La cultura del disciplinamiento, un legado K
Muchos creen que el kirchnerismo está transitando su etapa final. Desprestigiado, con condenas por corrupción y sin recursos para costear la lealtad del “pueblo”, ya no puede sostener ni siquiera el relato. El Gobierno recorre su último año apoyando a autócratas y tiranuelos, orquestando golpes institucionales y delegando la gestión diaria al factótum del capitalismo prebendario.
Más allá de si el kirchnerismo irá languideciendo o resurgirá de las cenizas, su impacto cultural se proyecta como una larga sombra. No solamente su impacto sobre las grandes constelaciones simbólicas, sino también sobre la eticidad social. Al presentarse como los únicos representantes del pueblo, los populistas convierten toda alternativa en una dictadura y, por ende, convocan a sus “militantes” a librar una guerra frontal contra el “enemigo interno”. Las redes sociales, las universidades, las asociaciones civiles se vuelven trincheras donde la herejía debe ser penalizada hasta imponer la uniformidad. Renunciar a esta empresa es traicionar la causa.
Hay muchos ejemplos de este sutil mecanismo de colonización, pero quiero detenerme en uno bien reciente. En octubre del año pasado, la investigadora Sandra Pitta expresó en un tuit su preocupación por el uso ideológico que pudiera hacerse en las escuelas de la película Argentina, 1985. Inmediatamente, varios “colegas” le aplicaron un severo ciberlinchamiento, acusándola públicamente de “procesista”, de “inocular el odio” y de “alimentar a los grupos de ultraderecha armados que pueden cometer otro desastre de gravedad institucional”. Uno de ellos hasta pidió un repudio del directorio del Conicet.
Vale la pena resaltar que muchos de los escrachadores están en una posición de poder sobre la investigadora díscola: podrían ser evaluadores de sus informes, de sus proyectos y de sus pedidos de promoción. Entre ellos habría incluso un decano de la UBA. Son los mismos que no expresaron ninguna alarma cuando en plena campaña Alberto Fernández la marcó delante de todos en el auditorio del Conicet. El mensaje que irradia del coro es claro: el precio de pensar distinto son el silencio y el miedo. Y no es solo para esta científica. Es para todos. Así se construye la hegemonía. Cada uno debe hacer su parte. ¿Será por eso que en ciertos ámbitos parece haber tanta convergencia?
Cualquiera que se dedique a la investigación sabe que la ciencia solo puede florecer en un clima de libertad, tolerancia y respeto por el pluralismo. En democracia podemos discrepar con las ideas ajenas, pero no podemos convertir a cualquier opositor en un procesista que merece repudio público ni usar nuestra investidura institucional para intimidarlo. No olvidemos que los académicos son siempre las primeras víctimas del autoritarismo, y a veces también sus más fieles beneficiarios. Recuperar estas nociones básicas y dejar atrás la cultura fascista del microdisciplinamiento será un desafío en la Argentina que viene. En la política, en la ciencia y en todas partes. ß
Filósofo y politólogo. Profesor de la UBA e investigador de Conicet