LA ENTREVISTA / Julio Aurelio "Hay un país en los medios y otro en la calle"
El encuestador que pronosticó con más exactitud el triunfo de la Alianza en la provincia de Buenos Aires atribuye la caída del oficialismo a la pérdida de confianza en el modelo y a la soberbia de la dirigencia política. Sin embargo, sostiene que el peronismo puede recuperarse y que la sensación creada por la prensa es ficticia.
JULIO AURELIO parece una especie de adivino principista. El Gobierno lo contrató para que averiguara quién ganaba las elecciones del domingo último, y él no dudó en darle la peor noticia que el menemismo recibió en los ocho años que lleva en el poder.
Profesor universitario y licenciado en sociología -contra su voluntad, la gente lo llama "encuestador"-, Aurelio es un gurú muy respetado por sus colegas y un descubridor de conductas ocultas. Fue de los poquísimos en advertir, por ejemplo, que muchos de los que juraban votar a Chiche al final lo harían por su archienemiga, Graciela.
¿Un golpe de suerte, el fruto de la experiencia o el resultado de una sólida formación? Sea como fuere, Julio Aurelio (dos hijos sociólogos lo asisten en su estudio) consiguió el domingo pasado agregar un trofeo no deseado a su lista de aciertos.
Desalmidonado, suelto pero reflexivo, analizó cómo siguen los agitados vaivenes de la política argentina.
-¿Hasta qué punto son infalibles las encuestas?
-Si están bien hechas, son altamente confiables. Si están mal hechas, no. Pero el criterio de confiabilidad se apoya en otra cosa: en el estudio sociológico sobre el que se trabaja con esas encuestas. Un buen analista es el que puede formular las diez preguntas correctas para trasladar a la gente, el que formula las hipótesis justas que después la encuesta convalidará. Esa es la clave.
-Parece fácil. ¿Por qué, entonces, muchos encuestadores se equivocan por tanto?
-Porque no son sociólogos, o porque se recibieron en la academia Pitman... La encuestología hizo furor en los últimos años, y en la profesión hay muchos improvisados.
-Su mayor acierto en las elecciones del 26 de octubre tal vez haya sido percibir que en la provincia de Buenos Aires había una intención de voto inconfesable. Decían "voy a votar a Chiche" y en realidad pensaban votar a la Alianza. ¿Cómo lo descubrió?
-Mediante un índice que se denomina NES (Nivel Económico Social). Es una herramienta que permite dividir una sociedad en diez categorías, a partir de los niveles educacional, ocupacional y de ingresos. Es un índice útil y actualizado, porque se ajusta anualmente. Cuando empezamos a trabajar con esas categorías, que al final fueron siete en lugar de diez, vimos que había cosas que no estaban en orden. Al principio fue una sensación, algo que estaba en el aire. Era como la calma que precede a un tornado. Cuando intuimos esto empezamos a cambiar las preguntas. En lugar de preguntar: "¿Usted por quién va a votar?", preguntábamos: "Sabemos que usted valora la obra del gobernador, pero también sabemos que está cabrero...". Cuando planteamos ese cuestionario cualitativo, empezamos a advertir todos los condicionamientos que les impedían decir lo que realmente pensaban: el condicionamiento de clase social, de barrio, de voto anterior...
--¿Como si hubiesen querido seguir siendo peronistas...?
-Sí, pero tenían muchísima bronca. Habían perdido la esperanza y la confianza en esa cosa abstracta que se llama "el modelo", y en sus ejecutores, que antes se llamaron Cavallo, ahora Roque Fernández y siempre, Carlos Menem.
Además, había otra cosa: querían decirle al Gobierno que hubieran preferido seguir tocando ese timbre, pero que ahora ya no les contestaba nadie y que entonces tenían que tocar en la puerta de al lado. Aunque no supieran quién les iba a abrir, porque la gente no come vidrio y ve que esta alianza, como el alfonsinismo en 1983, es muy sui géneris.
-¿Esto quiere decir que ya no hay votos cautivos?
-Quiere decir que cada vez hay menos, y eso es muy bueno. Pero el dato relevante es que la elección del domingo fue la segunda que el peronismo pierde en el Gran Buenos Aires. En 1983 les había pasado lo mismo: votos que tendrían que haber sido propios pasaron a la oposición.
-¿Puede ser que el tradicional voto antiperonista de la Capital se esté irradiando hacia afuera?
-Esa es una explicación literaria, y yo prefiero una explicación sociológica: lo que traspasó el Riachuelo fueron las condiciones que hicieron que el voto fuera antiperonista. A ver si se entiende: aquí se ha producido un cuadro de polarización: en uno de los polos estaba el peronismo solo, y en el otro no estaba la oposición al gobierno, sino la oposición al peronismo. Y las razones de ese antiperonismo son diversas. Al votar, algunos habrán castigado la corrupción. Otros, la falta de seguridad. O les puede haber resurgido el viejo gorilismo... En fin, mil razones.
-¿Cree que esto rompe la previsibilidad en la política argentina?
-No. El fenómeno es otro: la soberbia de la dirigencia política hace que en lugar de ver a la gente como lo que es, la vean como ellos creen que es. Si los dirigentes saben cómo es la gente y entienden qué le pasa, entonces pueden predecir su comportamiento. Lo terrible de la soberbia es que los políticos creen que la gente tiene que actuar a imagen y semejanza de sus ideas, y eso es lo que lleva al error.
Por ejemplo, el peronismo se equivocó al suponer que iba a tener muchos votos en la clase alta: sólo tuvo el veinte por ciento. Es, de alguna manera, otra variante del voto inconfesable. Al establishment le pudo haber ido bien con el menemismo, pero de ahí a votarlo...
-¿Se vota bien en la Argentina? ¿Se vota con la cabeza, con el corazón, con el estómago...?
-En la Argentina se vota bien o mal, igual que en todas partes. Pero la mayoría vota por un influjo superior a sí misma, por el condicionamiento social, que también es un condicionamiento de clase y de intereses.
-¿Cómo se explica que ahora haya ganado en la provincia una figura sin historia política, como es Graciela Fernández Meijide?
-Porque a veces los candidatos cumplen un papel, pero limitado. Son la concreción, la emergencia de algo. En las condiciones en que se votó esta vez, si en lugar de Chiche Duhalde hubieran estado Cafiero o Pierri, hubieran perdido igual. Pero de la misma manera en que Chiche fue el mejor reflejo que la provincia podía ofrecer de lo que estaba haciendo, Fernández Meijide fue el mejor reflejo de lo que la gente buscaba para expresar su bronca. Supo cumplir un papel, supo ser la protagonista adecuada del libreto que había escrito la sociedad y tuvo la capacidad receptiva para expresar el rechazo de la gente.
-Hablando de ese rechazo: esta lectura que hace el Presidente de los resultados de las elecciones, esto de decir "yo no perdí, perdió el partido, perdieron los candidatos...", ¿es una buena lectura?
-Yo diría que es una lectura política, una lectura lógica. No hay que pedirle que actúe como un sociólogo, sino como un político y, como tal, tiene que tener la convicción de que no perdió. Además, ¿quién se anima a reconocer la derrota? Porque hay que ver que los resultados finales no son los que se reflejaban el domingo: la Alianza no ganó en el orden nacional, ni Chiche Duhalde perdió por quince puntos, sino por seis o siete.
-Parecería que la vox dei fue el resultado de boca de urna...
-Que fue tremendamente exagerado. Por eso se le puede permitir al Presidente que diga "yo no perdí", porque también la Alianza ha exagerado el triunfo haciendo suponer que se ha elegido a Fernández Meijide como presidenta vitalicia de la Argentina. Y, fíjese, todo terminó igual o peor que como estaba antes: Fernández Meijide va a ser diputada y antes era senadora, y Chacho Alvarez seguirá siendo diputado como era antes.
-¿Entonces, para qué sirvieron las elecciones?
-Bueno, el peronismo perdió la mayoría absoluta, pero no la ganó la Alianza. Y, además, el peronismo la puede recuperar con comodidad por las alianzas con los partidos provinciales... En síntesis, yo le diría que hay una distancia enorme entre el clima mediático y el clima real: hay un país en los medios y otro país en la calle. Es como cuando usted entra en una facultad y ve que hay cuarenta y cinco fracciones de ultraizquierda que se llaman guevaristas, maoístas, marxistas auténticos, genuinos, originarios y qué sé yo qué más, y después vuelve a la calle y se encuentra con el mundo real. Pero el riesgo es pensar que el país y el mundo son como se los ve desde adentro de la facultad. Bueno, lo que ocurre en algunos medios tampoco ocurre en el país. Y quizás eso es lo que está pasando con la Alianza.
-Desde 1983 para acá ha habido algunos fuegos fatuos en la política argentina. Partidos como la Ucedé, el Modín y el Partido Intransigente crecieron de forma explosiva y después se apagaron igual de rápido. ¿Usted cree que con la Alianza pasará lo mismo?
-Con la Alianza va a pasar un fenómeno parecido al del alfonsinismo. Indudablemente, ha tenido un afán indisimulable de generar una sola situación clara: ganar. Y para esto no reconoció ningún límite. Entonces, por ejemplo, se asociaron con el Partido Renovador de Salta, un partido del Proceso. Sabiendo las cosas que sabemos del Proceso, sabiendo lo que fue la Marina del Proceso. Ahora bien: desde la perspectiva de responsabilidades políticas o cívicas, ¿qué diferencia hay entre Ulloa y Scilingo? Simplemente, el lugar que ocupaban en el organigrama. ¿Y cómo se puede entender que Fernández Meijide o Chacho Alvarez sean socios de Ulloa? Bueno, esas cosas pueden ocurrir circunstancialmente y después se rompen.
-Pero si se separara de Ulloa, la Alianza no tendría que lamentar grandes pérdidas en el caudal de votos, ni de empobrecimiento ideológico, ni de propuestas...
-Por supuesto, por supuesto... Era un ejemplo para explicar que la asociación que fue el alfonsinismo, comparado con la Alianza, era más homogénea que esto. Ahora, ¿cuánto va a durar? Hay instancias muy concretas, que son las presidenciales. En tiempos políticos, falta muy poco para 1999. Y si los radicales, con tanto sentimiento de culpa, han dejado cosas de lado con tal de conformar una opción ganadora, y si el Frepaso hace lo mismo, ¿qué no harán para 1999? Y eso es una opción peligrosa para el país, porque plantea que la discusión política de los próximos dos años puede estar centrada solamente en ganar una elección. Si esto pasa, sería lamentable.
-¿La elección del domingo fue la primera encuesta para el 1999?
-Yo diría que fue la última encuesta que tenemos, pero que vamos a tener muchas más. Esta le está dando muy mal a Menem y al menemismo. Pero deja poco para el análisis: sólo muestra a quién se votó, cómo se votó por sexo y cómo territorialmente, pero no mucho más. Y no alcanza para una explicación sociológica completa. Hay que ver qué va a pasar con las imágenes que la gente tenga desde aquí hasta 1999. Las elecciones del domingo fueron un plebiscito en el que la gente dijo sin ambages que estaba castigando al Gobierno y que lo que quería era ganarle a Menem. Pero fue nada más que un plebiscito, que no permite saber los porqués de la decisión.
-¿Qué se puede predecir sobre la política argentina?
-Pocas cosas, porque van a suceder muchas que modificarán la imagen que se tiene hoy del escenario político. No sería serio plantear un solo escenario para el 1999, porque hay varios alternativos que serán más complejos y sofisticados. La dificultad mayor es determinar quién confrontará con quién. Por ejemplo, desde el oficialismo, ¿confrontarán el menemismo, el justicialismo, el peronismo como cosa genérica, el modelo económico...? Y desde la oposición, ¿confrontarán Alfonsín, De la Rúa, Fernández Meijide, Chacho Alvarez u otros? ¿Confrontará una alianza controlada por los radicales o controlada por los frepasistas? Lo seguro es que cualquier escenario posible sólo se construirá con combinaciones. El asunto es quién se casa con quién. A lo mejor va haber que llamarlo a (Roberto) Galán para que él que arregle todo.
Por Jorge Camarasa
(c)
La Nacion
Se cumplió
La semana previa a las elecciones del 26 de octubre, Aurelio fue el encargado de llevar las malas nuevas al Gobierno. El primer indicio de que los números no eran favorables se lo dio a Raúl Delgado, el secretario de Medios, con una recomendación: "Avísenle al Presidente que la situación es muy preocupante". Fue el viernes 24 a la mañana, minutos antes de que Menem y su comitiva viajaran a Anillaco.
Ese mismo viernes, pasadas las 13, Aurelio transmitió el mismo mensaje al vicepresidente, Carlos Ruckauf, y logró conmoverlo. Ruckauf lo invitó a ir inmediatamente a San Vicente, en helicóptero, a informarle las novedades a Duhalde. El gobernador, escéptico, fue terminante: "No lo puedo creer", le dijo, y le explicó que él tenía sus propias encuestas, hechas por ocho equipos, que le daban cifras esperanzadoras.
A la noche, desde sus oficinas en Santa Fe y Carlos Pellegrini, Aurelio hizo el último llamado. Habló con Carlos Corach y, con las últimas cifras, le quitó definitivamente el sueño. La confirmación de su pronóstico, que La Nación anticipó en su edición del sábado, se la transmitió al ministro a las 11.30 del domingo: "Se cumplió -le dijo- la peor de mis hipótesis".
Faltaban casi siete horas para que los dirigentes de la Alianza comenzaran los festejos.
Perfil
- Julio Aurelio tiene 55 años y hace treinta y dos que se recibió de licenciado en sociología en la Universidad Católica Argentina. Tiene una consultora que lleva su nombre y, aunque en el país funciona desde 1985, fue fundada en 1977 en España como Argentina Española de Consultoría (Aresco).
- Dos años antes de la fundación, en 1975, Aurelio había recalado en Madrid. Aunque en la España franquista y en la Argentina de Isabel Perón no eran muchas las encuestas que se hacían, fue perfeccionando su técnica y haciéndose de un nombre.
- En España fue consultor para la Casa Real en la crisis del gobierno de Adolfo Suárez y, en 1996, trabajó para la campaña del Partido Popular, que llevó a José María Aznar a la presidencia del gobierno.
- Mientras vivía en Madrid -viajando cada vez que hacía falta- trabajó en todas las campañas importantes de la Argentina desde 1983. Ese año anticipó el triunfo de Alfonsín y, después, vaticinó el de Cafiero sobre Casella para la gobernación bonaerense (1987) y el de Menem con colegio electoral propio (1989).
- Su vida no está disociada del trabajo, al punto que su oficina y su casa están en edificios contiguos, en el 900 de la avenida Santa Fe.
- Sus colegas más renombrados confiesan en privado que Aurelio ha conseguido destacarse del resto. "Es el mejor", dicen muchos, pero él lo niega, en un comprensible gesto de pudor.
- Aunque su empresa sigue funcionando en España y tiene sucursales en Asunción con dependencias en Bolivia y en Uruguay, su fuerte está volcado al ámbito argentino, donde el gobierno menemista lo consulta preferentemente.