La dura respuesta de Washington
El Presidente quebró un principio básico de las relaciones internacionales: los jefes de Estado no hablan mal de terceros países cuando viajan al exterior; mucho más si ese tercer país acaba de auxiliarlo
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Nadie había imaginado a Alberto Fernández como un émulo sudamericano de Donald Trump, quien también se abrazó a Rusia y despreció a los aliados tradicionales de su país. Pero hay una diferencia fundamental: Estados Unidos no necesita de Estados Unidos. Washington, en cambio, le hizo hace pocos días un gran favor a la Argentina para que esta llegara a un principio de acuerdo con el Fondo Monetario. “Escupió la mano que le dimos”, describió un alto diplomático norteamericano de carrera, con larga experiencia en América Latina y en el Departamento de Estado.
Fuentes oficiales seguras dijeron que los primeros sorprendidos por las palabras del Presidente ante Putin fueron el canciller Santiago Cafiero y el ministro de Economía, Martín Guzmán, quienes le habían aconsejado que dijera cordiales palabras y que se colocara por encima de la extrema tensión que existe entre Rusia y Occidente por la frontera de Ucrania. Era también un error: Alberto Fernández debió ratificar la vieja política exterior argentina y reclamar por la resolución pacífica de los conflictos internacionales. Al revés, el Presidente pareció ignorar lo que sucede en los límites geográficos de Ucrania. O se inclinó, sin decirlo explícitamente, por las belicosas posiciones del déspota que gobierna en Moscú. ¿Consecuencias? “La Argentina es un país importante de América Latina. No es conveniente que caiga en default, pero la relación con el Fondo será tarea de su gobierno. Estados Unidos no será un obstáculo, pero tampoco será el eterno ángel guardián de ese país”, dijo aquel diplomático norteamericano. Hay decepción. Qué duda cabe.
Tal vez Alberto Fernández se mostró fastidiado por la influencia de los Estados Unidos en el Fondo en clave interna argentina; esto es, para caer bien en los oídos de Cristina Kirchner. La unanimidad de la dirigencia política y económica del país coincide en que la vicepresidenta estuvo detrás de la renuncia de su hijo a la presidencia del bloque kirchnerista en Diputados. La mejor respuesta a si ella estuvo de acuerdo –o no– la dio un legislador peronista de su confianza: “¿Quién le dice que no a Cristina? Nadie. ¿Lo haría su hijo? Imposible”. O quizás Alberto Fernández solo quiso agradar a los oídos que lo escuchaban. Pero ni Putin necesita a la Argentina como puerta de entrada en América Latina, ni ningún país latinoamericano necesita a la Argentina cumpliendo ese rol.
El Presidente quebró un principio básico de las relaciones internacionales: los jefes de Estado no hablan mal de terceros países cuando viajan al exterior
El Presidente quebró un principio básico de las relaciones internacionales: los jefes de Estado no hablan mal de terceros países cuando viajan al exterior. Mucho más si ese tercer país acaba de auxiliarlo. “Sin nosotros, el principio de acuerdo con el Fondo hubiera sido difícil de lograr o no se hubiera logrado”, precisó el destacado diplomático washingtoniano. El mandatario argentino se olvidó de otro principio que rige en el mundo desde la Segunda Guerra: ningún país tiene derecho a acosar a otro en sus propias fronteras, ni mucho menos a amenazarlo con una invasión, que es lo que Putin está haciendo con Ucrania. Por eso es importante que la ocupación de un país por fuerzas extranjeras esté respaldada por razones de seguridad internacional y cuente con la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Fue el caso de Afganistán, después de los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono, pero no fue el caso de Irak. Hubo por esto un vasto reproche a George W. Bush. Si se estableciera un nuevo precedente de que cualquier país puede romper las fronteras de sus vecinos, el mundo se convertiría rápidamente en una sucesión de guerras fronterizas, sobre todo en Europa, donde las fronteras han cambiado tanto durante su larga historia. En ese contexto, la visita de Alberto Fernández a Moscú fue siempre inoportuna, pero nadie previó que resultara un desastre.
Puede ser que los Estados Unidos tengan una influencia importante en el Fondo (de hecho, es el único país que tiene un implícito derecho a veto), pero ni Rusia ni China son indiferentes al estricto cumplimiento de sus normas. Los borradores de convenios que Alberto Fernández llevó a Rusia y a China incluían una cláusula última en ambos casos: la Argentina debe tener normalizada su relación con el Fondo para que esos convenios tengan vigencia. Los representantes chinos en el Fondo son prolijos observadores de la ortodoxia económica. “Los chinos en el Fondo son peores que los norteamericanos”, solía repetir el propio Presidente antes de su conversión en Moscú. Los chinos no cambiarán. Y ahora, encima, llevará sobre sus espaldas la decepción de los norteamericanos. ¿Qué logró Alberto Fernández con ese giro en la política exterior argentina, cuando abandonó la tradición nacional de estar cerca de Europa y los Estados Unidos? Proyectos generosos a cambio de dudosas lealtades. Tampoco tuvo en cuenta que el conflicto de Ucrania es fundamentalmente un conflicto europeo por obvias razones geográficas. Países importantes de Europa, como Francia y Alemania, están comprometidos en preservar la paz en la frontera ucraniana. Alemania y Francia son también voces importantes en el directorio del Fondo.
La inauguración de los Juegos Olímpicos en China, de la que participó Alberto Fernández, se convirtió en una cumbre de autoritarios. El presidente chino, Xi Jinping, es un líder autoritario que vigila, persigue y tortura a los disidentes chinos. No obstante, el Presidente firmó esta madrugada la adhesión del país a la Ruta de la Seda, un megaproyecto imperial chino, comercial y económico con lógicas consecuencias geopolíticas. Es otro desplante a Estados Unidos, que se opone a ese plan de China. Estuvieron en esa cumbre con mayoría de impresentables también Putin y los presidentes de varios países satélites de Rusia, muchos de ellos gobernados por déspotas. También se lo vio allí el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed Bin Salman, acusado en el mundo de haber mandado a torturar y asesinar en Estambul al periodista Jamal Khashoggi. Y participó también el tiránico líder de Egipto, Abdelfatah al-Sisi. El propio Putin está acusado de haber ordenado el asesinato de la periodista rusa disidente Anna Politkóvskaya. Y mantiene preso al ascendente líder opositor ruso Aleksei Navalni, después de que este sobrevivió a un intento de asesinato con sustancias tóxicas.
“La política de derechos humanos de la Argentina es coherente, no tiene fisuras y tiene prestigio internacional”. Esa frase corresponde a una reciente exposición del canciller Cafiero. ¿Coherente y sin fisuras? Según los hechos que estamos viendo, el gobierno habla otro idioma. Debe reconocerse que, tanto en Rusia como en China, es habitual que los líderes mundiales se olviden de los derechos humanos. ¿Ejemplos? El propio Mauricio Macri estuvo en China en 2016 y en Rusia en 2018 y nunca habló allí de los derechos humanos. Fue un error. La conversión rusa de Alberto Fernández en un momento de crisis internacional tiene un precedente. La Argentina del régimen militar de Videla fue uno de los pocos países de Occidente que no aceptaron el bloqueo a la entonces Unión Soviética, reclamado por el expresidente norteamericano Jimmy Carter, en represalia porque los soviéticos habían invadido Afganistán. Carter presionaba entonces duramente al gobierno militar argentino por las violaciones aquí de los derechos humanos, delitos que también le reprochaba a la nomenclatura del Kremlin. Feo espejo para el Presidente.
El telón de fondo es el Fondo. Valga la redundancia. Es imposible entender por qué el Presidente decidió ofender a su principal benefactor en los últimos días, que fue Washington. Sobre todo, porque todavía falta el tramo final para llegar a un acuerdo definitivo con el organismo multilateral. El propio Presidente suele decir que un default con los organismos multilaterales sería mucho peor que el de 2001, que fue solo con los bonistas privados. Ningún presidente argentino declaró nunca un default con los organismos multilaterales. No fue ni es el mejor momento para saltar al vacío.