Una semana antes del 19 de marzo, cuando el presidente Alberto Fernandez anunció el inicio de una cuarentena general y estricta que prometió durar dos semanas pero que alcanzará más de cien días, una pregunta quedó planteada en los oídos del viceministro de Salud de la provincia de Buenos aires, Nicolás Kreplak.
El tema era la pandemia en el conurbano bonaerense, la dificultad que ya se podía anticipar en relación a los riesgos del coronavirus en esas barriadas abigarradas de la provincia de Buenos Aires y la viabilidad del aislamiento obligado y extremo.
La metáfora de una pandemia igualadora y democratizadora de los destinos de pobres y ricos perdía fuerza. El coronavirus golpeaba fuerte a Estados Unidos y por esos días había evidencia clara de que las minorías más pobres eran las víctimas propicias del coronavirus. Por eso la realidad del conurbano se volvía preocupante al inicio de marzo.
La pregunta llegó un 12 de marzo, cuando se la planteé desde La Repregunta: ¿qué medidas se estaban implementando desde la provincia de Buenos Aires ante el avance de la pandemia y la necesidad de una cuarentena de difícil cumplimiento en un conurbano de 12 millones de personas, en gran parte empobrecidas, que necesitaban del mundo exterior para su supervivencia?
El viceministro Kreplak contestó dos cosas. La primera, y cito: "No estamos trabajando sobre este factor social en este momento. Es algo que podemos resolver cuando suceda y con el equipo pertinente, que es el equipo de economía y desarrollo social y no el equipo de salud. Yo estoy trabajando las estrategias del sistema de salud".
La otra respuesta fue, y también cito: "En este momento, la problemática principal son las personas que vienen de viaje entonces la cuarentena de la que estamos hablando no es para la población del conurbano bonaerense sino para aquellas personas que tengan un nexo epidemiológico. Y en general se trata de personas que han viajado al exterior". El viceministro hablaba de los famosos "casos importados".
Hay dos cuestiones interesantes en aquellas respuestas del viceministro de Salud, que repercuten hoy. Por un lado, la falta de previsión del riesgo que representaba la pobreza y la dinámica de esa pobreza en las villas del conurbano en el contexto del coronavirus, con las lecciones que iba dejando Estados Unidos como telón de fondo.
La otra cuestión y es central es la ausencia total de la estrategia de testeo, rastreo y aislamiento de contactos estrechos y casos sospechosos en la concepción de política sanitaria de contención de la pandemia por parte de un funcionario clave del sistema de salud. El viceministro sostenía que su trabajo sanitario no tenía todavía de qué ocuparse en las villas del conurbano.
Llama mucho la atención porque esa estrategia, la de testeo, rastreo y aislamiento, según todos los expertos y la evidencia que surgía de los países del hemisferio norte en donde la pandemia se había instalado primero, es central para la contención de la pandemia sobre todo en los sectores más vulnerables, como por ejemplo, los barrios pobres del conurbano.
Testeo, rastreo y aislamiento no estaba en el discurso sanitario de un actor clave del sistema de salud a una semana de implementar una cuarentena con la que, según el argumento oficial, se iba a ganar tiempo para preparar mejor el sistema de salud. La operación de testo, rastreo y asilamiento no se pensaba como parte de una dimensión sanitaria que también había que preparar. El sistema de salud se identificaba con camas, respiradores, barbijos.
Es cierto que es fácil cuestionar las concepciones de hace tres meses: con el diario del lunes todo se ve más claro. Pero el punto es ése: en muchos temas vinculados con la pandemia, la Argentina ha tenido en sus manos el diario del lunes y, sin embargo, no todos los políticos responsables del manejo de esta crisis de salud parecen haberlo leído.
Venimos viendo curvas y datos de todo tipo desde hace meses. Cantidad de casos, cantidad de tests, de camas de cuidados intensivos, de camas de cuidados intermedios, cantidad de muertos, de enfermos recuperados, cantidad de respiradores, de barbijos, de enfermeros y médicos.
Lo curioso es esto: gran parte de esos datos, la mayoría, tienen que ver con cuando salen mal las cosas, con enfermos y muertes, es decir, cuando la estrategia de la pandemia queda reducida a administrar sus peores efectos.
Y ahí precisamente hay un punto central: para desarticular una lógica de administración de la pandemia basada en los resultados negativos y virar su foco a una normalidad sustentable que nos permita recuperar nuestras vidas y proteger la de todos al mismo tiempo, se necesita algo más. Hay una pregunta clave que todavía nos falta exigir como opinión pública a quienes están liderando la crisis de la pandemia.
¿Cuál ha sido la curva de rastreadores de contactos estrechos y de casos sospechosos? Esa es la pregunta que falta. ¿Cuántos rastreadores hay hoy y en cuánto aumentaron desde el inicio de la pandemia y sobre todo, desde el comienzo de la cuarentena estricta?
Esa curva no ha sido parte de ninguna de las conferencias de prensa de los políticos y responsables de la política sanitaria desde que se instaló el riesgo de la pandemia ni ha sido demandada por la opinión pública. No hay filmina con la curva de rastreadores.
Ayer viernes pedí esa información y terminó resultando un ejercicio muy interesante. El planteo sobre la curva de rastreadores llegó hasta los equipos del ministro de Salud Daniel Gollán en Provincia de Buenos Aires, de la secretaria de Acceso a la Salud Carla Vizzotti en Nación y del ministro Fernán Quirós en CABA.
En uno de los casos, me preguntaron "a qué te referís con rastreadores" y me prometieron que me iban a conseguir los números para el lunes o martes. En otro caso, recibí al instante, por WhatsApp, gráficos impecables con la cantidad de casos, camas ocupadas y muertes y detalle de los barrios donde se hace el Operativo Detectar pero recibí un "no" cuando pregunté si tenían gráficos similares para curvas de rastreadores.
La única respuesta con información la tuve del equipo de Quirós: en el Operativo Detectar que implementa hoy en CABA, participan 1478 personas de las cuales 1072 son rastreadores de casos y de casos estrechos, "dedicados a realizar la búsqueda activa puerta a puerta", según los datos obtenidos. También cuentan con datos disponibles acerca del tipo de entrenamiento que reciben los rastreadores, los indicadores de la efectividad de su trabajo y el tipo de entrenamiento, entre otros detalles.
Ayer, el mensaje que dio el presidente Fernández junto a Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, volvió con la lógica de los resultados adversos: otra vez los indicadores de cuando las cosas salen mal, el riesgo de colapso de las camas de cuidados intensivos gobernando la pandemia.
A pesar de todo, el mensaje oficial tuvo algo alentador. Fernández dijo que hay que "aprovechar este tiempo para intensificar el cuidado y la detección del virus, detectar al que se ha contagiado y darle cuidado". Fue Rodríguez Larreta quien detalló detenidamente el sistema de rastreadores con el que cuenta, prometió otros 1000 en 10 días, describió el modo en que hacen su trabajo de rastreo para cortar la cadena de contagios. Kicillof insistió con las "medidas duras" de confinamiento; de testear, rastrear, aislar, cero.
El modo en que bajó la curva en el Barrio 31, que hoy tiene una contagiosidad menor a 1, tiene que ver con la puesta en marcha de ese proceso de testeo, rastreo y aislamiento. Ese es el proceso que permite volver a la vida.
Para confiar en que dentro de 15 días se va a poder levantar la cuarentena, ese operativo y esa información es clave: cómo se va a intensificar el sistema de rastreo, cómo se están formando los rastreadores, cómo se supervisa y controla su efectividad.
Preparar el sistema de salud no es sólo sumar más camas para atajar personas en estado grave: ahí ya es tarde. Ganar tiempo es sobre todo, llegado esta altura de la pandemia y de más de cien días de cuarentena, consolidar el sistema de testeo, rastreo y asilamiento. Esa es la manera de salir de la cuarentena y recuperar algo de nuestra vida. Es también la manera de evitar que las camas de los hospitales colapsen. La sociedad no necesita más explicaciones de cómo vamos a morir. Se necesita saber cómo vamos a vivir.
Hay otra cuestión que tiene que ver con la confianza en la política sanitaria: el tema de los "runners". Finalmente se acordó en el AMBA, entre la CABA y la provincia de Buenos Aires, que no podrán salir a correr. Contra toda la evidencia científica que existe hasta el momento, que dice que al aire libre, mientras se corre aún cerca de otro, no hay riesgo de contagio, se sacrificó de nuevo a los runners. Ha sido una decisión política, no de salud, para dejar conforme a provincia de Buenos Aires en este consenso del AMBA. Se trata de un consenso sonso que más que consenso es concesión política poco racional que atenta contra una medida, salir a correr, que contribuye a prevenir víctimas futuras
Cuando pase la pandemia, la Argentina va a tener que lidiar con el recuerdo de sus muertos, con los sobrevivientes del coronavirus y sus secuelas. Pero también con las víctimas de las enfermedades generadas por un encierro contra natura, el abandono de tratamientos médicos, la postergación de operaciones, los efectos colaterales físicos y psicológicos del estrés y la incertidumbre económica. Correr es uno de los mejores tratamientos de prevención contra alguna de esas consecuencias.
Confiamos en las políticas públicas cuando son racionales. Eso vale para las salidas a correr y también, para la cuarentena. De esa confianza, depende su cumplimiento. Es necesario conocer la curva de rastreadores y el plan preciso y enfocado que se extenderá en el AMBA para rastrear y aislar casos de manera inteligente. Eso es preparar el sistema de salud en esta etapa. Debió serlo siempre. Para que dentro de 15 días, la historia no vuelva a repetirse.