La era de la telepolítica
Carlos Campolongo Para LA NACION
Los debates televisados entre John F. Kennedy y Richard Nixon, en 1960, revolucionaron las campañas electorales e inauguraron la "videopolítica" actual. El neologismo crítico pertenece al politólogo Giovanni Sartori y describe el maridaje entre la política y la televisión, cuyo prefijo "tele" significa "distancia", aunque en verdad el fenómeno ilusiona al "acercar" al político con el público. Desde entonces se discuten las ventajas y desventajas de una democracia atravesada por la cultura visual contemporánea. Además se evalúan los efectos psicosociales de la política representada en el televisor y ahora también, gracias a las nuevas tecnologías de contacto de las redes sociales, en las computadoras. Hay quienes dicen que las campañas no volverán a ser lo mismo luego del triunfo de Barack Obama en las últimas elecciones de Estados Unidos.
El 26 de septiembre se cumplieron 50 años del primero de los cuatro duelos mediáticos que Kennedy y Nixon sostuvieron por las grandes cadenas de televisión estadounidense y, simultáneamente, por la radiofonía. Ya son leyenda, pero hoy la comunicación política es central en las sociedades contemporáneas. En aquel famoso debate, las televisoras ofrecieron aire gratuito a cambio de que se derogase una resolución que obligaba a otorgar tiempos iguales a todos los candidatos, que en total eran 14. Se anuló la norma y la publicidad paga se convirtió en el gasto más oneroso de una campaña.
Comenzado el siglo XX, la tendencia en Estados Unidos fue (con)fundir la propaganda política con las técnicas del estudio de mercado y las formas publicitarias de artículos de consumo. En 1918, Theodore Roosevelt convocó al publicitario Albert Lasker y desarrolló la primera campaña triunfante con la ayuda de la publicidad. Franklin D. Roosevelt se apoyó en la radio, y Dwight D. Eisenhower, en la televisión. Avisos filmados con público de la calle preguntándole al candidato, pero con la posibilidad de preparar, filmar y editar, a su vez, las respuestas en el spot . No era el temido "directo" de la TV.
Los debates Kennedy-Nixon implantaron la novedad del "vivo y directo" y aquí algo podía ir mal. Aparecieron entonces profesores de actuación o coaching para ensayar respuestas, junto con sociólogos, psicólogos y analistas de mercado. Se instituyó una nueva elite social: los consultores de campaña.
Y hubo que adaptarse a la lógica de los tiempos de los nuevos medios electrónicos, que no toleran el silencio en una entrevista. Las respuestas deben ser rápidas y hay que "hacer goles" enseguida: la inmediatez, sin tiempo para la reflexión propia del pensar. Crear o cambiar percepciones en el corto plazo. Gobernar ya es otro problema.
Los debates convocaron entre 80 y 115 millones de espectadores estadounidenses y superaron el récord de 70 millones por un partido de béisbol. Encuestados, la mayoría de los republicanos dieron el triunfo a Nixon, pero los indecisos, no. Votaron 68 millones de electores y apenas por dos por ciento (112.881votos) se consagró a Kennedy. Es probable que la televisión haya mejorado su performance ; la ventaja inicial de Nixon era de casi dos millones de votos. Se afirma que Kennedy ganó la elección por un "aura" telegénica; vale decir, algo así como su simpatía visual e imagen percibida. Vuelta hacia el antiguo debate filosófico entre apariencia y verdad.
Nixon apareció cansado, ojeroso y barbudo, no quiso maquillarse y la luz blanca no favoreció su textura facial. El traje oscuro de Kennedy recortaba bien su silueta, mientras que el claro de Nixon se empastaba con el telón trasero. Revisando los debates, se observan las posturas corporales sueltas de Kennedy frente a la rigidez de Nixon. Sin embargo, años después éste también llegaría a la presidencia.
Ciertos intelectuales critican irónicamente la "videopolítica" porque prioriza el color de la vestimenta, el maquillaje, la iluminación, los gestos ensayados y los besos finales de la familia por encima de las ideas. La emoción sobre la razón.
Así nacieron los "líderes electrónicos" y se trasladó a algunos políticos esa "idolatría" propia de las estrellas del espectáculo, en los que la gente se proyecta. Desde la ciencia política, la telepolítica parece favorecer más a la democracia plebiscitaria que a la representativa. O a la "política espectáculo", sin que esto sea necesariamente peyorativo: siempre dependerá de la calidad del espectáculo. De algún modo, los "líderes electrónicos" socializan, sean conscientes o no, a los ciudadanos.
Sin duda, aquel viejo debate televisado dio a luz un nuevo tipo de liderazgo que afectó la organización política y estimuló en los candidatos la insaciable búsqueda de las cámaras de la televisión, favoreciendo también la "vedetización" de ciertos políticos muy afectos a la pantalla. En la historia, muchos gobernantes cuidaron su imagen, impulsados por el miedo de perder la confianza de parte del pueblo; una actitud que, in extremis, puede oscilar entre el egocentrismo y la paranoia.
En nuestro país, nunca hubo un debate presidencial como aquel de hace 50 años. Quien va primero en las encuestas prefiere no arriesgarse a un traspié innecesario. Es una postura lejana a una concepción democrática de la política como debate, argumentación y consenso. © LA NACION