La democracia es una aventura en libertad
La democracia es una aventura en libertad, llena de acechanzas. La mayor es la falta de respeto por los límites, lo que los griegos llamaron “plenoxía”. Considerada una de las mayores perturbaciones para una sociedad democrática, porque al imponer el desprecio por la ley es la principal fuente de inestabilidad: irremediablemente lleva del “todo es posible” al “nada importa institucional”, el derrotero histórico de los populismos. La Argentina vive tiempos de ideas jurídicas propias del desborde y el escapismo, que han ido sumiendo a la vida política del país en un estado de plenoxía cada vez más alarmante. Lo llamativo es que le dan forma dos vectores antagónicos en todo, salvo el resultado: uno propone un hedonismo grosero; el otro una emergencia mágica.
El hedonismo tergiversado tomó impulso con las restricciones brutales impuestas en la pandemia, de la mano de la idea antibíblica de que era posible vivir sin trabajar. Fue volviéndose más burdo: de vacaciones gratuitas pasó a facilidades para recreaciones chabacanas, hasta llegar al extremo de prometer el derecho al futuro, desafiando con palabras las vicisitudes del tiempo. No es nuevo. Remonta a ese constitucionalismo esperanzador que llegó a establecer el derecho a la felicidad en México en 1917, con sus correlatos en este siglo en la constitución chilena fallida y la venezolana vigente. Al decir de Cristina de Suecia, el papel resiste todo. El problema es que la realidad no, con la evidencia en nuestro caso de una inflación superior al 100%, y niveles de informalidad y pobreza simplemente tristes.
La emergencia mágica es lamentable consecuencia de aquel modelo acabado. Se inicia como una farsa de estética y contenido, y amenaza con terminar en tragedia. Su esencia es idéntica: un modelo que desconoce los límites; que plantea una democracia en estado plebiscitario permanente, para saltearlos en una suerte de ejercicio del poder directo por la opinión pública, con un árbitro, uno solo. El mecanismo de acción directa pero no en la calle, sino en la cúspide del poder.
Sus raíces son más antiguas. Es una regresión atávica a la vieja línea de los profetas, que construían legitimidad en base al báculo y la tierra prometida. Su correlato moderno es estremecedor: basta recordar la Europa de mitad de siglo pasado. Una vuelta a la magia, cargada de las inconsistencias propias del nomadismo político, al que le da lo mismo decir y hacer cualquier cosa, bajo el disfraz de la ruptura con el sistema.
Bien vistos, son dos caras de una misma moneda: una de un ciclo extinto y la otra como promesa de uno nuevo, pero para llegar al mismo destino. Un falso dilema entre opciones que nos han llevado siempre al punto de inicio del laberinto. Ponen en juego el estado de derecho, el criterio de estabilidad del sistema, por lo que no es exagerado decir que la democracia está en peligro. Una vez más, la preservación de ese pivote jurídico es la clave de bóveda de los tiempos desafiantes que enfrentamos. Ya conocemos dónde terminan estas políticas del desborde: desorden, violencia, autoritarismo y menos libertad. Por una vez debiéramos aprender de la gran maestra que es la historia y abandonar las ideas estrábicas que no crean realidad, sino que la inventan.