La cultura hegemónica
Cuando le preguntaban al General Perón cómo pensaban los argentinos, él contestaba: "Hay liberales, conservadores, marxistas, demócratas cristianos…". "¿Y peronistas?" agregaba el periodista: "Peronistas son todos!!" Era la respuesta del General, acompañada de una pícara sonrisa.
Es creer o reventar. Hoy al menos tres fórmulas presidenciales se disputan un mismo electorado –el 50% o más de indecisos– que, claramente, en su mayoría, son "sociológicamente" peronistas. Alcanza con ver la conformación de las alianzas, la forma como se fueron negociando y las presiones que fueron diseñando una oferta electoral que reconoce –explícitamente– este fenómeno cultural hegemónico.
Lo han hecho los radicales de "Cambiemos", que propusieron la ampliación de su alianza original con "sectores del peronismo no kirchnerista". Yo vengo de esa matriz cultural que fue atravesada –tal como reconocía el General Perón– por todas las ideologías, desde las más extremas de derecha e izquierda a las más moderadas del centro liberal, cristiano y socialista.
Este fenómeno social, que los más furiosos detractores llamaron el "aluvión zoológico", ocupa el centro del escenario político nacional en los últimos 70 años. Esto no debe sorprendernos. El "Gaullismo Francés", pese a estar extinguido políticamente, está presente en todas las agrupaciones políticas francesas. El "Varguismo" es la matriz fundacional de la derecha, el centro y la izquierda brasileña.
El nacionalismo proteccionista fue siempre una fuerza presente en el panorama político norteamericano desde el rechazo a la integración en la "Sociedad de las Naciones", la resistencia a participar en la Segunda Guerra Mundial y luego en la de Vietnam, hasta la actual versión representada por el presidente Trump ("America First"). Hay fuerte nacionalismo en China, en India, en Rusia y en los países europeos.
La globalización, las multinacionales o la comunicación electrónica son sospechadas de excluyentes, intrusivas y conspirativas contra los intereses de las grandes mayorías. La idea del "1% contra el 99% restante" es un invento norteamericano para describir la ínfima minoría de súper ricos representada por Wall Street.
Sólo una frívola concepción elitista puede ignorar estas fuerzas centrípetas que siguen operando en el mundo entero. Por eso los populismos pagan, y pagan bien. Alcanza con inflamar los sentimientos nacionalistas y xenófobos, para alcanzar índices de opinión pública creciente en las culturas más disímiles (Brasil, India, EE.UU., México, Francia, Hungría… o Argentina).
Este es el gran dilema de los sistemas democráticos. Son intrínsecamente débiles, porque se fortalecen en la abundancia y se llenan de temores, prejuicios y violencia ante la adversidad o la crisis. Se reclaman dirigencias fuertes –nadie cree que el consenso y el diálogo son sus instrumentos centrales– y las muestras de arbitrariedad y personalismo son aplaudidas como señales de mesianismo ante la incertidumbre o la duda.
Estamos hablando de la naturaleza humana. Nuestra mayor virtud y nuestro peor enemigo.
La cultura asiática establece como alternativas el orden o el caos. Por eso sus sistemas tienden a ser "verticales" (nosotros, los occidentales, los llamamos autoritarios). Sócrates, Platón y Aristóteles nos enseñaron hace 2500 años a discutir y desafiar al poder para perfeccionarlo, conciliando el interés de las mayorías –la democracia– con la virtud y la sabiduría que debe imperar en lo que hoy llamamos en Argentina "El círculo rojo".
Nosotros no hemos alcanzado ese balance, por eso nos faltan dólares y nos sobran índices de pobreza avergonzantes para uno de los países más ricos del mundo. Hace décadas que damos un paso para adelante y tres para atrás.
Finalmente, la respuesta no será cómo ganamos los votos peronistas, sino cómo construimos una identidad nacional que nos permita sentirnos orgullosamente argentinos por haber podido derrotar "la pobreza y la inflación, generando riqueza y empleo para todos".
Hace tres años iniciamos una valiente experiencia de gobierno con errores y aciertos. Será el pueblo el que decida el rumbo del futuro, teniendo en cuenta las experiencias del pasado. Su veredicto será inapelable.
El mundo nos espera con los brazos abiertos. Nos sobran amigos y socios en Latinoamérica, EE.UU., Europa o el Asia Pacífico. Sólo nos falta reconciliarnos con nosotros mismos.
El autor es embajador argentino en China