La dignidad de un escritor
Hugo Beccacece Para LA NACION
"Una democracia debe combatir, para ser tal, el sufrimiento y la injusticia. No hace falta ser un escritor, basta con ser una persona decente para compartir esa idea. Porque un escritor, a quien le repugna el sufrimiento del pueblo, también forma parte del pueblo y por eso debe ser capaz de sufrirlo todo para mantener intacta su libertad intelectual. Aunque en esa libertad vaya incluida la de morirse de hambre." Esas palabras las dijo José Bianco (1908-1986) en una entrevista que le hice en el diario Tiempo Argentino (5 de diciembre de 1982). Escucharlo era conmovedor porque esas frases, expresadas con sencillez, se correspondían con sus actos y no tenían nada que ver con el populismo ni con la demagogia. Había dado prueba de ello por primera vez en un episodio que sacudió el ambiente intelectual de Buenos Aires y se comentó en los círculos literarios de América latina y de Europa hace medio siglo. En 1961, José Bianco, el jefe de redacción de Sur , había renunciado a su cargo por una diferencia con Victoria Ocampo, fundadora, propietaria y directora de la revista. Los motivos de esa renuncia tenían que ver con la dignidad de un escritor, tal como él la concebía. Ese comportamiento, pocos días antes de la inauguración de la Feria del Libro, cobra hoy una extraña actualidad y quizá sea bueno recordar aquellas circunstancias.
Por medio de Sur , "Pepe" (todos llamaban así a José Bianco) fue una de las personas que más influyeron en el desarrollo de la literatura argentina y sobre todo en la formación del gusto de los lectores entre las décadas de 1940 y 1970. El buen criterio de Bianco era uno de los axiomas de la revista y la editorial dirigidas por Victoria Ocampo. A veces, ella no compartía la opinión de él sobre la posibilidad de editar un texto; sin embargo, aceptaba con frecuencia lo que Pepe sugería porque lo respetaba y, a pesar de los gritos que ella profería y las peleas en que se enzarzaban (cómicas y, a la vez, impresionantes para quienes asistían al espectáculo), los dos se querían y estaban de acuerdo en la posibilidad de disentir. Fue así, por caso, como Sur publicó Las criadas , de Jean Genet, una pieza que no gozaba de la simpatía de Victoria, pero que había entusiasmado a Pepe. De la admirable obra de ficción y ensayística de Bianco sólo cabe lamentar que sea breve: los cuentos de La pequeña Gyaros , las nouvelles Sombras suele vestir y Las ratas , la novela La pérdida del reino , los ensayos de Ficción y realidad .
Esa escasez de producción quizá se haya debido al tiempo que le ocupaba a Pepe su trabajo en Sur , pero también a sus preferencias: "Me gusta más leer que escribir", confesaba. Lo hacía con un olfato infalible. Por ejemplo, incorporó a Octavio Paz como colaborador muy tempranamente y lo ayudó a publicar su primer libro de ensayo. Paz siempre le agradeció ese apoyo. En 1985, cuando el poeta mexicano vino a Buenos Aires para participar junto a Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa en la Semana Cultural, organizada por La Nacion, insistió para que su amigo participara de una mesa redonda con él y Vargas Llosa.
La amistad y el entendimiento entre Victoria Ocampo y Bianco parecían destinados a no interrumpirse jamás, hasta que la política se interpuso de un modo imprevisto. El escritor Juan José Hernández recordó las circunstancias que dieron origen al problema en el artículo "Algo más fácil de sentir que de decir", publicado en el Suplemento Cultura de este diario en 2006. Una tarde, probablemente de fines de 1960, Hernández pasó a buscar a Bianco por la redacción de Sur . Lo encontró haciendo orden en su escritorio, es decir, arrojando "con delectación" colaboraciones rechazadas al canasto. Un sobre voló por el aire y cayó justo al lado de donde estaba sentado Juan José. Este lo levantó y vio que tenía el membrete de la Casa de las Américas. En el interior, había una invitación dirigida a Pepe para que integrara el jurado del Segundo Concurso Literario de la institución cubana. Bianco quedó encantado con la propuesta. Era la época de la luna de miel entre los intelectuales y la Revolución encabezada por Fidel Castro.
Bianco aceptó y viajó a Cuba a principios de 1961. Pudo visitar a sus amigos Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo, conoció a José Lezama Lima y se entusiasmó con todo lo que veía. En una carta dirigida a Hernández llegó a decirle desde La Habana que el pueblo estaba contento "porque la Revolución se ha ocupado de él, como se ocuparía un padre ejemplar".
Victoria Ocampo se sentía preocupada por la actitud de su jefe de redacción, que parecía haber girado hacia la izquierda mucho más allá de lo que a ella le hubiera gustado. No le parecía mal que él tomara ese rumbo, siempre que eso no llevara a pensar que Sur también lo había hecho. En la entrevista mencionada de Tiempo Argentino, Bianco dijo: "Victoria quería que publicara una aclaración donde constara el carácter personal de esa invitación. Me lo mandó decir desde Mar del Plata, a último momento, antes de mi viaje. Me negué porque consideraba que la aclaración era innecesaria". Pepe esgrimió en cartas a amigos un argumento difícil de refutar. ¿Por qué razón tenía Victoria que aclarar que él había viajado a Cuba a título personal y no en representación de Sur ? "¿Acaso hizo alguna aclaración semejante cuando Murena viajó a Norteamérica invitado por el Departamento de Estado?", preguntaba.
Mientras Bianco estaba en Cuba, Victoria publicó la aclaración en el número 269 de Sur , donde señalaba que la invitación dirigida al jefe de redacción nada tenía que ver con la revista "donde trajaba, desde hace años, con tanta eficacia". Ya en Buenos Aires, él renunció a su cargo después de haberlo desempeñado durante veinticuatro años. Por un lado, se había sentido desautorizado y, en esa época, para un escritor digno (Pepe hubiera dicho "para cualquier persona"), no cabía otra alternativa honorable que renunciar. Por otra parte, esa aclaración demostraba que algo en la relación con Victoria se había quebrado. Mucho después, Pepe recordaba sus últimos meses en Sur con algunas observaciones teñidas de humor y melancolía. Victoria, que hasta la fatídica invitación había confiado en Pepe y delegado en él buena parte de sus responsabilidades, casi como si se tratara de un álter ego, había empezado a pedirle, como en los viejos tiempos, el sumario de Sur y las colaboraciones: "A ver qué vamos a publicar en este número, che". Y Bianco le había mostrado todo con alegría porque pensaba que su amiga y directora había vuelto a cobrar interés en la revista. "Fijate qué ingenuo era. En realidad, ya no confiaba en mí", me dijo en una charla. En el mundo de Pepe y de Victoria, la ideología contaba, y mucho, a pesar de que la política no era lo que más les interesaba. Pero tan importante como las ideas, o mucho más, era la relación de afecto y de confianza que se establecía entre los amigos.
Una vez que se fue de Sur , Pepe empezó a trabajar en Eudeba. Dirigió durante cinco años la estupenda colección "Genio y figura" y renunció a su puesto cuando la dictadura de Onganía ingresó a golpes en la Universidad de Buenos Aires. En 1968, Bianco hizo su segundo viaje a Cuba, invitado como jurado del premio Uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). De esa segunda estadía, Pepe volvió entristecido. Las intervenciones que había tenido en discusiones públicas con los partidarios de Castro no podían resultarles simpáticas a esos intelectuales devenidos funcionarios. Cuando éstos hablaban de la cultura y la literatura para las masas, Pepe preguntaba con un tonito inocentón: "¿Ustedes se refieren al público, a los lectores, cuando hablan de las masas?" Había sido testigo de la persecución a que estaban sometidos sus amigos Virgilio Piñera y Lezama Lima, así como se le había hecho evidente la censura que imperaba en los medios y la intolerancia ideológica. Despertó de un ensueño. En 1982, recordaba con decepción la fe depositada en la Cuba de su primer viaje: "En 1961, Cuba no era todavía marxista-leninista. Había libertad. Parecía el país de la esperanza para los que teníamos la ilusión de que la libertad pudiera coexistir con una democracia social".
Ya en 1968, Pepe y Victoria se habían reconciliado. No pudieron estar demasiado tiempo sin verse ni hablarse. Se querían y se respetaban demasiado. Esa amistad sólo la interrumpiría la muerte de ella, en 1979.
Lo que Pepe dijo en Tiempo Argentino (1982) sobre el pueblo y las elites merecería ser reescrito y releído a la manera de Pierre Menard, el personaje de Borges. Las mismas palabras tienen hoy la misma vigencia, pero también otras resonancias: "Un escritor cree necesariamente en el pueblo y cree necesariamente en la elite. Cree en el derecho que tiene el pueblo de formar parte de esa elite integrada por los individuos más diversos, sea cual fuere su extracción social y su país de origen". Y daba ejemplos: "Desconfío de los escritores que se proponen deliberadamente escribir para el pueblo, ?para los de abajo', como una vez le oí decir a Elbio Romero, un poeta paraguayo".
La fe no lo había abandonado, a pesar de lo que veía a su alrededor, porque afirmaba: "?el pueblo desconfía de estos caritativos escritores que le hacen un favor insigne creyendo ponerse a su nivel. Confía, en cambio, en el escritor que piensa en la posteridad a través de la perfección de su obra (?). Y el pueblo lo lee, o algún día habrá de leerlo. Habrá de esmerarse en escribir como él".
El domingo 24 de abril se cumplirán 25 años de la muerte de José Bianco.
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