La economía de los bosquimanos
Por Enrique G. Costa Lieste Para LA NACION
Ocho de la mañana. Primer día de clase para los nuevos alumnos universitarios. El profesor de Economía I ya está en el aula esperando con tolerancia el arribo de todos. Mientras se asoma por la ventana, contempla la calle luminosa con los últimos calorcitos del verano. Un cartonero empuja su carrito seguido por los niños que a la noche, en esa misma esquina, lo ayudarán a clasificar la basura.
"Tengo que despertarlos", piensa, al volver a observar a sus alumnos. "Todavía tienen arena de la playa en las orejas. Luego de la disco y del desayuno en la estación de servicio se acostaron ayer en las segundas horas de la madrugada. Y yo les tengo que enseñar economía."
Mientras se presentaba y escribía su nombre en el pizarrón (era inútil, lo llamarían "el Flaco"), los alumnos que ya habían sufrido Economía en el secundario esperaban lo habitual: "Buenos días, alumnos. Economía viene del griego ecónomos y significa administración del hogar. Aristóteles, sin embargo, llamaba crematística al intercambio de bienes por dinero..." e inmediatamente dibujaría los ejes cartesianos, una curva que sube y otra que baja, el corte en el centro se llama precio, hay uno solo y todo es perfecto.
El Bello Durmiente y su barra del secundario ya estaban en el fondo, con sus cabezas apoyadas en la pared y los ojos cerrados. Bella Dancer dormitaba con su cabecita en el hombro de Sporty Spada y éste la suya en la pared del costado. Los de adelante tenían los ojos abiertos pero, como el Bello Durmiente, las mentes cerradas.
El profesor les pidió que formaran grupos de cinco o seis alumnos. Un leve resoplido de queja cruzó el aula. "¿Y ahora tengo que moverme?", pensó Casanova Fernández, que se había ubicado junto a una rubiecita. El de Economía I insistió hasta que logró formar cinco grupos de cansinos y simbólicos estudiantes. "Llevan cinco años con las neuronas en recreo", pensó el docente. En una encuesta del año anterior, uno de sus alumnos, al ser inquirido acerca de qué pensaba de su nueva vida en la universidad, había escrito: "Pasás de no hacer nada a hacer todo de todo".
El Flaco les repartió unas hojas con un texto de una página, les pidió que lo leyeran atentamente y que luego lo comentaran dentro de cada grupo. Como un viejo motor de auto, las bielas rechinaron en los cilindros de las dendritas y, poco a poco, gracias al contenido del texto, el aula se convirtió en un gran pandemonio de discusiones. Estaban leyendo un resumen de la vida de los bosquimanos: "Los hombres del bosque", según los holandeses, porque viven en medio de los ralos bosques de baobabs y de mongongós que rodean el desierto de Kalahari, en el sur de Africa.
El profesor le preguntó al grupo más cercano: "¿Cuál les parece que es la primera información que deberíamos escribir en el pizarrón...y la segunda..?" Luego de algunas disquisiciones, se pusieron de acuerdo en que se escribiera "Viven en el sur de Africa". "Son nómadas". "Son bandas de cinco familias". "Nunca pasan de treinta personas". "Les escasea el agua". "Los hombres cazan y pescan, las mujeres recogen frutos y raíces". "¡No tienen jefes, profe!". "Se mudan cada treinta días (cuando se les acaba el agua de los frutos que recogen de los mongongós)". "Las familias se intercambian comida", etc.
El Flaco comienza a construir una red en el pizarrón con todos los conceptos identificados por los grupos, mientras los alumnos le sugieren dónde ubicarlos. Los del fondo le gritan para acallar las voces de los de adelante, se pelean entre ellos en los grupos, levantan airados sus textos para mostrarles sus razones a los otros. "Ya los tengo despiertos. Hora de preguntas. Que tomen decisiones", se autoanuncia el profe. "Bien -les dice- ¿qué les parece la vida de los bosquimanos?".
"¡Es bárbara! Se la pasan pescando", exclama Sporty. "¡Genial, -dice Bella Dancer- se la pasan bailando y tocando tambores!" "¡Tienen toda la comida que quieren!", grita Fatty Gutiérrez. "¡Los novios nadan en el lago sólo vestidos con piercings!", se imagina Casanova Fernández. "¡Trabajan nada más que tres horas por día!", aduce Bello Durmiente.
El Flaco les explica que el intercambio entre las familias compensa las raciones, que entre los sexos hacen división del trabajo, unos recogen vegetales, otros procuran carne, y que, como se especializan, aumentan la productividad. "¿Qué es la productividad, señor Spada?", le pregunta a Sporty. "Mucha producción, profe", es su respuesta. "No, -dice Sofi, que ha permanecido casi callada- productividad es cuando dividís la producción por el número de hombres".
-Bien -dice el profesor- pero ¿son felices?
Entre afirmaciones y gestos que significan "¡cómo no van a ser felices!", Sofi le echó una mirada interrogativa al Profe.
El Flaco se sintió en falta. "Tendría que haberles dado más información. Ahora que conseguí despertarlos y están tan entusiasmados ¿debo arruinarles el panorama?" Desde la ventana observa las bandas de estudiantes que salen durante el descanso y que se atiborran con comida en los maxiquioscos. En la calle ya no hay cartones. Al fin se decide:
-¿Saben por qué siempre tienen treinta personas en las bandas? Porque deben alimentarse en terrenos reducidos. Cuando a lo largo del mes la productividad disminuye por la falta de alimentos, deben mudarse a otro lugar inexplotado por las otras bandas. Es la ley de los rendimientos decrecientes. Esa economía no dá más que para treinta personas. Por eso matan a los bebés sobrantes y dejan morir a los ancianos.
La noticia, para Casanova Fernández, fue ahora un chapuzón en un lago frío. Se hizo un silencio pesado en el aula.
-Ustedes deciden -dijo el Profe- ¿qué economía prefieren?
La discusión siguiente no fue una algarada como la anterior. Al fin el Profe resumió:
-En estas condiciones, la única alternativa para aumentar la riqueza por cabeza sin mayores crueldades relativas es que algunos se mueran de hambre y que otros abandonen la banda en busca de mejores horizontes.
-¿Y si aumentamos el numerador? -dijo Sofi, posesionándose de su rol en la banda.
-¡Ah, sí! -exclamó el de Economía I- pero, por supuesto, ya no sería una economía para bosquimanos.