La era Milei: un baño de alivio que no despeja temores
La llegada de Javier Milei a la presidencia de la Nación ha provocado una sensación de alivio en buena parte de la ciudadanía –incluida una porción de votantes de Sergio Massa– que ansiaba ponerles un punto final a los ciclos kirchneristas. Pero el arribo del líder libertario al poder no despeja inquietudes ni temores por lo inédito de este experimento a cielo abierto que llama la atención de no pocos observadores internacionales y que el propio Milei ha denominado “el primer gobierno liberal libertario de la historia de la humanidad”. No solo asume por primera vez la jefatura del Estado argentino un economista. Nunca antes había llegado a la Casa Rosada alguien que hiciera campaña prometiendo un severo ajuste, al tiempo que jamás un gobierno se animó a proyectar tan profundas transformaciones con tan escaso fuego parlamentario y nulo poder territorial.
¿Tendrá el gobierno de Milei el soporte político suficiente para afrontar la grave situación del país e imponer su anunciada reforma del Estado y el ajuste fiscal que se propone? El hecho de contar apenas con el 15% de los diputados nacionales y con menos de la décima parte de los senadores, con cero gobernadores y apenas tres intendentes en todo el país, habla a las claras de la debilidad política de un presidente como no se vio a lo largo de todo el período democrático iniciado en 1983. Y si se revisa toda la historia argentina, solo podría equipararse con el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, quien en 1916 arribó al poder con 47 diputados radicales sobre un total de 120 y con cuatro senadores sobre 30.
Intentar suplir la debilidad parlamentaria con el apoyo de la opinión pública puede ser una alternativa. Pero como estrategia para asegurarse la gobernabilidad resultaría insuficiente. Para el acto de asunción presidencial de hoy, Milei buscaría darse un baño de popularidad, hablándole a una multitud de fieles desde las escalinatas del Congreso en lugar de pronunciar el tradicional discurso ante los integrantes de la Asamblea Legislativa, donde jurará y recibirá los atributos de mando, Si quisiera transmitir una señal de ratificación de su lucha contra la casta política de esa manera, estaría cometiendo un error, por no decir un gesto de menosprecio hacia quienes necesitará para la sanción de las leyes fundantes de su gestión gubernamental. Rompería, por otra parte, con una tradición de los presidentes surgidos tras la reapertura democrática, de la que hoy se cumplen 40 años.
No menos inquietud genera en los operadores económicos si el diagnóstico de Milei y su objetivo de llevar a cabo un ajuste fiscal de al menos cinco puntos del PBI será consistente con la elección de sus ejecutores, a la luz de que hasta ayer se buscó desesperadamente un secretario de Hacienda que secundase al designado ministro de Economía, Luis Caputo, hasta que se confirmó para ese cargo al experto en temas presupuestarios Carlos Guberman. Se trata nada más y nada menos que del hombre que tendrá a su cargo el manejo de la motosierra. El hecho de que se hubiera pensado en recurrir a algunos de los funcionarios de Massa para cubrir lugares hasta que se consiguiera a los técnicos definitivos no deja de revelar una dosis de improvisación. Fuentes cercanas al presidente electo reconocen que “no es fácil convencer a muchos profesionales de comprometerse con la función pública en medio de los líos que tiene el país”. No obstante, aseguran que el déficit cero será una realidad, con motosierra o con bisturí.
El poder no consiste en la supremacía de una mayoría sobre una minoría, sino en la supremacía de una minoría organizada sobre una mayoría desorganizada
La dimensión del ajuste previsto por el nuevo gobierno surge si se lo compara con el que, en 2001, intentó llevar a la práctica Ricardo López Murphy como efímero ministro de Economía de Fernando de la Rúa. La corrección fiscal planteada en aquellos difíciles momentos en que la convertibilidad y el 1 a 1 agonizaban equivalía a 0,7 puntos del PBI, cerca de una décima parte de lo que se proyecta recortar ahora. A diferencia de aquellos tiempos en que la presión política y social derivó en la rápida eyección de López Murphy, que dio lugar al retorno de Domingo Cavallo al Palacio de Hacienda, hoy el achicamiento de los gastos improductivos del Estado es un reclamo de buena parte del electorado, que quiere terminar con la inflación y que desde 2003 hasta hoy ha visto crecer la planta de empleados públicos de la Nación, las provincias y los municipios de 2,2 millones de personas a 3,9 millones; un aumento siete veces mayor al de la población de toda la Argentina en el mismo período.
La desventaja de Milei es que, a diferencia de cuando Carlos Menem accedió al poder en 1989, quien gozó de casi dos años para probar tres planes económicos –primero con técnicos de Bunge y Born, luego con Antonio Erman González y, finalmente, con Cavallo y la convertibilidad– hoy el margen para el ensayo y error es muchísimo menor. De ahí que Milei se muestre particularmente preocupado por preparar a la sociedad para lo peor y que hable del peligro de una hiperinflación, que conduciría a la pobreza al 95% de los argentinos, si no se desactivan las bombas sembradas por el kirchnerismo ni se efectúan las reformas necesarias.
Tal vez no importe tanto cuánto sepa el nuevo presidente de economía, sino cuánto sepa de política. Por lo pronto, no repetirá el error de Mauricio Macri, en diciembre de 2015, de no plantear con absoluta crudeza la pesada herencia recibida. Del fundador de Pro, Milei recibió otro consejo: que no incurra en la equivocación que aquel cometió al asumir la presidencia, de girarle de entrada dinero a la provincia de Buenos Aires, por entonces a cargo de María Eugenia Vidal, para que se pudieran pagar los aguinaldos. De ahí que el líder de La Libertad Avanza, siguiendo la recomendación de Macri, se esté plantando detrás de una frase que parece haber convertido en bandera: “No hay plata”.
Al mismo tiempo, Milei tiene claro que lo peor que podría pasarle para articular los sólidos acuerdos que requerirá la sanción de leyes sería que se identificara su relación con Macri con la que unió a Alberto Fernández con Cristina Kirchner. Tal vez por eso su designado ministro del Interior, Guillermo Francos, declarara que “Macri no compró acciones de La Libertad Avanza” y venga tendiendo puentes de negociación con más sectores políticos que los que se podía imaginar en un principio, incluido el peronismo.
Milei tiene claro que la ira del león debe ceder paso a la astucia de la zorra y al pragmatismo, aunque sabe que los alquimistas del resentimiento que procurarán una revuelta hacia la cultura del populismo y el pobrismo castigada en las urnas lo estarán esperando.
En su libro El poskirchnerismo, publicado en 2009, Mariano Grondona recuerda que, cuando aún era una incipiente ciudad-Estado, Roma fue a una guerra contra la vecina ciudad de Alba. Para evitar una matanza, ambos gobernantes acordaron que a cada ciudad la representarían tres guerreros, convirtiendo la guerra en una competencia mortal pero limitada. Alba designó en su representación a tres hermanos, los Curiacios, en tanto que Roma hizo lo propio con otros tres hermanos, los Horacios. Tan pronto como se inició el combate, los Curiacios mataron a dos Horacios. El Horacio que quedaba emprendió lo que a sus rivales les pareció una fuga, por lo que los Curiacios comenzaron a perseguirlo, confiados en que le podrían dar muerte fácilmente. Pero, como corrían a velocidad desigual, se fueron distanciando entre ellos. Y cuando advirtió que los Curiacios se habían separado lo suficiente uno del otro, el Horacio que quedaba vivo pegó la vuelta y los enfrentó, matándolos de a uno.
La historia de Horacio da cuenta de que, como sostuvo en su obra La clase política Gaetano Mosca, cientista social y parlamentario italiano fallecido en 1941, el poder no consiste en la supremacía de una mayoría sobre una minoría, sino en la supremacía de una minoría organizada sobre una mayoría desorganizada. ¿Podrá Milei seguir la lección de Horacio?