La difícil tarea de auscultar el pensamiento de los otros
He escrito antes sobre este asunto un tanto intrincado, pero como se insiste en el tema con nuevos malentendidos, estimo pertinente volver sobre aspectos de las encuestas de opinión. Como en todos los avatares de la vida, el intento de clarificar ideas resulta medular, pues tal como ha expresado H. G. Wells, “la historia de la humanidad es en esencia la historia de las ideas”.
Desde que irrumpió en escena a principios del siglo anterior auscultar, descifrar y escarbar sobre el pensamiento de otros, las encuestas han sido un ejercicio permanente en muy diversos planos, especialmente en el político y económico, pero también en otros andariveles de la vida.
No soy original si afirmo que aquí hay una cuestión epistemológica de primer rango. Cuando en una fábrica de producción en serie de tornillos se toma una muestra sabemos que –salvo accidentes imprevistos– representa ajustadamente al universo. Pero los seres humanos no son tornillos, cada uno es único e irrepetible, por tanto en rigor una muestra no representa el universo, sino estrictamente solo a la muestra en cuestión. Básicamente, esta es la razón fundamental de tanto yerro. Hay una dosis creciente de trabajos que se detienen a exhibir las equivocaciones de muy variadas encuestas en muy diferentes rubros y lugares, muchas veces sin aludir a la cuestión epistemológica sino que se cargan las tintas contra el mal manejo de los trabajos respectivos y eventualmente la emprenden con algunos profesionales.
Ahora viene otra cuestión que no es para nada menor. Cada uno de nosotros solemos hacer encuestas caseras, por ejemplo, al hacer preguntas a taxistas sobre distintos asuntos y a veces concluimos precipitadamente que las cosas serán como nos dijeron y luego nos sorprendemos si no suceden exactamente como lo vaticinado por nuestros interlocutores circunstanciales. Y aquí viene el punto: pueden no ser exactamente como nos confesaron los taxistas de nuestro ejemplo o muestras equivalentes, pero muchas veces nos dan una idea de los resultados y por lo tanto sirven para vaticinios aproximados.
Esto es lo que sucede con las encuestas de opinión: nos dan una idea general, en ocasiones borrosa y en otras no tanto de sucesos futuros. Pero lo que estimamos es inadmisible es que se pretendan presentar las encuestas como algo “científico” con exactísimos desvíos de márgenes de error en un lado y otro con decimales incluidos. Esto no es serio por las razones apuntadas sobre la condición humana, lo cual no quita que las preguntas a los encuestados pueden formularse con mayor o menor calidad, realizadas por especialistas ya sea de modo presencial, telefónico, escrito en tiempo real y las online asincrónicos que sortean el pretexto del “ahora no puedo”.
También debe tenerse muy en cuenta que a diferencia de los tornillos las cosas con los humanos no son iguales en cada muestra, pues estos seres cambian de opinión. El factor temporal es esencial tomarlo en cuenta en las encuestas. Esto del cambio de opinión se extiende a los metadatos, que son datos que describen otros datos. En este contexto las investigaciones que indagan sobre cuáles con las preferencias de cada uno según lo que busca en internet, con lo que construyen los correspondientes algoritmos que intentan mantenerse actualizados según las modificaciones de cada cual aunque naturalmente se mantienen con atrasos según sean los giros de las preferencias. Lo que señalamos se aplica por más esfuerzos en seleccionar grupos según características demográficas, antropológicas y sociológicas que la muestra pretenda representar.
Hay todavía un asunto más en este terreno y consiste en esbozar la teoría que sostiene que cuanto más masificada sea una sociedad más precisos tienden a ser los resultados de las encuestas, puesto que esos seres se acercan a lo que es un tornillo y se alejan del cultivo de personalidades diferentes. Lo que consignamos se aplica también a los sondeos, que se diferencian de las encuestas porque se circunscriben a una sola pregunta, mientras que estas últimas comprenden una faena más detectivesca hurgando en más profundidad.
En este sentido es pertinente explorar pasajes de la obra de Gustav Le Bon titulada Psicología de las multitudes, donde antes que nada el autor enfatiza que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento, sino la estupidez”. A continuación concluye que en las masas aparece el peligroso fenómeno del contagio, que se lleva puesto todo “sentimiento de responsabilidad”, en el que se encuentra “sumergido” en un “estado de fascinación en que se halla hipnotizado en manos del hipnotizador”, léase al demagogo de turno, de allí el otro texto de Le Bon La psicología del socialismo, que muestra la barbarie de este sistema. Pero redondea en su primer trabajo: “Es de observar que entre los caracteres especiales de las muchedumbres hay muchos, tales como la impulsividad, la irritabilidad, la incapacidad para razonar, la ausencia de juicio y de espíritu crítico.”
También, entre otros, José Ortega y Gasset ha subrayado el mismo fenómeno, en su libro El hombre y la gente. Escribe allí, bajo el subtítulo de “La gente es nadie”: “El terrible impersonal […] en la medida en que no pensamos en virtud de evidencia propia, sino porque oímos decir, porque se piensa y se opina, nuestra vida no es nuestra, dejamos de ser el personaje determinadísimo que es cada cual, vivimos a cuenta de la gente, de la sociedad”. Y más adelante enfatiza que “hay dos formas de vida humana: una la auténtica, que es la vida individual, la que le pasa a alguien y a alguien determinado, a un sujeto consciente y responsable, otra, la vida de la gente, de la sociedad, la vida colectiva que no le pasa a nadie determinado, de que nadie es responsable”. Concluye que “desde hace ciento cincuenta años se han cometido no pocas ligerezas en torno a esta cuestión, se juega frívolamente, confusamente, con las ideas de lo colectivo, lo social, el espíritu nacional, la clase. Pero en el juego las cañas se han ido volviendo lanzas […] Solo los individuos crean. La gente, la sociedad tiende cada vez más a aplastar a los individuos y el día que pase esto se habrá matado la gallina de los huevos de oro”.
Estas referencias ilustran el problema y es la razón por la cual en varios ensayos se desprende que allí donde se respetan los valores de la sociedad libre curiosamente es donde más fallan las encuestas. Curiosamente es en estos países donde generalmente las encuestas sobre las encuestas revelan más quejas e insatisfacciones y, por el contrario, como queda dicho, estudios bien documentados y calibrados muestran que allí donde predominan las recetas autoritarias del estatismo en ámbitos masificados es donde las encuestas en general aciertan más porque hay una mayor abundancia de hombres-tornillos.
Por supuesto que este análisis no toma en cuenta posibles deshonestidades en las encuestas, lo cual es motivo de otra nota. En el tema de las investigaciones de opinión consideramos que se deben tomar en cuenta estas reflexiones, que adquieren mayor relevancia a medida en que las preguntas son más numerosas, lo cual no significa que se abandonen las pesquisas solo que con una dosis mayor de modestia y con las limitaciones del caso. Espero estas consideraciones sobre la materia resulten útiles para el debate en curso, que ahora se reitera con nuevos aditamentos. ß
El autor completó dos doctorados, es docente y miembro de tres academias nacionales.