La disputa por el pasado
A causa de las dificultades económicas persistentes, la caída del estándar de vida de las clases medias, la deslegitimación de los partidos tradicionales y una crisis migratoria que volvió a afirmar el valor de las fronteras en todo el mundo, el modelo liberal europeo que nació de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial se enfrenta hoy a fuertes cuestionamientos. En el contexto de esta crisis sistémica, la interpretación del pasado reciente también se ha convertido en un terreno conflictivo, y quizás en ninguna parte el fenómeno sea tan claro como en Polonia.
Desde su asunción a fines de octubre de 2015, el gobierno polaco ha ocupado el centro de numerosas polémicas. Su programa nacionalista, conservador y euroescéptico, así como su reciente intento de restringir el derecho al aborto, frenado por la movilización masiva de miles de mujeres, ha llamado la atención de medios y analistas en todo el mundo. Menos atención se ha prestado, sin embargo, a los preocupantes intentos oficiales de clausurar el debate sobre el rol de la sociedad polaca durante el Holocausto.
Hasta la invasión alemana de 1939, Polonia era el hogar de la comunidad judía más grande de Europa. Allí vivían 3,3 millones de judíos, de los cuales 3 millones fueron asesinados durante la guerra, la enorme mayoría en los campos de exterminio que funcionaron bajo la ocupación alemana. La errónea denominación de estos enclaves como "campos de concentración polacos", frecuente en los medios de comunicación y en el discurso político, ha llevado al gobierno a impulsar una legislación que castiga con multas y hasta tres años de prisión no sólo a quienes usen este término, sino a todo aquel que "atribuya a la nación o al Estado polaco la participación, organización, responsabilidad o complicidad en los crímenes cometidos por el Tercer Reich alemán". En aras de limpiar el nombre del país, el gobierno decidió censurar la discusión sobre el pasado reciente.
La aniquilación de los judíos europeos ha sido ampliamente documentada por la historia. Desde la caída del muro de Berlín, toda una generación de historiadores polacos ha hecho grandes progresos en la investigación del rol de la sociedad, demostrando numerosos casos de complicidad con el exterminio, así como muchos otros ejemplos de heroísmo y sacrificio. El debate produce grandes conflictos en Polonia, un país acostumbrado a clausurar las discusiones sobre el pasado reciente; primero durante el período comunista, cuando el poder político evitó condenar a los cómplices del exterminio judío e incluso explotó políticamente el antisemitismo, y más tarde en democracia, cuando la estigmatización del comunismo permitió instalar la idea de que todos los males de la historia polaca habían ocurrido entre 1945 y 1989.
Sin duda es en la historia nacional polaca, marcada por sucesivas oleadas de represión, violencia y ocupación extranjera, así como por una fuerte tradición de antisemitismo, que se pueden encontrar las razones de este intento de negar la demostrada complicidad de muchos polacos en la destrucción de la comunidad judía.
Pero esta ambición por cerrar la historia, o incluso por reescribirla, se inscribe también en un panorama regional centroeuropeo marcado por la emergencia de gobiernos conservadores, nacionalistas y antiliberales, así como por la rehabilitación de personajes vinculados con el pasado autoritario de la región: mientras que en Hungría se extiende el culto de figuras como el escritor fascista József Nyíro y el almirante Miklós Horthy, gobernante del país durante los años 40 y responsable de la deportación de miles de judíos a Auschwitz, en Croacia se populariza la reivindicación del Estado Independiente de Croacia, el régimen de inspiración fascista que, al mando de Ante Pavelic, colaboró con las fuerzas del Eje en la ocupación de Yugoslavia y condujo a la muerte a miles de serbios y judíos. En suma, asistimos a relecturas del pasado reciente que se lanzan a desafiar la interpretación democrático-liberal de la historia del siglo XX, consolidada luego de la caída del muro de Berlín, y ponen en entredicho uno de los consensos fundamentales del proyecto liberal europeo.
Como reza un viejo refrán ruso, "el futuro es seguro, pero el pasado es impredecible". Es que si la historia vuelve a ser objeto de disputa, es precisamente porque existe una conexión íntima entre los problemas del pasado y los problemas del presente. En una Europa en crisis, atravesada no sólo por luchas políticas y económicas, sino también por combates culturales y memoriales, todo indica que la historia y los historiadores no podrán mantenerse al margen del campo de batalla.
Sociólogo, becario del Conicet y doctorando en Historia (Unsam-Ehess)