La educación es un asunto de todos
El mes pasado se conocieron los resultados de la Argentina en los exámenes de educación más importantes del mundo, el Programa Internacional para la Evaluación de Alumnos (PISA). Mucho se ha hablado del tema, pero poco de la respuesta que el ciudadano común debería dar ante la crisis educativa que la información revela. PISA es un instrumento que presenta una oportunidad con fundamentos para la acción. Del análisis de su información, y de otra que surge de diversas fuentes, deben surgir cambios. Entre ellos, los que incumben al ciudadano común.
En síntesis, podemos identificar cuatro conclusiones impactantes de PISA: 1) en doce años, los argentinos no hemos logrado mejorar ninguno de los indicadores de la evaluación, mientras que varios países, entre ellos vecinos como Chile, Brasil, Perú y México, sí han logrado progresos muy significativos; 2) dos tercios de los alumnos de nuestro país (15 años de edad) no pueden resolver un ejercicio simple de matemática, uno de cada dos tampoco lo puede hacer en ciencias y, lo que es más grave, el 54% no comprende lo que lee; 3) la inequidad educativa es mayúscula en el país (los estudiantes con mayores problemas económicos tienen uno de los porcentajes más bajos del mundo en alcanzar un desempeño aceptable), y 4) aun los mejores alumnos argentinos (de escuelas privadas o públicas) obtienen resultados mediocres que sólo alcanzan a los peores de países desarrollados.
Si a estas dolorosas conclusiones sumamos que más de la mitad de los estudiantes no terminan el secundario, que las tasas de ausentismo de alumnos y de docentes son sorprendentemente altas y que no hemos cumplido la meta de ampliar la jornada escolar ni la cantidad de días mínimos de clase, las informaciones positivas -como la mayor inversión o el reparto de computadoras o las buenas leyes que se han dictado en años recientes- quedan diluidas en esta realidad educativa grave que hoy tenemos.
Ante este estado de situación, lo primero que debemos asumir es que somos todos los argentinos quienes tenemos esta enorme dificultad: hace doce años que no mejoramos y que calificamos entre los peores países del planeta en calidad educativa. El problema y la responsabilidad no son sólo de un ministro, de la escuela o de los docentes, más allá de la innegable respuesta que ellos deben dar. No estamos entendiendo la relevancia que el desafío supone si caemos en el facilismo de sólo atribuir culpas a "otro" y no asumimos el compromiso de la acción que a cada uno le corresponde.
Cada uno tendrá su propia respuesta. Sólo queremos aportar algunas ideas sobre aquello que, como ciudadanos, podríamos hacer para mejorar la calidad educativa en nuestro país. En primer lugar, trabajar para convertir la necesidad de mejor educación en una prioridad nacional. Para eso es necesario informarnos, leer y reclamar. No hay futuro para nuestros hijos ni para la Argentina sin buena educación. Por eso, una acción debería ser levantar la voz para colocar este desafío a la altura de los principales del país, en el mismo nivel que la inseguridad, la pobreza o el desarrollo económico (todos desafíos, dicho sea de paso, que tienen su raíz en la falta de esta buena educación).
En segundo lugar, y siguiendo esta línea de acción, deberíamos reaccionar como votantes y como padres. Cuando decidimos nuestro sufragio, ¿exigimos a nuestros candidatos medidas específicas para mejorar la educación o no prestamos atención al tema? Si la buena educación es reconocida como una herramienta extraordinaria para combatir la pobreza, ¿no deberíamos reclamar más por una mejor educación? Si lo hubiésemos hecho en estos 30 años de democracia, la educación argentina y los índices de indigencia serían otros. Y como padres, ¿estamos seguros de que nuestros hijos aprenden? ¿Nos ocupamos de seguir los conocimientos que ellos deben adquirir y de que vayan a la escuela? ¿Participamos? ¿Reclamamos si el maestro deja a los menores sin clases? ¿Estamos cerca de los docentes, apoyando pero también exigiendo?
Es deber de un buen ciudadano responder estas preguntas. Las autoridades tienen la mayor responsabilidad en repensar su eficiencia en materia educativa, pero todos debemos hacer algo distinto para lograr mejorar. Salvo honrosas excepciones, como sociedad no parece que hayamos hecho lo suficiente. En Chile, México y Brasil (países que si han mejorado) la calidad educativa ha motivado reclamos ciudadanos masivos. Esto ha conducido, por ejemplo, a que la presidenta brasileña derive las regalías petroleras de megadescubrimientos a la educación y que hoy en Brasilia se esté discutiendo una ley de responsabilidad educativa cuyo proyecto establece que si no se cumplen las metas de educación en el período de un gobernador del Estado, éste no podrá presentarse a la reelección siguiente. En Chile los reclamos de calidad educativa han hecho historia. Son muestras de conducta de ciudadanos latinoamericanos (ni Singapur ni Finlandia), de sociedades que están detrás, reclamando y ejerciendo su responsabilidad para lograr un mejor aprendizaje. Se trata, en definitiva, de ejercer la ciudadanía desde las obligaciones que ella supone, aportando nuestra acción para la mejora de la educación que nos debemos. Allí empieza el cambio.
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