de la sociedad profundice su enojo con el sistema. ß