La educación argentina, ¿otro paciente asintomático?
Por lo general, las crisis ensanchan las desigualdades. La pandemia de Coronavirus (Covid-19) dejó al descubierto la brutal brecha digital de la educación. Mientras que los alumnos conectados potencian su aprendizaje, los desconectados suman días perdidos de clase.
Con las escuelas cerradas, el aprendizaje virtual se volvió crítico para más de 14 millones de estudiantes. De la noche a la mañana, directores y maestros pasaron de dar clase en sus aulas a dictar sesiones virtuales, diseñar material a distancia y asegurarles el almuerzo a sus alumnos más vulnerables. Aunque la enseñanza en línea podría reducir algunos de los impactos inmediatos de la cuarentena, aprender en casa es muy complicado cuando no se cuenta con los materiales adecuados, un lugar de estudio, ni adultos preparados para acompañar el aprendizaje. A pesar sus esfuerzos, pocos estudiantes, padres y escuelas cuentan con la infraestructura y las habilidades para aprovechar las ventajas que la tecnología ofrece, ampliando la gran brecha socioeducativa que padece la Argentina.
Para empezar, estudiar a distancia es difícil o casi imposible para los estudiantes más pobres. Tener acceso a una computadora e Internet en el hogar son requisitos indispensables. Alrededor del 60% de los estudiantes de primaria y 66% de secundaria tienen una computadora conectada a Internet en su casa. Las diferencias de clase son enormes: 99% de los alumnos del decil con más ingresos vs. 37% de los alumnos en el decil con menos ingresos.
Disponer de un espacio de estudio es otra fuente de desigualdad. Según datos de la última prueba PISA, en promedio, el 23% de los estudiantes de 15 años no tienen un lugar tranquilo para estudiar en su casa. Esto afecta más a los estudiantes más pobres. Casi un tercio de los estudiantes de las escuelas en desventaja socioeconómica no cuentan con un espacio de estudio en el hogar, comparado con uno de cada diez en las escuelas más favorecidas.
Además, los padres de los estudiantes más pobres pueden ayudar menos que los de sus pares. Sólo la mitad terminó la secundaria y uno de cada cinco usó una computadora en los últimos tres meses.
Los hogares son una cara de la moneda; las escuelas, la otra. Pocas escuelas en el país estaban preparadas para el aprendizaje digital antes de la pandemia. Solo uno de cada cinco estudiantes de 15 años asiste a una escuela con plataforma online para apoyar su aprendizaje, comparado con un tercio de los alumnos en el resto de los países de América Latina que participaron de las pruebas PISA. Aún más alarmante, solo el 41% tiene maestros con las habilidades técnicas y pedagógicas necesarias para integrar dispositivos digitales a su programa de enseñanza, comparado con el 60% en el resto de los países de América Latina.
Algo que parece ser motivo de preocupación, y a tener en cuenta cuando la cuarentena termine, es que hay un gran contraste entre las capacidades digitales de las escuelas en desventaja socioeconómica y las más aventajadas. Dos tercios de las escuelas favorecidas dicen estar preparadas para afrontar los desafíos de la digitalización en las aulas, frente a menos de un tercio de las escuelas desfavorecidas.
La desigualdad digital se suma a las brechas de aprendizaje. El ingreso familiar tiene una influencia poderosa en el rendimiento escolar de los alumnos argentinos. Según PISA, la probabilidad de bajo rendimiento de los estudiantes de familias desfavorecidas es seis veces más alta que la del resto de sus pares.
Si bien los efectos de la pandemia en la educación aún no se pueden medir, es muy posible que los estudiantes de las familias más aventajadas, muchos de ellos entre los de mejor desempeño académico, sigan aprendiendo casi como si las escuelas estuvieran abiertas; mientras que los estudiantes de familias más desfavorecidas, generalmente los de peor rendimiento, se queden aún más atrás.
Varios estudios demostraron que los estudiantes desfavorecidos tienden a experimentar mayores pérdidas de aprendizaje cuando están fuera de la escuela, por ejemplo, durante vacaciones o paros docentes. Según un estudio publicado por la Asociación Estadounidense de Investigación Educativa, cada verano los estudiantes más pobres pierden el equivalente a casi tres meses de aprendizaje frente sus pares de clase media. La falta de material educativo en el hogar explica gran parte de esta diferencia. Lamentablemente, ello se está replicando durante esta cuarentena.
Si la igualdad de oportunidades educativas es una meta compleja en sí misma, el cierre de las escuelas lo ha hecho más difícil. El Coronavirus puso en evidencia que no sólo se trata de infraestructura, materiales, formación docente e integración escolar. También es una cuestión de acercar las herramientas digitales y capacitar en su uso a aquellos que no nacieron en la parte alta de la distribución de ingreso.
Una sociedad que aspira a la igualdad de oportunidades debe permitir que todos alcancen su máximo potencial. Claramente, eso no sucede hoy en Argentina. La tecnología digital promete acceso continuo a aprendizaje de calidad tanto a los estudiantes en cuarentena como a quienes quieren continuar su formación y no lo pueden hacer de forma presencial. Sin embargo, para garantizar que las desigualdades heredadas no se amplifiquen, además de dotar a cada alumno de acceso a dispositivos y contenidos digitales, es indispensable formar a maestros, padres y alumnos en habilidades cognitivas y digitales para que todo puedan beneficiarse de la tecnología.
Economista, Unidad de América Latina y el Caribe, Centro de Desarrollo de la OCDE