La división de poderes, ¿hay que jubilarla por vieja?
En la cima del poder político de la Argentina se cree que la división de poderes debe ser "jubilada" por antigua y anacrónica. Así de simple: la base misma del sistema republicano debe ser rechazada por vieja. No se plantea una revolución, ni siquiera una reforma: se plantea directamente un disparate.
Es una idea que no sorprende por su audacia, sino por su precariedad intelectual. Fue planteada, sin embargo, por la actual vicepresidenta de la Nación en un encuentro, hace dos años, en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. El discurso en el que explicitó esa extravagante teoría fue rescatado y analizado la semana pasada en Odisea Argentina, el programa de Carlos Pagni, y puede verse en YouTube. Tal vez convenga volver sobre ese hallazgo periodístico para preguntarnos: ¿todo lo viejo es obsoleto? ¿Debemos renegar de las cosas antiguas solo por su condición de tales? ¿A qué mundo peligroso nos conduciría esta lógica que, entre otras cosas, aconsejaría archivar inventos tan longevos como la filosofía, la astronomía o el arte?
La exjefa del Estado y actual vicepresidenta lo planteó así: "Esta división entre Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial data de 1789, de la Revolución Francesa. Miren de dónde viene esto de gobernar un país o una sociedad con tres poderes, uno de los cuales además es vitalicio, como el Poder Judicial, rémora de la monarquía. ¿Qué quiero decir con esto? Que estamos con el mismo sistema de gobierno de cuando no existían la luz eléctrica ni el auto. ¿A alguien se le ocurriría hoy sacarse una muela como se sacaba una muela en 1789? Seguro que no"
La exjefa del Estado y actual vicepresidenta lo planteó así: "Esta división entre Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial data de 1789, de la Revolución Francesa. Miren de dónde viene esto de gobernar un país o una sociedad con tres poderes, uno de los cuales además es vitalicio, como el Poder Judicial, rémora de la monarquía. ¿Qué quiero decir con esto? Que estamos con el mismo sistema de gobierno de cuando no existían la luz eléctrica ni el auto. ¿A alguien se le ocurriría hoy sacarse una muela como se sacaba una muela en 1789? Seguro que no. Bueno, nosotros, a pesar del inmenso desarrollo tecnológico, seguimos con el mismo sistema de gobierno. Esto exige pensar nuevas arquitecturas institucionales".
Habría que recordar que la división de poderes no es lo único que ha sobrevivido de tiempos lejanos. También lo ha hecho la matemática, que data de una época más remota: su padre fue Pitágoras, que murió en el año 500 a.C. ¿Deberíamos archivar El Quijote porque fue escrito en 1605? ¿O descartar la teoría de la evolución porque Darwin la formuló en 1859?
Así como muchos instrumentos y herramientas han quedado viejos, hay otros que no han sido superados por ninguna revolución tecnológica. Lo recuerda Umberto Eco en un libro titulado De la estupidez a la locura: "Son muchos los objetos que desde que fueron inventados no han podido ser perfeccionados, como el vaso, la cuchara o el martillo. Casi todas las cosas que usamos cotidianamente fueron inventadas en el siglo XIX, desde el tren hasta la hoja de afeitar; desde el alfiler de gancho hasta la leche pasteurizada. El progreso –remarca Eco– no consiste necesariamente en ir hacia adelante a toda costa".
El historiador Yuval Harari destaca que en la actualidad, con todas nuestras tecnologías avanzadas, más del 90 por ciento de las calorías que alimentan a la humanidad proceden del puñado de plantas que nuestros antepasados domesticaron entre 9500 y 3500 a.C.: trigo, arroz, maíz, papas, mijo y cebada. En los últimos 2000 años –explica Harari– no se ha domesticado ninguna planta o animal digno de mención".
Si el sistema republicano es malo porque es viejo, ¿cuál es la alternativa? ¿Cuál sería esa nueva "arquitectura institucional"? ¿Más Poder Ejecutivo y menos Poder Judicial? ¿Más politización de la Justicia? ¿Elección popular de los jueces como en Bolivia? ¿Concentración de poder en lugar de división, contrapesos y equilibrios? ¿Ministerio de la verdad en lugar de libertad de prensa? Habría que recordar, por las dudas, que la monarquía absoluta es más vieja que la república.
La revolución francesa es joven en comparación con el lenguaje, el arte y la arquitectura, por citar algunos ejemplos. ¿Tendríamos que tirar todo eso por la ventana? Es un concepto peligroso, porque más vieja todavía que la división de poderes es la propiedad privada, una noción que también se puso en práctica mucho antes de que aparecieran la luz eléctrica, el automóvil y el torno de los dentistas. Salvo que se piense en reemplazar a los gobiernos por algoritmos –un experimento que tal vez valga la pena–, el intento de cambiar el republicanismo por "algo nuevo" podría representar, en nombre del "progresismo", el regreso a un Estado predemocrático.
Aun con las enormes y razonables dudas que generan, monarquías como la británica y la española muestran que la vigencia de instituciones muy antiguas no ha impedido –ni mucho menos– el desarrollo, la modernización y la virtuosa transformación de esas sociedades democráticas y cosmopolitas. Tal vez no sea casual que la vacuna contra el coronavirus se haya desarrollado en una universidad (Oxford) fundada en el siglo XI. ¿No deberíamos apostar más a la evolución que a la deconstrucción?
Aunque sea insostenible, la idea de que "lo viejo ya no sirve" sintoniza con otras en boga: la de demonizar el pasado, juzgándolo con parámetros del presente, y la de deconstruir en lugar de innovar y evolucionar. "Lo que diferencia al hombre del animal es su condición de heredero y no de mero descendiente", nos recuerda Ortega. ¿Es razonable tirar por la borda nuestra herencia bajo el ropaje de un modernismo impostado que en verdad encubre otra cosa?
Por supuesto que debemos repensar muchos modelos, instrumentos y sistemas. Por supuesto que la revolución tecnológica implica un constante desafío. Pero si se propone discutir "la arquitectura institucional", al menos podrían esperarse argumentos más sofisticados. Mezclar los principios republicanos con los avances instrumentales de la técnica odontológica parece, más que una idea, un eslogan; más que un razonamiento, una consigna. Se parece más a los estribillos de viejas canciones de Viglietti que a propuestas modernas e innovadoras para diseñar una nueva arquitectura conceptual del Estado.
Por otra parte, ¿dónde se pone la raya? ¿Cuándo una cosa pasa a ser demasiado vieja? La Reforma Universitaria, en la Argentina, ya cumplió más de cien años. Se produjo en 1918, mucho antes de Bill Gates y de Steve Jobs, cuando las muelas todavía se sacaban sin anestesia. Sus fundamentos, sin embargo, se siguen defendiendo como "principios sagrados". ¿También aplaudirían en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales la abolición del cogobierno universitario porque se consagró antes de la revolución tecnológica? En foros de supuestos intelectuales, los aplausos suenan más a una renuncia: el espíritu crítico es entregado al entusiasmo militante.
¿Hace falta explicar que el mundo ha sabido evolucionar y superarse sin descartar "lo viejo" por el solo hecho de serlo? Es otra de las discusiones que muestran la precariedad y la obsolescencia del debate argentino. ¿Alguien imagina una democracia moderna discutiendo la división de poderes? Quizás el alarde de modernismo encubra, en verdad, no solo ideas regresivas, sino intereses inconfesables. Quizá se intente rechazar por viejo lo que, en realidad, "no me conviene". Valdría recordar, entonces, una frase de Aristóteles: "Siempre se debe preferir la soberanía de la ley a la de uno de los ciudadanos". Lo dijo hace más de dos mil años. Y confirma que las ideas, como algunas instituciones, muchas veces no envejecen.