La economía del conocimiento requiere más que una ley
Se ha iniciado en Argentina el proceso de puesta en vigencia de la llamada ley de economía del conocimiento. Se trata de una iniciativa que genera incentivos fiscales para empresas que se desempeñan -entre otras- en actividades como software, servicios profesionales, biotecnología, consultoría, ingeniería y contenidos audiovisuales; que emplean unas 440.000 personas y exportan por más de US$ 6000 millones anuales.
La iniciativa tiene la bondad de aliviar la carga fiscal a quienes crean valor en actividades de vanguardia, aunque a la vez reafirma la crítica al fangoso sistema tributario general argentino (porque si es necesaria una excepción para promover no es difícil entender que la regla es inconveniente).
Ahora bien: esto no ocurre en el vacío. La irrupción de la economía del conocimiento en todo el planeta es vertiginosa, profundísima y a la vez sistémica y transversal. Por ello ya mismo podríamos entender que la promoción requiere un entorno integral mucho más ambicioso que esta ley para su desarrollo.
La economía planetaria está atravesando una transformación tecnológica rotunda, consolidando lo que Jonathan Haskel llama "capitalismo sin capital", eufemismo que refiere a que el capital físico ya no es el motor productivo sino que este ha pasado a lo que se conoce como "intangibles". Se trata principalmente del saber aplicado, las innovaciones, las nuevas tecnologías de gestión o de producción y las avanzadas calificaciones en productos o procesos. Todo ello puede resumirse en la expresión "capital intelectual" (CI), que es ya el principal eslabón de las cadenas productivas en el mundo y está compuesto por el conocimiento en práctica que crea valor transformándose en un sistema (como lo explican Pep Simó Guzmán y José María Sallán Leyes).
En la economía convencional del siglo XX los productos estaban calificados por cierto conocimiento que los mejoraba (relación sustantivo-adjetivo) mientras que en la nueva (siglo XXI) los productos son un continente en el que el conocimiento aplicado ha pasado a ser lo esencial (relación adjetivo-sustantivo). Por ello la economía del conocimiento tiende a ser toda. Y el cambio es más veloz que lo que parece.
Según WIPO, la tasa de evolución de la inversión en investigación y desarrollo en el mundo más que duplica la del crecimiento del PBI anual. Y como una consecuencia -según el MGI- el precio de los servicios educativos en el mundo es el que más ha crecido en términos reales (más de 40%) desde que se inició el siglo (mientras el de los servicios de comunicación ha bajado 45% gracias al avance tecnológico).
Todo esto está llevando al cambio de categorías porque se están redefiniendo los conceptos de "industrias" o "sectores" (entendidos como cada ámbito productivo definido) porque hoy se funden las disciplinas (automotriz con telecomunicación, satelización con agroproducción, indumentaria con sanidad, alimentación con informática).
Un trabajo de la OCDE explica que el nuevo capital basado en el conocimiento (KBC) se compone de tres tipos de activos: la información compuesta (bases de datos y software), la propiedad innovativa (copyrights y derechos intelectuales, financiamiento para la novedad y nuevos diseños y procesos, disposición de nuevas tecnologías productivas, productos y acceso a recursos) y finalmente las nuevas competencias económicas (mejoras en el funcionamiento de los mercados y las instituciones respectivas, entendimiento y respuesta a las emergentes necesidades de los consumidores, habilidades de los trabajadores, adaptada capacidad de desarrollo de estrategias y management de las empresas).
Esta nueva economía del conocimiento es además crecientemente global. El flujo de datos a través de las fronteras creció 1400 veces en 15 años mientras el comercio internacional convencional lo hizo 1 vez (se duplicó) en ese tiempo. El mundo protagoniza una revolución económica de innovaciones en la que el capital intelectual genera cada año el doble de valor que el tradicional capital físico. Y como efecto de ello (según ComTrade) dos tercios de todos los productos que se comercian a través de las fronteras (exportaciones) en todo el planeta hoy son productos "nuevos" que no existían a fines del reciente siglo XX. Ello se basa en que (como expresa el Mc Kinsey Global Institute) ahora más de la mitad de todas las exportaciones del mundo sumadas son "intangibles".
El mundo protagoniza una revolución económica de innovaciones en la que el capital intelectual genera cada año el doble de valor que el tradicional capital físico
Hace unos años, Art van Ark (de The Conference Board) elaboró un estudio en el que revela que el capital intelectual (CI) explica el 45% de la formación del producto bruto en todo el mundo cada año, destacándose en esta cualidad Suecia, EE.UU. y Finlandia (en ellos el porcentaje es 70% del PBI) además de Holanda y el Reino Unido. Pero en ese trabajo Argentina aparece con una participación del CI en la formación del PBI de solo 34,5% y en el lugar 48 del ranking en el que midió a no muchas decenas de países.
Tamaña transformación global exige por ende cambios varios. Uno de ellos se da en el mundo del trabajo, ya que se prevé que en adelante las empresas requerirán expertos en contingencias, team leaders para robots y la coordinación de teletrabajo, anticipadores de tendencias y descubridores de necesidades nuevas, especialistas en rupturas, expertos en prevención de catástrofes, managers de higiene interempresarial, desarrolladores de continuidad de empresas en entornos inestables, gestores de sostenibilidad, innovadores disruptivos, expertos en proyectos transversales multidisciplinarios, organizadores de residuos, ingenieros en enfermedades o ejecutores de transiciones.
Por todo ello, para participar de esta nueva etapa planetaria, nuestro país requiere mucho más que la mentada ley aprobada por el Congreso. Estamos ante un nuevo modo de profunda modernización económica, productiva, social, laboral y hasta de marco político. Se requiere inversión innovativa, renovación de modelos de producción, trabajadores con nuevas calificaciones, financiamiento, fácil interacción internacional de empresas y personas, conectividad, derechos subjetivos particulares garantizados, premio a la innovación y facilidad para que emerjan eco-sistemas en los que redes de actores de diverso tipo generan auténticos nuevos espacios públicos no estatales.
Los países están efectuando no pocas reformas para competir en el nuevo tiempo. Algunos reducen ambiciosamente impuestos transversalmente (la alícuota promedio de impuesto corporativo en el mundo cayó 20% en lo que ha transcurrido del siglo); otros ya celebran tratados de libre comercio digital (como lo han hecho Chile, Singapur y Nueva Zelanda); algunos refuerzan la protección a la propiedad intelectual y muchos desrigidizan crecientemente regulaciones en sus economías para permitir alto dinamismo.
Es bueno, pues, que Argentina haya iniciado la marcha con la ley de economía del conocimiento. Pero en esta materia es mucho lo que queda pendiente. Aunque (si sirve de consuelo), dada la inquietud permanente del conocimiento, lo pendiente será siempre mucho.
Profesor universitario, especialista en negocios internacionales