La engañosa ilusión de “lo nuevo” en la política
La evidencia empírica sugiere que, en líneas generales, la “novedad” suele ser mucho menos original de lo que sus protagonistas estarían dispuestos a admitir
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“Un cambio en el que podamos creer”, decía Barack Obama. “Renovación y cambio”, sostenían las huestes alfonsinistas. La historia de la política, en especial en contextos de alta insatisfacción social, está repleta de candidatos, partidos y ofertas electorales que irrumpen con la ilusión de generar una disrupción que hace tabula rasa respecto del pasado, que se diferencia por completo del establishment existente y que propone liderazgos, ideas, métodos y personas nuevas. Mauricio Macri, por caso, parece bastante adicto a la palabra “cambio”, que utilizó como un fetiche desde sus inicios en la vida política hace más de dos décadas con Compromiso para el Cambio (que luego se convertiría en el actual Pro, al fusionarse con Recrear) hasta dar a luz al actual Juntos por el Cambio (el vehículo con el que fracasó en lograr la reelección luego de incorporar como candidato a vicepresidente a Miguel Ángel Pichetto), pasando, por supuesto, por la coalición Cambiemos, con la que llegó al poder en 2015.
Luego del profundo giro en las preferencias subyacentes del electorado que se viene verificando en los últimos tiempos y que expone el cansancio con (y el agotamiento de) la restauración populista promovida desde 2003 por Néstor y Cristina Kirchner, en la Argentina actual estamos siendo testigos de una interesante controversia a la hora de determinar –tanto en las PASO como en las elecciones generales– qué modelo de cambio debería implementarse en el país. En el oficialismo la sensación es que viene ganando algo de terreno en las últimas horas la candidatura de Sergio Massa, o al menos su hipótesis de que sería autodestructivo presentar varios precandidatos el próximo 13 de agosto. Así, el veredicto de los trece gobernadores que aún se reconocen como parte del Frente de Todos en el icónico Consejo Federal de Inversiones ha cambiado al menos parcialmente el escenario dominante, que hasta el miércoles suponía que la competencia sería inevitable.
Dentro el peronismo algunos consideran que el “dedo” de Cristina debería ser moldeado de acuerdo con la opinión de los caudillos provinciales. Otros condicionan el apoyo a la decisión que tome y otean mientras tanto el confuso panorama opositor para ver si surgen posibilidades superadoras. Pero que Massa, Daniel Scioli o incluso Wado de Pedro sean por el momento las opciones con mejores chances sugiere que hasta en el Frente de Todos existe la conciencia de que no se puede seguir con más de lo mismo: los principales responsables de los desequilibrios acumulados proponiéndose como alternativas ideales para corregirlos. El propio Juan Grabois admite: “Esto nos pasa por no tener un modelo de país”. Veinte años después, diría Alexandre Dumas.
En el caótico mundo de Juntos por el Cambio, detrás de las miserias humanas y las pujas por las candidaturas, se divisa también una competencia entre dos modelos de cambio. Por un lado, un liderazgo fuerte, decidido y neocaudillista, personificado en Patricia Bullrich. Por el otro, una fórmula más inusual de ampliación del núcleo existente con la incorporación de varios actores a izquierda y derecha, incluyendo peronistas “portadores sanos” (no K), como el gobernador cordobés Juan Schiaretti o figuras como Florencio Randazzo o Diego Bossio, exfuncionarios nada menos que de Cristina. Este clivaje entre “halcones” y “palomas” suele confundirse con las terapias de shock y gradualismo que los economistas debaten en torno a las reformas económicas, cuando se trata en rigor de asuntos diferentes: ya surgió un sano consenso en el sentido de que muchas cosas no podrán hacerse de forma escalonada y otras no habrá manera de encararlas de manera súbita.
Hasta Javier Milei, el candidato más extremo en términos de propuestas transformacionales, se ve tentado a designar asesores que brinden credibilidad y aplomo a sus propuestas, como son los casos de Roque Fernández, Carlos Rodríguez y Darío Epstein, con destacados pasos por la administración Menem. Por su parte, con la candidatura a diputada de Diana Mondino, Milei suma una mente brillante y una lengua punzante, irónica y sagaz en un distrito clave como CABA. Excepto este último caso, también se recurre al expertise en lo público para conformar un plantel político que se ve a sí mismo como lo nuevo y lo más diferente al establishment dominante.
En síntesis, la evidencia empírica sugiere que, en líneas generales, “lo nuevo” suele ser mucho menos original de lo que sus protagonistas estarían dispuestos a admitir. Y sobre todo no tan “puro” ni “incontaminado”: las construcciones políticas se hacen con seres humanos de carne y hueso que acumulan vivencias más o menos relevantes en distintos ámbitos de la arena pública y, como consecuencia, exhiben algún grado de desgaste derivado de lo que a menudo constituyen entornos ásperos, inclementes y hasta sinuosos. Precisamente esa experiencia traumática los convence de la necesidad de plantear procesos de transformación profundos y definitivos. Mientras muchos se sobreadaptan a las reglas del juego formales e informales del sistema y tratan de capitalizar plasticidad para beneficiar sus propios intereses, otros reaccionan y se animan a cuestionar el equilibrio existente aunque comprenden los costos y las consecuencias eventuales de pretender alterarlo y afectar a numerosos actores influyentes.
Estos devaneos o contradicciones respecto de la noción de cambio tienen profusos antecedentes en nuestra historia. Por ejemplo, la UCR surgió como consecuencia de la Revolución del Parque, pero muchas de las prácticas y estrategias que tanto criticaba del “régimen” oligárquico anterior fueron sostenidas y hasta multiplicadas en el período 1916-1930. Ese fue el caso de las intervenciones federales o de lo que los socialistas de Juan B. Justo definían como la “política criolla”, incluido el uso del empleo público y otras formas de clientelismo. Más aún, Tulio Halperín Donghi disfrutaba al marcar líneas de continuidad entre líderes tan diversos como Julio A. Roca, Agustín P. Justo y Juan D. Perón, tres generales que siempre priorizaron una visión geopolítica y pensaron a las Fuerzas Armadas como pilares de la nación, aunque con sesgos y matices.
Todos los grandes fenómenos políticos contemporáneos (el alfonsinismo, el menemismo y el kirchnerismo) hicieron eje en uno de los dos grandes partidos (justicialismo y radicalismo), pero con la expresa vocación de sumar a muchas fuerzas menores y, en algún momento, incluso a un fragmento relevante de su principal competidor. Cambian los nombres, cambian las épocas, pero la canción sigue siendo la misma.