La educación paga los costos del relato kirchnerista
La exclusión de la Argentina muestra al menos incompetencia por parte del gobierno anterior, si no mala fe
Pese a haber participado, la Argentina fue excluida del informe conocido ayer de las pruebas internacionales PISA 2015. Estos exámenes evalúan cada tres años, desde 2000, las competencias de los alumnos de 15 años en lengua, matemática y ciencia. Son realizados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), organismo al que la Argentina aspira ahora a pertenecer, integrado por 34 países, la mayoría desarrollados y dos latinoamericanos: Chile y México. La prueba se toma a una muestra representativa de alumnos de escuelas de gestión estatal y privada de todas las regiones del país. Es construida por la OCDE mediante estratos al azar, pero se basa en una lista de escuelas provista por las autoridades nacionales. Los organizadores consideraron que el listado enviado por las autoridades educativas argentinas, siendo presidenta Cristina Kirchner, era insuficiente para lograr una muestra representativa de la población de 15 años. Es claro que hubo al menos incompetencia. Pero dados los antecedentes de dicho gobierno de ocultar la realidad en los más diversos órdenes, con el Indec a la cabeza, serán necesarias más evidencias para descartar el daño intencional.
Este lamentable hecho no debe impedirnos hablar de educación. El número de sistemas educativos reportados sigue en aumento y llegó a 70 en 2015 (incluyendo las ciudades de Buenos Aires, Hong Kong y Macao). Se dividen por mitades entre países de la OCDE y del mundo emergente. China aumenta de a poco las provincias participantes y este año fueron sólo seis -las más desarrolladas- sobre un total de 33. El desempeño de los nueve países de América latina y el Caribe fue mediocre, pero afianzó una tendencia a la mejora. No debe ignorarse que el nivel sociocultural y económico de sus estudiantes -principal determinante de los resultados educativos medibles- es menor que el de la mayoría de los países testeados. Pero también es cierto que hay países, como Vietnam, con mejores resultados y menores ingresos que todos los latinoamericanos. Se evidencia así, una vez más, que el "misterio del aula" existe y que aun en contextos desfavorables, con buenos directores y maestros, es posible la inclusión educativa con calidad. Perú, Colombia y Chile, en ese orden, fueron los países latinoamericanos que más mejoraron entre 2013 y 2015. Los siguieron Brasil, México y Uruguay. Esta mejora gradual pero sostenida de muchos países de la región derrumba el mito que descalifica la PISA por ser "para otra idiosincrasia".
Hay bastante "tela educativa" para cortar en estas pruebas 2015. Se destaca el caso de la ciudad de Buenos Aires, cuya mejora ha llamado la atención por ser la mayor registrada hasta ahora en dos ediciones consecutivas de la prueba PISA. En sólo tres años subió en matemática 38 puntos y pasó del puesto 52 al 42; en lengua aumentó 46 puntos y saltó del puesto 51 al 37, y en ciencia aumentó la friolera de 50 puntos, pasando del puesto 51 al 38. Todo esto le permitió a Buenos Aires superar a Chile y colocarse así a la cabeza de América latina, como en otros tiempos. La sorpresa no fue sólo por la intensidad de la mejora, sino también porque los resultados son superiores a los obtenidos en la prueba internacional Timss, publicada hace diez días, que mide también competencias en ciencias y matemática, aunque sólo en el cuarto y el octavo año de escolarización. Es muy importante que las autoridades educativas de la ciudad de Buenos Aires expliquen cuáles son a su juicio las causas de esta mejora. Hay quienes la atribuyen a un entrenamiento previo y focalizado -llamado "sensibilización" y que se aplica en muchos países- de los alumnos de las escuelas que habían sido seleccionadas para la prueba, y agregan que esto no sería legítimo. Discrepo sobre este enfoque, porque si con sólo algunos cursos intensivos se logra mejorar un diez por ciento la medición de las competencias en ciencias, matemática y lengua, estamos en presencia de una novedad educativa importante. El riesgo que sí existe -bastante común y criticado en los Estados Unidos- es la "educación para el test" y consiste en que tal es la obsesión por este tipo de pruebas, a veces vinculadas a la remuneración de los maestros, que la enseñanza y el aprendizaje terminan dedicando un tiempo excesivo a la competencias medibles, que no son todas ni todas las más importantes. En todo caso, las autoridades de la CABA tienen la obligación de difundir lo antes posible las políticas y medidas que posibilitaron esta mejora, sencillamente porque abre una luz esperanzadora.
No debe olvidarse, en la misma línea, que la devolución de los resultados a las escuelas y a toda su comunidad educativa es la principal función de las evaluaciones. Si la prueba es censal, se posibilita así que cada escuela pueda identificar sus fortalezas y debilidades y actuar en consecuencia. Si, como en la PISA, se trata de una muestra, igualmente el Consejo Federal de Educación puede hacer idéntica identificación y llevar las conclusiones a una mejora escolar inmediata.
El papelón tampoco debe hacernos olvidar el gran deterioro ocurrido en los logros educativos de los estudiantes argentinos en las últimas dos décadas. Tanto en la escuela primaria (pruebas de la Unesco) como en la secundaria (PISA), tales logros han caído desde el primer o segundo lugar en América latina a entre el cuarto y el octavo. En contraste, por distintos caminos países como Ecuador y Perú están avanzando a tal velocidad que si no mejoramos nuestro rumbo nos postergarán pronto al noveno o décimo lugar en la región (sic). La prueba PISA 2015 también muestra el progreso de países con muy diferentes culturas, logros socioeconómicos y políticas educativas, desde Estonia hasta Chile, desde Singapur hasta Albania, desde Perú hasta Vietnam. No se trata de copiar o recomendar a unos o a otros -y menos aún a casos icónicos como el de Finlandia, pese a que ha sido mucho más citado que estudiado-. Pero sí es bueno aprender con humildad algo de cada uno de ellos, y de varios más, y poner un proyecto en práctica.
Por cierto, lo ocurrido no ayuda a lograr una mayor valoración de la educación por parte de la sociedad argentina, que vaya más allá de la de sus propios hijos. No ayuda porque afianza el triunfo del ¿viste que no valía la pena?, del descreimiento de la posibilidad de la mejora colectiva. Y por eso tampoco ayuda a incentivar a los políticos a encarar la cuestión, porque los cambios educativos suelen generar conflictos y sus resultados se ven, en todo caso, a mediano y largo plazo. Hoy se ven nuevas iniciativas que pueden ayudar a afianzar una nueva etapa. Por ejemplo, un proyecto con estado parlamentario, firmado por legisladores de varios partidos -todos ellos de la Red de Acción Política, RAP- para crear un Instituto de Evaluación y de Calidad y Equidad Educativa -ya existente en la ciudad de Buenos Aires-, que ayudaría a transformar la evaluación en política de Estado. Se cuenta también con la declaración de Purmamarca, firmada por los veinticuatro ministros de Educación, y con el Plan Estratégico Argentina Enseña y Aprende. Sería muy bueno que todo esto se plasmara cuanto antes en una iniciativa de mayor fuste, capaz de generar un mayor apoyo de la sociedad y la política a la mejora educativa.
Economista, ex ministro de Educación de la Nación