La educación, ¿inversión o gasto?
Sabemos que los cambios producen resistencia. Una de las cosas que más colabora para eso son los mitos que se generan alrededor del problema, que se transforman en (erróneas) verdades absolutas. En el campo de la relación de la educación y su financiamiento hay una ensalada de mitos, “verdaderos” desde el pensamiento no especializado, pero no ciertos en el campo de la discusión académica.
Un ejemplo clásico y muy usado es el argumento de valorar la calidad de la educación en función del gasto, o sea creer que un estado que pone mucha plata en el sistema educativo “mejora la calidad de la formación”. Hay sobrada evidencia, consistente y sostenida, de que esta relación es espuria, y lo es en los países centrales, en América Latina, en Asia, y en todos lados. No es que no haya que gastar en educación, es que si no se gasta para lo que hay que gastar y cómo hay que gastar, no se mejora la calidad de los aprendizajes de todos los alumnos.
Otro mito instalado es que la educación no es pasible de ser mirada desde parámetros económicos. Eso puede ser cierto cuando hablamos de los temas pedagógicos, pero no lo es cuando se habla de los aspectos materiales, de los modos de organización y de los procedimientos administrativos. En muchos de esos aspectos, valen los parámetros de la actividad privada. ¿Por qué en el mundo productivo el ausentismo es el 4,5% y en el mundo educativo el 25%? Se dice que la educación no es una empresa. Esto es cierto en relación con sus objetivos, pero, al igual que lo que pasa en una empresa, la educación pública es una organización cuyo fin es lograr objetivos. En las empresas la meta es ganar dinero; en la educación es que todos los alumnos aprendan lo que tienen que aprender. En ambos casos para conseguirlo hay un costo económico que hay que tener en cuenta. Aunque, a diferencia de las empresas, y por la renuencia que tiene el sector educación a analizar costos, la asociación entre gasto y calidad educativa, como todos los mitos, solo tiene un uso discursivo. Por ejemplo, hoy en día no se sabe cuánto debería gastarse en educación, así como tampoco se sabe cuánto costaría una buena educación para todos. Porque lo cierto es que no hay parámetros y si se pretende conocerlos, es bien difícil, dado que las especificidades del gasto educativo hacen que los números para controlarla queden muy oscurecidos y haya poca transparencia.
Lo que sí se sabe, es que con el sistema escolar pasa algo similar a lo que pasa con las jubilaciones. Sabemos que actual sistema jubilatorio no es financiable y esto no ocurre solo en la Argentina. De la misma manera, hay que reconocer que este modelo organizacional de sistema escolar (escuelas con grados, con un profesor cada 30 alumnos, con un edificio específico, etc.) es también infinanciable en sociedades que no tengan las condiciones económicas de las del primer mundo. La razón: el primer mundo tiene un PBI más grande que el de América Latina. Por lo tanto el porcentaje de gasto en educación, en términos de presupuesto público, es menor al de los países de nuestra región, pero equivale a un gasto anual por alumno que quintuplica (y hasta decuplica) al de nuestros países. Como consecuencia, el esfuerzo que hacen nuestros países es más grande, pero así y todo no alcanza. Y no va a alcanzar nunca a menos que nos esforcemos por llevar adelante soluciones educativas masivas, de calidad, y muy costo-eficientes, cuyo financiamiento esté dentro de nuestras posibilidades.
América Latina ha empezado a recorrer este camino desde Paulo Freire, ha logrado éxitos con las campañas de alfabetización cubanas de los años 60, con el modelo de la Nueva Escuela Activa de Colombia, o con las Redes de Tutoría mexicanas. Todas estas son propuestas válidas, con buenos resultados probados, y con menor costo, que se han expandido por el mundo pero que no han podido imponerse como solución gracias a los mitos de “como debe ser la escuela”. El buen conocimiento en la cabeza de todos (eso es la educación) es la mejor inversión para combatir la pobreza, porque rompe su círculo vicioso. La educación que hoy tenemos, es un gasto, no rinde beneficios. Solo reinventándola se puede transformar en la inversión necesaria para una sociedad más democrática, más equitativa y más productiva.
Miembro del Consejo de Educar 2050