La desaparición del cepo cambiario debe comenzar ahora
El denominado cepo cambiario, o sea las restricciones a la utilización de monedas extranjeras que estorban o directamente impiden la exportación e importación de bienes y servicios, tiene como obvio resultado el actual deterioro de la capacidad de producción interna, el cierre de empresas, la pérdida de empleos y salarios y la pobreza y la caída de la salud que se han extendido en todo el ámbito de la República. Cuando se trata este tema es increíble que poco y nada se hable del gasto público innecesario, que es en buena parte el origen de nuestros males, porque ha desencadenado una presión impositiva de colosal magnitud. Lamentablemente no se ha informado a la población debidamente que algo así como un 50% del precio de los bienes que compra o los servicios que obtiene no lo entrega para pagar aquello que requiere, sino para que el fisco abone en muchos casos salarios o gastos sin sustento serio.
Es inaceptable esa actitud de algunos gobernantes de desalentar mediante un impuesto a la producción, impuesto disimulado utilizando la palabra “retención”, que no existe en el derecho tributario. Esa quita camuflada bajo el término mencionado esconde la realidad de que se trata de un impuesto a la producción que, como es sabido por lo menos desde Alfred Marshall –que lo dijo en 1880–, reduce la oferta del bien en cuestión porque el precio resulta inferior. Ese margen en la práctica reduce la producción y desde luego la exportación. Correlativamente al mercado nacional ingresan menos dólares que los que necesitamos imperiosamente.
Los productores no deberían utilizar jamás la palabra “retención”, que consiste en una disminución del precio de lo que entrega el productor, quien recibe un importe en donde se ha reducido ese monto con la denominada retención. Lo que ocurre es que en el mundo civilizado la producción no está gravada. A quienes dirigen esa inmensa cantidad de países jamás se les ocurrió gravar la producción y más si se consigue con ella moneda extranjera. Los que inventaron este gravamen en la Argentina y sus seguidores encubrieron el acto que sabían que iba a producir absoluta disconformidad interna e internacional, utilizando el verbo “retener”, que no tiene la más mínima relación con “impuesto”. De esa manera sus víctimas, que no son solamente los productores sino todo el pueblo, no toma conciencia de lo que está ocurriendo. La exportación no solo tiene el efecto de conseguir dinero extranjero, sino que alienta la expansión interna de la economía y la ocupación de muchas personas, de manera que la disminución de la producción nos afecta a todos.
Cuando los organismos oficiales se quejan de que les faltan dólares o la moneda que fuere, deberían explicar que esa carencia se debe a que el “impuesto a la producción” (vamos de ahora en más a llamar correctamente a ese tributo) disminuye las ventas al exterior de bienes producidos aquí, y esa es una razón importante de que no paguemos en tiempo y forma nuestras deudas.
Ese tributo sirve para pagar mediante los impuestos los gastos del Estado tomado como una individualidad, o sea nacional, provincial o municipal. En la Argentina, según ha señalado Diego Cabot, un notable periodista de LA NACION, en un artículo titulado “Los pasillos del Estado convertidos en una sala a la espera del despido”, fechado el 7 de julio de 2024, los empleos públicos que en 2005 eran 2.582.665, en el total nacional, provincial y municipal, llegaron a 3.964.553 en 2023, o sea un incremento de casi 2.000.000 de personas: un 40% más, en 18 períodos anuales. Me atrevo a sostener que la mayoría de los incorporados no eran necesarios. En lo que concierne al Estado nacional, había en 2005 540.026 empleados; en 2015 había 798.356, o sea 258.000 más; en 2019, 746.828, unos 50.000 menos; y en 2023, 792.405 empleados, o sea casi la misma cantidad que en 2015. Cualquiera se da cuenta de que los 2.000.000 de empleados de más exigen una inmensa cantidad de salarios que se pagan con impuestos, como el de la producción al que nos hemos referido, pero como aquellos no alcanzan se ha recurrido a la emisión de moneda. Ahora, para disminuir el gasto público se paga menos jubilación que la que corresponde y se ha suspendido la realización de obras públicas necesarias.
Nuestra inflación tiene origen en buena medida en los sueldos de los empleados de más que tienen el Estado nacional, las provincias y los municipios, que impiden, por ejemplo, tener el apoyo sanitario que fuera menester o la creación de empresas dignas que tuvieran empleados con salarios razonables. Podríamos pintar un cuadro que mostrara un empleado público designado sin merecerlo comiendo razonablemente mientras un anciano jubilado no puede adquirir el remedio que podría prolongar su vida o un chico de corta edad que come una comida por día y que va a llegar a la adolescencia con serias falencias físicas y mentales, porque sus padres no consiguen un trabajo valedero ni saben hacerlo.
La Argentina no tiene suficientes dólares porque gasta lo que no tiene y no exporta lo que sabemos que tiene. Aparentemente no hay salida para el cepo, salvo que tome un camino impensable que le abra una puerta y adopte una decisión sin vacilación alguna para crecer y desarrollarse. Un ejemplo podría ayudarnos: más de dos centurias atrás varios poderosos ejércitos, uno austríaco y otro prusiano, convergieron sobre París para terminar con el gobierno revolucionario. Buena parte de este se retiró, hasta que el ministro de Justicia, Danton, pronunció el 2 de septiembre de 1792 un tremendo discurso que convenció a todos de que debían luchar contra el enemigo pese a la situación adversa: “Para vencerlo, señores, es necesaria la audacia, todavía la audacia y siempre la audacia” (“pour les vaincre, messieurs, il faut de l’audace, encore de l’audace et toujours de l’audace”). Los franceses, como pudieron, animados por la valentía y energía de Danton, vencieron en la batalla de Valmy a sus adversarios.
En lo que a nosotros concierne, no sabemos cuánto cuesta realmente el impuesto a la producción. Las cifras oficiales de lo que recauda el Gobierno es obvio que se conocen, pero nadie sabe a ciencia cierta cuál es el costo real que tiene para la economía en general y para los productores en particular tan grande imposición. Lo que saben voces autorizadas es que el descalabro es demoledor. No parece, en consecuencia, que sea una gran audacia suprimir ese impuesto mendaz ya mismo y fortalecer de esa manera a la producción, lo que va a significar que va a crecer la confianza en el Gobierno por esta resolución enérgica, va a aumentar la expansión de la economía y con ella los ingresos tributarios en todo el país que no se reciban por la derogación del impuesto a la producción. Además, del trabajo del periodista Cabot surge una formidable ayuda: del universo de empleados nacionales de 792.405, “… directamente pudo aplicar la motosierra en unos 234.000, a los que les restó 21.700″. Quiere decir que por este lado también hay forma de cubrir la pérdida de ingresos por la supresión del impuesto a la producción. Con un poco de audacia vamos a ganar muchos dólares para terminar con el cepo y vamos a concluir con la recesión que nos abruma.
Esto es muy sencillo: basta con exportar más, para lo cual es preciso pagarles a los productores el precio correcto.ß
El autor es abogado, economista y periodista