La decadencia de la mentira
Moby Dick de Herman Melville. Una novela que consigue cambiar las coordenadas del mar
Nunca imaginé que el mar me parecería de mentira. Tan inmenso, inabarcable e incesante... Y ahora, ficticio. ¿Qué lo volvía extraño, como si estuviera a punto de cambiar de piel o de significado? Créase o no, su espejo en la ficción: Moby Dick de Herman Melville. Una novela que consigue cambiar las coordenadas del mar.
Si bien es un clásico, poderoso y bellísimo, muchas veces se extravía en los anaqueles de literatura infantil, reducido a versiones pueriles. Por suerte, su potencia resurge como la propia inmortalidad de la ballena blanca: acaba de aparecer una nueva traducción de Andrés Barba en la editorial Sexto Piso (ya contaba al menos con dos excelentes, la de Enrique Pezzoni y la de José María Valverde); se publica en español el libro Leviatán o la ballena, del escritor y letrista inglés Philip Hoare, afiliado tempranamente al movimiento punk y ahora dedicado por completo a la literatura y al mar; y en marzo se estrena la película En el corazón del mar, dirigida por Ron Howard y protagonizada por Chris Hemsworth.
El libro de Melville es una biblia marítima
Lo cierto es que la novela de Melville, -intempestiva, titánica y a la vez íntima y reveladora- produce un efecto de inmersión real en "la parte líquida del mundo" a tal punto que modifica la percepción del mar como si éste fuera de otra naturaleza. Ya el comienzo, tan mítico y genial, "Llamadme Ismael", establece una confianza inusual con el lector; el narrador nos dice cómo llamarlo, y eso mismo nos impulsa a seguirlo en su aventura apasionada y erudita.
El libro de Melville es una biblia marítima; nos vuelve creyentes de la ficción. ¿Qué olas pueden ser más veraces que las que envuelven al Capitán Ahab el día de su muerte? ("¡Acudan desde los confines más remotos, olas audaces de toda mi vida pasada! ¡Formen la ola inmensa y única de mi muerte! ¡Me precipito hacia ti, ballena, que todo lo destruyes sin vencer!"). Pero Ahab tampoco vence; es un valiente del dolor. Llega a decir de sí mismo: "yo soy pura pérdida". La tripulación, por su parte, no es un muestrario de humanidad; a diferencia del Arca de Noé, con sus ejemplares representando cada especie, los integrantes del Pequod son singulares y solitarios. Hasta sus almas lo son, y de qué manera: "nuestras almas son como esos huérfanos cuyas madres solteras mueren al darles a luz." Así, cada uno de los tripulantes se las arregla con su dolor y su manera de gozar.
No era entonces un mar de mentira lo que yo estaba viendo, sino la expresión del mar.
Creer o reinventar, esa es la cuestión. El botín no es la ballena blanca sino encontrarse con lo peor de sí, al menos para su Capitán; ese es el verdadero combate, y sucumbir si fuera necesario. Con este designio, el mar se vuelve otro, el que nos circunda por dentro: "Así como el océano espantoso circunda la tierra verdeante, en el alma del hombre también hay un Tahití insular, llena de paz y de dicha, pero rodeada por todos los horrores de la vida casi desconocida. ¡No se alejen de esta isla, pues podrían no regresar jamás!".
La nueva lectura de Moby Dick, como dije antes, me cambió el mar -y eso que no fui a Tahití. Un mar de mentira (no digo "mentiras" en plural, eso ya es un contenido específico, propio de la llamada realidad)... O la página en blanco del nuevo mar: el inventado por Melville en 1851. La única explicación que encuentro a mi extrañeza me la proporciona un relato de Oscar Wilde, "La decadencia de la mentira", cuando diferencia la vida y la naturaleza del arte mismo: "La vida es simplemente deseo de expresión. Y el arte presenta de continuo las diferentes formas por cuyo medio puede alcanzarse la expresión. La vida se apodera de ellas y las emplea aunque sea para su propio daño." Y termina diciendo: "La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida".
No era entonces un mar de mentira lo que yo estaba viendo, sino la expresión del mar. Gracias, Melville.
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