La era de la insatisfacción
A veces la vida se parece a la Biblia, o viceversa. Hace poco un pastor evangélico daba una interpretación bastante actual de aquella caída arquetípica que la Biblia relata en el libro del Génesis y que es conocida como “pecado original”.
Él hacía notar que la raíz de aquella falta está muy emparentada con una de las raíces que amargan nuestro atribulado corazón contemporáneo: la insatisfacción con lo que somos y tenemos. Según el relato bíblico, Adán y Eva tenían todo el jardín a disposición, podían comer de todos los frutos, de los que desearan, había en abundancia y variedad… Sin embargo –a instancias de un tercero que oficia de tentador–, quieren comer del que no pueden, de aquello que les falta, del único que se les prohibió. Había bastante para deleitarse… Pero no, ese es el único fruto que faltaba… Había que conseguirlo.
Algo semejante nos ocurre a los humanos con tantas cosas: el que tiene ya su buen teléfono celular… Pero apareció uno que tiene tres cámaras y el doble de memoria… Y entonces, a comprarlo… Y a trabajar más para pagarlo, y ocurre con el coche lo mismo: sirve, está bueno… Pero hay otro que es mejor, tiene tecnología de avanzada… Y hay que comprarlo… Y así. Y lo que pasa con las cosas no pocas veces ocurre con las relaciones humanas: con las parejas… Están bien, pero… “hay un modelo nuevo”... En todo siempre hay también un tercero que oficia de “tentador”: es inmensa la industria para hacer deseable aquello que no nos es necesario.
Otra historia hubiera sido (haciendo una suerte de biblismo posfáctico) si nuestros primeros padres se hubieran rehusado diciéndole al tentador: “¿Para qué queremos comer de ese árbol si tenemos tantos otros? ¡Andá pa’llá bobo!”. Pero no fue así. Ya sabemos el final de la historia: luego vino el “mandarse al frente” el uno al otro (el hombre a la mujer y la mujer a la serpiente), la vergüenza y quedar fuera del gozo (eso representa el paraíso) y penar siempre tras esa insatisfacción que no se sacia con nada.
Según el texto bíblico, los primeros padres se llamaban Adam y Eva. Adam significa “hombres” (en plural) y Eva significa “Vida”. Es decir que esta es la historia de hombres y la vida. Así parece ser la vida de los hombres, este parece ser un distintivo de nuestra vida de hoy y de siempre: la insatisfacción, que surge de la ingratitud, de que nada alcanza… Y así el recipiente nunca derrama porque siempre se quiere abarcar más. Los que quedan fuera del paraíso del bienestar lo saben bien, penando con carros y cartones a cuestas, esperando en la guardia de hospitales públicos atestados, ofreciendo en los trenes mercadería a bajo costo, o penando en trabajos que los explotan... Son los principales damnificados por la insatisfacción insaciable de otros.
Sea como sea, el corazón humano no tiene fondo, son complejos y tortuosos nuestros caminos, pero alguna salida tiene que haber. Siempre la hay. Algunos dicen que esa insatisfacción solo puede ser puesta en su sitio amando. Es el amor (en sus diversas expresiones) el que, paradójicamente, dando llena. Un Maestro de Galilea, hace dos mil años, dijo: “Hay más alegría en dar que en recibir”. Es el amor gratuito –agradecido– el antídoto contra esa insatisfacción que nos acecha desde el origen. Un amor bondadoso, en particular con los más sufridos y necesitados.
Claro, hablar de amor en la vida política y económica suena tan fuera de lugar como hablar de Las cuatro estaciones de Vivaldi en medio de un pogo. Pero no está mal intentarlo. Imagino que quienes no comparten estas creencias pueden pensar, con razón, que es todo un cuento. Puede ser: parece un cuento, pero es muy real.
Jesuita