La educación atrasa 50 años
Desde los años 70 contamos con elementos teóricos y empíricos que nos demuestran que la promesa igualadora de oportunidades que porta la escuela moderna es falsa. En esos años los llamados sociólogos críticos nos mostraron que la propuesta pedagógica de la escuela exige de los alumnos recursos culturales que sólo poseen los sectores más educados de la sociedad. El análisis de las estadísticas no deja dudas: los que más desertan y a los que peor les va en las mediciones cognitivas son aquellos alumnos que provienen de los grupos menos educados. Por supuesto, hay excepciones, pero la regla es la que acabo de describir.
Sin embargo, hemos sostenido hasta ahora el mito de la escuela igualadora. ¿Credulidad? ¿Ilusión? ¿Cinismo? El hecho es que el Estado invierte muchos recursos para sostenerlo y los resultados dejan mucho que desear. En los últimos años nos propusimos incluir a todos los jóvenes en la escuela secundaria y para mantener la ilusión las escuelas se llenaron de tutores, coordinadores, clases de apoyo e interpelaciones a la buena voluntad de los docentes, pero nada de esto ha modificado las tendencias estadísticas. Los chicos siguen cayendo del sistema y las pruebas muestran que sus aprendizajes son muy pobres. La escuela moderna ha llegado a su límite y la ilusión ya no puede conservarse más.
A la condición injusta de la escuela se le agrega hoy el atraso en sus referencias científicas, epistemológicas y tecnológicas. La escuela sigue instalada en la era newtoniana, desconoce los aportes de la ciencia de los últimos 70 años y sostiene una estructura curricular propia del enciclopedismo de fines del siglo XIX. Su propuesta pedagógica se referencia en los soportes tecnológicos de la primera mitad del siglo XX y sigue suponiendo que el alumno es un sujeto pasivo que concurre a clases para registrar los contenidos y la información que le proveen el docente y el manual.
Es cierto que hay docentes que ayudan a comprender las múltiples facetas y perspectivas con que se puede abordar la realidad, pero son bastante excepcionales. Y además siguen construyendo un alumno incapaz de acceder a la información por sí mismo y de producir su propio derrotero en la construcción del conocimiento.
La escuela atrasa al suponer que el alumno de hoy es el mismo de hace 50 años. Niños y jóvenes en diálogo e interacción con las nuevas tecnologías deben desconectarse durante las horas de clases y fingir pasividad a un ritmo de interacción propio de la realidad predigital. Deben soportar el sinsentido de rellenar las respuestas de las preguntas del libro o resolver los problemas del manual y escuchar aburridas exposiciones.
Para completar el cuadro, la escuela se propone formar un sujeto para un mundo que ya no existe. La modernidad tenía un plan maestro, un proyecto de construcción que contenía diferentes trayectorias de vida en las que la escuela tenía una importante incidencia. El mundo era previsible y los papeles que se podían interpretar en ese escenario también lo eran.
Hoy no es así. ¿Quién sabe a ciencia cierta cómo se está reconfigurando el mundo y qué alcances tendrá su transformación? En este contexto la escuela sigue formando niños y jóvenes para que se adapten a un mundo que va desapareciendo y no les proporciona los instrumentos para interactuar con el que vendrá.
Hay ya en el mundo, en la región y en el propio país numerosas experiencias en desarrollo que revierten esta situación mediante la adopción de un modelo pedagógico que prepara a los niños y jóvenes para afrontar la incertidumbre de una realidad en constante cambio, que superan la fragmentación del currículum enciclopedista y permiten abordar la complejidad del contexto en que nos toca vivir. Son experiencias que transforman al alumno en un activo participante del proceso de producción del conocimiento con un uso intenso de la tecnología de nuestra época.
Las propuestas actualizan muchas de las teorías pedagógicas en desarrollo a lo largo del siglo pasado. Pero, a diferencia de las distintas ocasiones en que éstas fueron presentadas, hoy es un momento en el que confluye una etapa del capitalismo que requiere educar a todos de acuerdo con las exigencias del permanente cambio y de un desarrollo tecnológico que lo hace posible. ¿Podremos los argentinos desempantanar nuestras disputas y avanzar en este sentido?
Profesora, investigadora; consejera presidencial del Programa Argentina 2030