La elección de 2017 es nacional, no provincial
Las elecciones legislativas de medio término, que suelen realizarse en la mayoría de los países democráticos dos o tres años después de los comicios presidenciales (también es correcto decir dos o tres años antes), traen habitualmente consigo cierto nivel de expectativa política, que puede satisfacerse a través de un resultado explosivo de la votación popular, o por el contrario -lo que es más común- defraudar porque las urnas determinan que todo siga más o menos igual. En uno y en otro caso salen a luz, o bien se consolidan, candidatos para los distintos cargos del Estado. ¿Futura reelección? ¿Paso al costado? ¿Candidato sorpresa? Estos son algunos de los interrogantes que nos plantea nuestro medio término, con la vista más fijada en 2019 que en 2017.
En realidad, esta clase de elección, además de ir renovando el Congreso y los Concejos Deliberantes, debería servir para una tranquila y ordenada rendición de cuentas que ninguna fuerza política tendría que rechazar. Lástima que esa rendición siempre se la pedimos a los otros. A nosotros mismos, nunca. Convengamos, de todos modos, que parece más justo empezar reclamándosela a quien ha ocupado el gobierno durante doce años consecutivos (y ha sido durante los últimos setenta, según se dice, el partido o movimiento hegemónico del sistema político argentino) y no al que lo desempeña desde hace poco más de un año y medio.
En este contexto, podemos considerar algunos matices de la campaña que se inicia, y que lo hace en dos etapas: una hasta las PASO, costosa e innecesaria encuesta obligatoria, y otra que desembocará en la elección de medio término propiamente dicha.
Hay que mencionar, por supuesto, la reaparición de la ex presidenta Cristina Kirchner; el rancho aparte del peronista Florencio Randazzo; la presencia en todo el país de la coalición oficialista Cambiemos; el esfuerzo de Sergio Massa por construir una tercera vía; la situación social que aprieta, con la pobreza, la corrupción y la inseguridad.
Una circunstancia que merece el aplauso general es la calidad y cantidad de la presencia femenina en lugares de privilegio de las listas, mayor que en cualquier elección anterior. No sólo la ex presidenta; también están Elisa Carrió, Graciela Ocaña, Margarita Stolbizer, Gladys González, Carmen Polledo, Mirta Tundis, Débora Pérez Volpin, Myriam Bregman y otras más, por trabajo y mérito, y no por ningún cupo forzoso (tampoco olvidamos a las "preexistentes": a la vicepresidenta Gabriela Michetti, a la gobernadora María Eugenia Vidal y a la ministra Patricia Bullrich).
El oficialismo, sin duda, es el favorito para ganar estas elecciones, a pesar de algunos errores que, a nuestro juicio, ha cometido en el comienzo de la campaña. Uno de ellos, fácil de subsanar, es el que se refiere al uso de la emoción antes que el de la racionalidad en la comunicación con los ciudadanos. Esta actitud podría convertirse, inconscientemente, en un calco, en casi un plagio de las actitudes electorales de la ex presidenta, e impedir la correcta difusión de los logros propios. Parece indispensable, hoy más que nunca, construir un discurso de campaña racional y transparente, que sea capaz de explicar con sencillez lo esencial de los programas en marcha, sin necesidad de chantajes sentimentales. Naturalmente que este discurso se sostendrá en la medida en que muestre la luz al final del túnel, con los cambios de paradigma prometidos empezando a concretarse.
El otro paso en falso, más grave, es el que acepta pasivamente, y hasta promueve, el papel central de Cristina Kirchner en esta elección, y sobre todo convierte el resultado de la provincia de Buenos Aires en una final de campeonato, quizá para polarizar sin necesidad de hacerlo. Además, ya de por sí el peso simbólico de esta provincia es indudable, y no hay motivo para incrementarlo.
Vale para todos los partidos participantes: la elección de medio término es una elección nacional, no de una sola provincia. Únicamente quien gane en la suma del territorio podrá proclamarse ganador.