La encrucijada de la Corte Suprema norteamericana
La muerte del juez Antonin Scalia el pasado sábado es un evento políticamente muy significativo para los Estados Unidos no solamente porque coincide con un año electoral, sino porque en el reemplazo del juez se puede estar jugando el equilibrio político de la Corte Suprema.
La Corte estadounidense tiene, desde 1869, nueve miembros. Asimismo, goza de una estabilidad muy notoria, ya que nunca uno de sus miembros fue removido mediante juicio político. Estos dos elementos implican que la orientación ideológica de la Corte se modifica muy lentamente, ya que los presidentes suelen no poder nombrar un número de jueces suficiente como para hacerlo. Solamente cuando varios presidentes de un mismo signo político van acumulando nombramientos en la misma dirección la Corte va virando su ideología.
Por ejemplo, los 20 años ininterrumpidos de gobiernos del Partido Demócrata entre 1933 y 1953 construyeron la Corte más progresista de la historia de aquel país, que durante las décadas del 50 y 60 dio paso al fin de la segregación racial (fallo Brown vs. Board of Education), eliminó el rezo obligatorio en las escuelas públicas (Engel vs. Vitale) e incluso legalizó el aborto (Roe vs. Wade), entre otros fallos significativos. Los sucesivos triunfos en elecciones presidenciales del Partido Republicano desde la década del sesenta (y por ende, la capacidad de cubrir posiciones en la Corte) fueron modificando paulatinamente el sesgo ideológico del tribunal, moviéndolo hacia la derecha. De las últimas 22 vacantes en la Corte, el Partido Republicano nombró 18. En otras palabras, hace ya un tiempo largo que la Corte es, en líneas generales, conservadora. Los últimos fallos de la Corte actual, por ejemplo, han llevado a varios analistas a concluir que estamos frente a la composición más conservadora en más de setenta años.
Hasta la muerte de Scalia, la Corte actual poseía cuatro miembros muy conservadores (el propio Scalia, Clarence Thomas, Samuel Alito y John Roberts, el presidente), un moderado aunque de inclinaciones casi siempre conservadoras (Anthony Kennedy) y cuatro miembros progresistas (Sonia Sotomayor, Elena Kagan, Ruth Guinsburg y Stephen Breyer), que son los únicos nombrados por presidentes demócratas. El juez Kennedy, al ser el fiel de la balanza, suele determinar el resultado del voto. Habitualmente se ubica con el ala conservadora, pero a veces no (por ejemplo, en el significativo fallo Obergefell vs. Hodges, sobre el casamiento igualitario, votó con el bloque progresista y por ello la Corte legalizó este último).
La significancia política de la muerte de Scalia reside en que Obama tiene la oportunidad de nombrar a un juez cercano a su ideología y de este modo consolidar el bloque más izquierdista en cinco miembros. Esto cambiaría la orientación de la Corte. Esto es crucial, porque esta última tiene la última palabra en temas muy sensibles que están en el centro de la discusión política actual, como el derecho a portar armas, las garantías para los inmigrantes y las minorías o el rol del dinero en la política.
¿Podrá Obama dar ese paso con un Senado opositor? Los senadores republicanos están a la defensiva precisamente porque saben de las enormes implicancias de un giro a la izquierda. El presidente del bloque de senadores republicanos, Mitch McConnell, exigió que la vacante la cubra el próximo presidente y adelantó que su partido se abstendrá de considerar el pliego de cualquier individuo que Obama envíe.
¿Cómo se resolverá esta cuestión? Parece evidente que Obama no podrá nombrar a nadie demasiado izquierdista (como hizo con Sonia Sotomayor y Elena Kagan, por ejemplo). En aquel momento, Obama estaba en el pico de su popularidad y mantenía la iniciativa política. Además, sus dos nombramientos reemplazaban a jueces progresistas. Ahora, la posibilidad de cambiar la ideología de la Corte en un año electoral dificulta el camino, ya que se encontrará con la oposición de grupos activistas. Asimismo, estudios recientes demuestran que las credenciales académicas no son tan importantes para los senadores como la posición ideológica del individuo propuesto. Es más probable entonces que Obama intente con alguien más moderado ideológicamente, aunque afín a sus creencias. Aun así, parece difícil que el Senado no cajonee la propuesta presidencial y espere hasta el comienzo de la próxima administración. Seguramente seamos testigos de la candidatura más controvertida a la Corte Suprema en 25 años.
Doctor en Ciencia Política, University of Pittsburgh, Unsam
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