La enseñanza natural
Por Antonio M. Battro
Un aprendizaje puede ser natural en dos sentidos, porque trata de cosas de la naturaleza o porque se da "naturalmente", sin mayor formalidad. Ambos están íntimamente ligados puesto que para ponernos en contacto con la naturaleza debemos desprendernos de aquellos prejuicios que hemos ido acumulando en una vida de compartimientos estancos y de formalidades arbitrarias y obsoletas.
Muchos educadores están preocupados por la creciente fragmentación del aprendizaje escolar, por los horarios rígidos que no respetan debidamente el tiempo de un niño, por el alejamiento de la naturaleza en el diseño de tantas escuelas, donde muchas veces se prefiere el cemento a las plantas y se desconfía del estudio al aire libre, por la pobreza de estudios de campo en relación con los trabajos de laboratorio.
Contra esta tendencia, que va en desmedro de la calidad de vida y de la apertura intelectual del alumno y del maestro, se levantan, felizmente, muchas iniciativas que merecen ser apoyadas.
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Un ejemplo reciente es la iniciativa de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Carolina del Norte, en Raleigh, EE.UU., dedicada al "aprendizaje natural" (R. Moore & H. Wrong, Natural learning). Tiene por finalidad ayudar a las comunidades a crear lugares estimulantes y saludables para los niños, donde puedan jugar y -al mismo tiempo- aprender a valorar nuestra interdependencia con el mundo natural.
El programa, de nivel universitario, se dedica a diseñar modelos de ambientes naturales, huertas, estanques, plantaciones, jardines, que sean viables y autosustentables, con la participación de toda la comunidad educativa y la asistencia de expertos en muchas disciplinas. Los niños, por su parte, aprenden a amar la naturaleza poniendo "manos a la obra, en los diferentes proyectos, renovando el patio de la escuela, ayudando a mejorar los lugares públicos, jardines, plazas, estanques, siguiendo estudios de campo de biología y ecología, realizando visitas y expediciones.
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Proyectos de este tipo son necesarios no sólo para despertar una conciencia ecológica en las nuevas generaciones -que será indispensable para la supervivencia de la especie humana en el planeta-, sino también para desarrollar nuevos talentos científicos y artísticos, en particular para estimular desde los primeros años de escolaridad lo que Howard Gardner ha propuesto llamar "inteligencia naturalista" (Intelligence reframed, New York: Basic Books, 1999).
Muchos talentos, en efecto, han comenzado gracias a este contacto precoz con la naturaleza, bajo la guía de expertos. En este sentido, se puede recomendar el libro del destacado científico argentino Fernando Vidal dedicado a la vida del joven Piaget, naturalista precoz antes de convertirse en uno de los mayores psicólogos y educadores de su generación ( Piaget antes de ser Piaget , Morata, Madrid, 1998). Nada mejor que tomar estos ejemplos para ampliar el horizonte de nuestros jóvenes.