La democracia frente al terrorismo
El mismo día. Una vez más, el pasado 8 de septiembre, mientras François Hollande pronunciaba un discurso decisivo para su propia carrera política supuestamente debilitada, y para el futuro de Francia, la por suerte fallida intentona llevada a cabo por cuatro mujeres que pretendían hacer estallar un auto lleno de garrafas frente a Notre-Dame de París coincidió con sus palabras, como el eco. Igual que durante el atentado del 14 de julio, cuando, en el momento mismo en que el presidente anunciaba el cese del estado de urgencia promulgado tras los sangrientos atentados de noviembre, un camión frigorífico arremetió contra la multitud.
Un paralelismo sin relación directa con los discursos en sí: todos estos asesinos, ahora de ambos sexos, responden a las directivas del jihadista francés que los guía desde Siria a través de internet, y sólo están esperando que su maestro les dé, por decirlo en criollo, la voz de ahura. Habiendo comprendido lo difícil que es conseguir las armas o las bombas, este gurú del crimen aconseja matar como se pueda: con un camión, con un cuchillo de cocina como el utilizado para degollar a un cura viejito, el padre Hamel, mientras daba misa en su iglesia, o haciendo explotar el gas que cada uno tenga en casa, tal como pretendieron hacerlo estas cuatro "amazonas", bastante chambonas, valga la rima, pero dispuestas a todo.
La novedad consiste en que últimamente también monsieur Hollande se muestra dispuesto a todo. Aunque todavía no haya declarado su candidatura a las próximas elecciones, su discurso y su actitud han sido las de un candidato que ya ha entrado en campaña. Resulta curioso observar cómo los gestos, las expresiones, el modo de caminar y de pararse hablan de vacilación o de esperanza. Hasta hace un tiempo, al verlo inerte y apagado, uno se preguntaba dónde estaba François Hollande, aquel que en su famoso discurso del Bourget en 2012 había electrizado a la juventud. Ahora basta verlo para tener la respuesta. ¿Dónde estaba? Ahí. El presidente francés parecía haberse escondido detrás de sí mismo, y de pronto reaparece vivito y coleando para explicarnos con su habitual bonhomía, pero también con pasión, que la única protección contra el terrorismo, vale decir, la que no nos vuelva terroristas en sentido inverso, es la democracia.
Al que le caiga el sayo que se lo ponga. Esto último iba para Sarkozy-Le Pen, a quienes Hollande no mencionó jamás por su nombre, pero sí en filigrana. Cuando dijo: "No permitiré que se vean cuestionadas las libertades francesas ni que la educación sea disminuida ni la cultura amputada", y cuando agregó: "Nuestra identidad no está fijada en el tiempo, no es una fotografía inmóvil ni una contemplación del pasado ni tampoco una búsqueda obstinada de las raíces para saber hasta qué punto somos franceses", nadie podía ignorar a quién o quiénes se refería. Tampoco era posible hacerse el sonso cuando machacó: "No dejaré que Europa se disloque o se disuelva ni que sea captada por el nacionalismo, por las fronteras, por el extremismo", una pica abiertamente dirigida contra Marine, pero también contra los países del Este con su falta de solidaridad ante la crisis de los refugiados, y contra los británicos del Brexit que desearían seguir siendo la plaza financiera de Europa, sin quedarse en Europa. En definitiva, lo que Hollande volvió a poner sobre el tapete es que Francia no es una identidad religiosa ni étnica, sino una idea, un mensaje, principios universales, una cultura política surgida de la Revolución.
Ubicándose como el protector del Estado de derecho ("yo debo proteger la casa Francia", había dicho (ya) en su discurso del 14 de julio"), Hollande recordó que las leyes contra el terrorismo ya existen: "Mientras yo sea presidente de la República, no habrá ninguna legislación de circunstancia, tan inaplicable como anticonstitucional" (patadita para los que proponen encerrar en centros de detención a los sospechosos de simpatías hacia el fundamentalismo, antes de que hayan hecho nada y por si se deciden a hacerlo). Punto fundamental del discurso: no, el Islam no es la amenaza de la que habla Michel Houellebeck en Sumisión (maloliente novela que en su momento tuve el placer de agarrar a martillazos en estas mismas páginas), como se demostró durante la gran oleada solidaria que unió a cristianos y musulmanes cuando el asesinato del cura (inolvidables las mujeres veladas llorando y oyendo misa en esa misma Notre-Dame donde otras mujeres, que aunque lleven el mismo velo no son sus correligionarias, intentaron sembrar la muerte). "Sí, claramente sí, el Islam es compatible con la república laica -terminó diciendo el Presidente-. Sí, claramente sí, los musulmanes pueden llegar a un compromiso con la laicidad."
Sabias palabras, aunque por desgracia la batalla electoral que se aproxima no vuele para nada a la misma altura. Si la derecha y la extrema derecha se disputan el mismo kiosquito -la utilización del miedo-, los que se ubican a la izquierda del gobierno se han lanzado a una danza de las ambiciones de una extraordinaria duplicidad (no por nada a alguno de ellos ya se lo conoce por el nombre de la traición, Brutus). Participan del baile varios ex ministros de Hollande a quien acusan de ser lo que siempre dijo que era, un socialdemócrata. Sin embargo, lo que acecha por detrás es un derrotismo basado en el siguiente cálculo: somos jóvenes, ¿y si en vez de apoyar a Hollande sumándole unos votos con los que ganaría, nos anotamos para 2022 dejando por ahora que la derecha vuelva, aun arriesgando que esa derecha se apellide Le Pen?
Mientras tanto, los tres últimos atentados que la policía consiguió detener iban a ser protagonizados por chicos de 15 años. No es tiempo de jugar, es tiempo de unirse contra los dos fundamentalismos de signo opuesto que atentan contra la vida tal como la conocimos hasta ahora, imperfecta pero digna de amor.