La deuda es con la niñez y la adolescencia
La pandemia del Covid-19 afectó los hogares con niñas y niños. Con el objetivo de generar evidencia, plantear áreas de mejoras y desafíos para revertir vulneraciones, Unicef realizó cinco mediciones representativas de estos hogares de todo el país. A más de 20 meses de iniciada la pandemia, la quinta encuesta nos permite plantear tres impactos (económico, en la primera infancia y en una serie de áreas de mejora) y al menos, dos recomendaciones: proteger el presupuesto destinado a la infancia, particularmente en lo referido a la protección de ingresos, y priorizar a la primera infancia en las políticas para la erradicación de la pobreza.
En primer lugar, los indicadores que resumen los impactos socioeconómicos de la pandemia todavía no muestran recuperación. El 50% de las personas adultas, principalmente las mujeres con niños y niñas a cargo, atravesó una situación de inestabilidad laboral. El 62% de hogares (3,9 millones) donde viven chicos y chicas tiene sus ingresos laborales reducidos y en casi el 40% se dejó de comprar algún alimento por falta de dinero. Si bien 6 de cada 10 hogares es alcanzado por alguna medida de protección de ingresos, que cuentan con un elevado respaldo social, el deterioro del poder adquisitivo de las prestaciones genera que el 50% de las considere escasas y que al 75% de quienes reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH) no le alcance el dinero para cubrir las necesidades básicas de sus hijos e hijas.
En segundo lugar, hay un grupo poblacional particularmente afectado por la pandemia: las niñas y niños más pequeños. Por un lado, casi la mitad de los hogares expresan que los chicos y chicas hasta 6 años continúan con trastornos en la alimentación, un 42% con alternaciones en el sueño, uno de cada cuatro tiene problemas de comunicación. Por otra parte, la vuelta a las actividades laborales ha generado que, ante una oferta pública escasa de cuidado, cuando los padres y las madres salen a trabajar entre un 8 y un 12% de las niñas y niños se queden solos o al cuidado de un hermano mayor, generalmente una hermana.
La interrupción de servicios (incluyendo los de cuidado, educación y acompañamiento familiar), las vivencias de situaciones de estrés al interior de los hogares, sumado a las dificultades que tienen las y los más pequeños para poder expresar emociones de angustia, ansiedad, inquietud o miedos, podrían tener consecuencias en el desarrollo infantil.
Finalmente, hay un conjunto de indicadores que son alentadores. Se observan avances en los controles de salud y en el cumplimiento del calendario de vacunación, ha mejorado la situación socioemocional de las y los adolescentes, la organización de los hogares sigue recayendo en las mujeres, pero con menores niveles de tensión. Es probable que parte de estos cambios sean atribuibles a la presencialidad educativa.
La situación descripta nos interpela en dos direcciones. En un momento crucial donde se estará discutiendo metas presupuestarias plurianuales, es clave sostener la priorización de la niñez y la adolescencia en el presupuesto, y, en particular, adecuar el presupuesto y las metas físicas para lograr una cobertura universal y no condicionada de la AUH como principal mecanismo de protección de ingresos. Por otra parte, es necesario multiplicar los esfuerzos para que la primera infancia sea el eje transversal de las políticas públicas de erradicación de la pobreza en la Argentina.
Unos meses antes de la pandemia, desde Unicef lanzamos una campaña para las elecciones presidenciales donde señalábamos los alarmantes niveles de pobreza en la niñez y la adolescencia y realizábamos una serie de propuestas de políticas. Dos años más tarde, la pandemia profundizó las desigualdades ya existentes. Por eso, hoy más que nunca reafirmamos el lema de esa campaña: la deuda es con la niñez y la adolescencia.
Especialista en Inclusión Social de Unicef