La democracia tecnodirigida
El escándalo mundial de Cambridge Analytica -de características cinematográficas por cierto- nos invita a reflexionar sobre ciertas cuestiones que por obvias las escondemos bajo la alfombra de la naturalización. Simplemente dejamos que sucedan. La misma falta de reacción hemos tenido frente a la llegada de las redes sociales a nuestras vidas. Nadie las pidió, nadie voto por ellas, es más, no las necesitábamos, sin embargo aquí están, modificando gradual y sistemáticamente nuestra cotidianidad.
A estas alturas no caben dudas de que las redes sociales han reconfigurado pautas tradicionales de comportamiento, por ejemplo nuestras conductas comunicativas; sin embargo, existe un aspecto de la irrupción de las redes que trasciende las relaciones personales y se refiere a su efecto directo sobre los mecanismos clásicos de la intermediación política.
Sucede que las redes han potenciado un viejo y típico riesgo de las democracias que se refiere al individualismo, al hecho de alejarnos de quien está a tu lado y ponernos ficticiamente más cerca del que está lejos -mi amigo de Facebook, mis seguidores de twitter-; se convierte así en un novedoso fenómeno de disolución política. Nuestras sociedades, a través de las redes no hacen más que reafirmarse en el individualismo, ahora disimulado a través de la cercanía virtual. Un vínculo que se mantiene hasta que se corta la luz o se agota la batería del celular.
Este fenómeno tiene una peculiar consecuencia y es la gradual desaparición del espacio físico, o sea de la "comunidad de los presentes", y su remplazo por el espacio online o la "comunidad de ausentes". Estamos presenciando el nacimiento de la democracia de los abonados a internet y disueltos en las redes: democracia virtual para una sociedad virtual.
Es decir, se debilita la vinculación local y el sentido de pertenencia a un espacio común, en otras palabras: se deteriora el sustrato mismo de la democracia y aquello que nos une es remplazado por un espacio espectral donde solo existen fotografías, caracteres y emoticones, diluyéndose la identidad social y quedando solo individualidades sueltas.
Estas consideraciones de ningún modo pretenden negar cierto costado positivo vinculado a la capacidad organizativa a través de wahtsapp, twitter o Facebook siempre y cuando se concluya en acciones concretas o en encuentros colectivos en espacios reales; sucede que dichas redes mantendrán un efecto negativo en tanto desmotiven estos encuentros físicos y territoriales o neutralicen las acciones que trasciendan el espacio de la virtualidad.
Cuando Giovanni Sartori nos alertó sobre la sociedad teledirigida y el homo videns no había sucedido aún la revolución de los smartphones y las redes sociales.
¿Cuánto tiempo del día estamos hoy con la vista puesta en una pantalla? Actualmente podríamos hablar del "Super homo videns" sartoriano y la sociedad tecnodirigida, pues ya no solo trabajamos incrustados en la computadora y comemos sobre la televisión, sino que directamente viajamos mirando el celular y hasta vamos al baño con nuestros teléfonos.
El único problema entonces no es el individualismo encubierto, el control y direccionamiento que desde allí se ejerce sobre nuestras vidas, sino que esta manipulación la experimentamos como un nuevo tipo de libertad.
Nos escandalizamos ante los viejos totalitarismos manipuladores del siglo pasado, pero no lo hacemos cuando en pleno siglo XXI, mediante la tecnología y las redes, se estimulan y condicionan nuestras decisiones ya no solo de consumo, sino también políticas, como se ha evidenciado -a partir de investigaciones periodísticas- mediante el escándalo mundial de Cambridge Analytica, empresa acusada de recolectar datos personales de Facebook para diseñar "campañas políticas" y sospechada de haber intervenido decisivamente en los dos resultados más inesperados de la política internacional: el Brexit en Gran Bretaña y el triunfo de Trump en EEUU.
Doctor en Ciencias Jurídicas y Especialista en Constitucionalismo. Profesor de derecho constitucional de la UBA