La erosión de la democracia
¿Avanza o retrocede la democracia en el mundo? Hacia el final de la Guerra Fría, la tercera ola democratizadora que en 1974 comenzó en el sur de Europa, para después pasar por América latina y África, se instaló en Europa Oriental. Parecía que no había más dos paradigmas en puja, comunismo y democracia, y que se había llegado, en palabras de Francis Fukuyama, al fin de la historia: la democracia se había quedado sin rivales. Sin embargo, después de varias décadas de consensos políticos, económicos y sociales, se vuelve a plantear esta pregunta, incluso en los ámbitos tradicionales de la academia estadounidense.
En la edición que celebra su aniversario número 25, la revista académica Journal of Democracy se dedicó exclusivamente a este tema. Larry Diamond, profesor de la Universidad de Stanford y un referente de la teoría política norteamericana, argumenta que vivimos una "recesión" de la democracia: en contra del optimismo de Fukuyama, la realidad es que los rivales ideológicos nunca desaparecieron y amenazan nuevamente. Otros opinan distinto. En la misma revista, Steven Levitsky y Lucan Way, en "El mito de la recesión democrática", sostienen que a pesar de la fragilidad de algunas democracias, una mirada global permite ver que este modelo político no sólo se mantuvo estable durante la última década sino que mejoró, comparado con los años noventa. Dicen que las percepciones de una recesión democrática se deben al "excesivo optimismo" y a las "expectativas no realistas" de muchos estudios posteriores a la Guerra Fría. El vaticinio del fin de la historia es una vara demasiado alta para evaluar a la democracia.
La realidad es que la diferencia de opiniones se debe a una diferencia de definiciones. En su libro La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX, Samuel Huntington identificaba a un país como democrático "en la medida en que sus decisores colectivos más poderosos fueran elegidos a través de elecciones justas? en las cuales los candidatos compitieran libremente por los votos y en el que prácticamente toda la población adulta pudiera votar". Si se toma una definición de este tipo como referencia, hablar de una recesión democrática parece ir en contra de los datos empíricos.
Para Diamond, sin embargo, no alcanza con considerar sólo el aspecto electoral de la democracia. Hay que referirse también a la existencia de un Estado capaz, al imperio de la ley apoyado en una Justicia neutral y efectiva, a administraciones locales competentes y honestas, a instituciones de accountability horizontal, a una sociedad civil pluralista y a una cultura de tolerancia, vigilancia y responsabilidad cívica. Según él, en este sentido más ambicioso del término, hay tres razones por las cuales un consenso sobre la democracia como forma de gobierno sí puede considerarse amenazada: pierden fuerza las democracias centrales, ganan fuerza ciertos Estados autoritarios y cae la libertad en los países pendulares.
La primera amenaza es la debilidad de las democracias centrales y, en particular, la arquitectura del sistema político de Estados Unidos que sufre de problemas que no parecen de fácil resolución. En el último tiempo, el modelo constitucional norteamericano de pesos y contrapesos se convirtió en una máquina de impedir que le quitó al gobierno capacidad de reacción. Según el Pew Research Center, las últimas dos sesiones legislativas bianuales fueron las menos productivas de la historia e incluyeron un "cierre" del gobierno por falta de aprobación presupuestaria, dos peligrosos acercamientos al default soberano. Ni hablar de la crisis económica de 2008 que se originó en territorio norteamericano y fue causada, entre otras cosas, por lazos poco transparentes entre la política y las grandes entidades financieras.
En el plano internacional, Occidente encuentra dificultades para enfrentar los desafíos de grupos terroristas y sanguinarios como Boko Haram y Estado Islámico, o de potencias autoritarias, como atestigua el caso de Ucrania. Así aparece la segunda amenaza: ante la parálisis de las democracias algunos exponentes del autoritarismo se fortalecen. Es cierto que estos países no terminan de plantear un desafío al orden internacional, pero sí muestran que puede haber un reto económico (China), militar (Rusia) y hasta nuclear (Irán y Corea del Norte) desde países autoritarios de baja calidad democrática.
En medio de este escenario aparece la tercera amenaza: la erosión de la democracia en los lugares donde nunca se consolidó fácilmente. Es el caso de América latina, donde Venezuela, la Argentina, Bolivia y Ecuador pueden servir de ejemplos. Se trata de países con gobiernos surgidos de las urnas pero con un respeto muy variable por los valores republicanos. Guillermo O'Donnell, sin dejar de considerarlos democráticos, los interpretaba como "democracias delegativas" en las que quien gana la elección presidencial está autorizado a gobernar sin demasiados límites.
Por eso, si la entendemos no sólo de manera electoral, el panorama global de la democracia es complejo. Esto, lejos de generar melancolía o resignación, tiene que despertar la voluntad de luchar contra la erosión democrática. El proceso de toma de decisiones que hay que atravesar en los modelos democráticos lleva a cometer menos errores y a aplicar políticas públicas más adecuadas al bien de las mayorías y menos ligadas a los caprichos de la dirigencia. Más aún, en la democracia se expresan algunos de los valores más enaltecedores de lo humano: la libertad, la igualdad y la solidaridad. Eso es lo que parecen sentir los millones de inmigrantes, desplazados y refugiados que arriesgan sus vidas para llegar a tierras democráticas. A nosotros esas ideas nos pueden parecer irrelevantes o abstractas, pero sólo porque estamos demasiado acostumbrados a ellas y no nos imaginamos que se pueden llegar a perder.
En La tercera ola, Huntington se preguntaba si había una tendencia global de largo plazo e irreversible hacia la extensión de la democracia en el mundo o si, por el contrario, se trataba de una forma de gobierno limitada a una minoría de sociedades ricas u occidentales. Es una pregunta que aún no tiene respuesta, pero sirve como motivación para que salgamos de ideas simplistas como las del "fin de la historia" o el "socialismo del siglo XXI" y busquemos maneras activas para fortalecer la democracia. ¿Por qué resignarnos y dejar más y más espacios a formas de gobierno peores?
Director académico de la Fundación Pensar