
La destrucción cultural tiene nombre: memoricidio
La expresión nació hace menos de una década. Las Naciones Unidas ya han definido con precisión su significado. Los últimos conflictos bélicos en lo que fue la Yugoslavia de Tito son el ejemplo más reciente de este tipo de desastres, que sufrieron, entre otras, las ciudades de Sarajevo y Dubrovnik.
FUE el profesor Mirko Grmek el que primero habló de memoricidio . Lo hizo a través de sus conferencias durante 1991. Luego, la expresión se extendió y, de la misma manera que limpieza étnica, sirvió para definir una realidad de la guerra.
Los expertos de las Naciones Unidas coincidieron en que memoricidio es "la destrucción intencional de bienes culturales que no se puede justificar por la necesidad militar". Dentro del patrimonio cultural se cuentan los monumentos, las ciudades o barrios históricos, las galerías de arte, los museos, las bibliotecas y los archivos.
La destrucción de bienes culturales representa la desaparición de lo que fue dejado por generaciones anteriores. Esta herencia es lo que conforma la identidad de un pueblo; de allí el sentimiento de pérdida irreparable que suscita cuando no sólo se elimina un grupo, sino también su rastro por la tierra.
En lo que fue Yugoslavia hubo una catástrofe cultural de "una amplitud aterradora", según los informes del Consejo de Seguridad europeo (documento 6756, p. 47). En verdad, la magnitud de la devastación fue enorme. Atención, la destrucción del patrimonio cultural en Croacia y Bosnia durante la guerra de 1991-1995 excede largamente los daños imputables a las dos guerras mundiales. (Consejo de Europa, doc. 6904, p 7.)
Muchos monumentos fueron dinamitados en momentos en que no se combatía, como las mezquitas de Hasan Defterdar y Ferhat Pasa, dos testimonios excepcionales de la arquitectura del siglo XVI.
Según el Consejo de Europa, durante la guerra de 1991-95 el objetivo de Serbia fue ocupar los territorios habitados por los no serbios, sobre todo los de los croatas y bosnios musulmanes y destruir su identidad política, económica y cultural en nombre de la autodeterminación de los serbios. (Consejo de Europa 1993, doc 6756.)
Así, todas las ciudades atacadas en ese entonces sufrieron en su patrimonio, y Sarajevo y Dubrovnik son sólo dos ejemplos.
Sarajevo
Una construcción morisca evocaba el origen de la ciudad mientras se recostaba sobre el río que atraviesa Sarajevo, y era el símbolo y el orgullo de sus habitantes. Sus cuatro pisos abrigaron al Parlamento hasta el preciso momento en que la región explotó y con ella el mundo, es decir hasta 1914. Y desde 1946 contenía la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia y Herzegovina.
En la noche del 25 de agosto de 1992, la biblioteca fue atacada en cuatro puntos diferentes y alcanzada por 25 proyectiles incendiarios. Cuarenta bombas fueron lanzadas en las calles vecinas imposibilitando salvamento alguno. En instantes, el rugido de las llamas ensordeció el lugar. Todos los bibliotecarios y muchísimos voluntarios acudieron en seguida y formaron una desesperada cadena para rescatar los libros.
Fueron esfuerzos tan entrañables como inútiles. De los libros sólo quedaron las cenizas y algunas mujeres murieron bajo la lluvia de proyectiles que siguió cayendo.
Kemal Bakarsic recuerda que, esa noche, "el cielo estaba oscurecido por el humo de los libros, páginas calcinadas se levantaban en el aire, flotaban por un instante y volvían a caer como una nieve negra por toda la ciudad; los que atrapaban una hoja podían sentir su calor y leer fugazmente aquello que tenía un extraño aspecto de un negativo en negro y gris. Disipado el calor, la página caía pulverizada entre nuestros dedos".
La Biblioteca Nacional tenía más de un millón y medio de volúmenes que incluían 155.000 manuscritos, incunables y libros raros. Dos meses antes había sido atacado el Instituto de Estudios Orientales que tenía 5263 manuscritos árabes, turcos, persas y bosnios, con ordenanzas de sultanes del siglo XI en adelante.
Entre los libros que Bakarsic salvó del Museo Nacional -que a su vez no tardó en ser atacado- se encontraba el Haggadah de Sarajevo, una obra de calígrafos judíos de la España del siglo XIV que fue llevado por la familia Cohen cuando huían de la Inquisición. El documento se considera uno de los tesoros más preciosos de Bosnia.
La Comisión de Expertos de las Naciones Unidas estableció una cronología detallada del sitio de Sarajevo. En los días calmos, los observadores contaban entre 200 y 300 impactos y los días más activos tenían hasta 1000. Vale la pena recordar que el 22 de julio de 1993 la ciudad fue sacudida por 3777 impactos. Esta es la misma cronología que confirma que ciertos blancos fueron bombardeados sistemáticamente; el barrio histórico, las iglesias y mezquitas, los museos y bibliotecas y los edificios públicos. (Reporte final, 1994, pág. 45.)
Dubrovnik
Dubrovnik es una de las más antiguas ciudades del Mediterráneo, todavía amurallada, como correspondía al momento de su creación, el siglo VII. A causa de su belleza y sus tesoros culturales, la Unesco la consideró patrimonio de la humanidad desde 1971. Y hasta el momento nunca había sido devastada por el hombre, solamente se le habían animado los terremotos y algún incendio menor.
Pero la suerte de la ciudad varió en 1991, cuando empezaron los bombardeos. Uno de ellos, en diciembre, arrojó 2000 misiles que durante 12 horas fueron cayendo sobre el casco histórico. Y éste no fue el último ataque. Los estragos desesperaron a los que aman la cultura y, a la inquietud extrema de los especialistas, los organismos internacionales respondieron que no harían nada mientras no cesaran las hostilidades.
Indignados por la falta de respuesta, muchos propusieron soluciones heroicas, como el académico francés Jean d«Ormesson que propuso lanzarse en paracaídas para salvar la ciudad y buscó voluntarios que lo siguieran. La idea atrajo una enorme atención de los medios y desparramó la indignación entre los especialistas, los intelectuales y el público en general.
Como la presión fue creciendo, finalmente la Unesco decidió enviar consultores a Dubrovnik, en virtud de la Convención de La Haya para la protección de bienes culturales (1954). Muchos especialistas y amantes del arte arriesgaron su vida en esto y ésa fue la primera vez en su historia que la organización intervino durante un conflicto armado.
Es cierto que no lograron detener la agresión, pero el hecho señaló un comienzo en la toma de conciencia sobre el memoricidio . Y podemos creer que los bombardeos hubieran sido más perniciosos aún sin la presencia de la Unesco.
Según Andras Riedlmayer, historiador de Harvard, la destrucción intencional de las bibliotecas y archivos no se puede considerar como una expresión de un punto de vista político y mucho menos como una consecuencia de la guerra. Se trata de un crimen contra la humanidad en virtud del derecho humanitario internacional y en particular si se atienden los términos de la Convención de La Haya (1954) y de la Convención de Ginebra (1949) y sus protocolos adicionales (1977). Los organismos internacionales se han hecho eco de esta postura y establecieron que "la destrucción deliberada y sistemática de bibliotecas y archivos constituye un crimen contra la humanidad".
En los informes mencionados se destaca que en los momentos de guerra hubo un acrecentado interés por la lectura. Aunque parezca sorprendente, cuanto más atacadas eran las ciudades más leía la gente. En particular, los niños solían llevar un libro a los refugios subterráneos donde vivían durante los ataques.
"Nosotros no sabíamos lo que ocurría". Esta frase que se usó en los últimos cincuenta años para explicar la inacción durante los genocidios de la Segunda Guerra Mundial ya no sirve hoy. Esta vez todo sucedió frente a las cámaras de la CNN y fue retransmitido hasta el infinito, con Internet incluida. De manera que quedó más en evidencia que pocos se irían a ocupar de defender una región que tiene más libros y monumentos que petróleo y armas nucleares.
Los hombres cuidaron siempre de preservar la propia memoria. El dejar tras de sí testimonio de las luchas, las creencias y los amores que llevaron en vida. Lo han hecho desde la Edad de Piedra, lo vimos en las cuevas de Altamira y no es otra cosa lo que registra Internet. Por eso, quizá, no se equivoquen los que afirman que borrar la memoria de la existencia de un pueblo es un crimen comparable con la aniquilación de la vida misma.
La autora, argentina, es escritora. Su última novela es María Josefa Ezcurra, el amor prohibido de Belgrano .