"La culpable no es la globalización": Sameena Ahmad
La editora de Negocios de The Economist se haconvertido en la estrella de la prestigiosa revista gracias a sus ácidas críticas a Naomi Klein, la gurú de los antiglobalizadores, y al señalar que los culpables de la pobreza son los gobiernos corruptos y no las multinacionales
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NUEVA YORK.- Una de las tradiciones más venerables de la revista británica The Economist es que ninguno de sus artículos va firmado. Todo comenzó en su fundación, en 1843, para proteger a los periodistas que escribían a favor del libre comercio cuando esta ideología era tan violentamente impopular que les podía costar la vida. Pero luego se mantuvo para evitar el vedettismo de sus redactores. Por eso es excepcional cuando uno de ellos se individualiza frente a la opinión pública y se convierte en estrella con el respaldo de la revista. Tienen que ser casos tan especiales que justifiquen poner en riesgo uno de los rasgos que han contribuido al prestigio único de la publicación. Como, por ejemplo, darle un knock-out a Naomi Klein.
La encargada de hacerlo fue Sameena Ahmad, una británica de origen árabe que, a los 37 años, es la editora de la sección Negocios de ese medio. Empezó con una serie de notas de tapa; la más recordada probablemente fue una de fondo negro que rezaba "Pro Logo", invirtiendo el título del best-seller mundial de Klein, No Logo . Siguió con conferencias y entrevistas en diarios, radios y programas de televisión de todo el mundo. Y culminó en esta ciudad cuando, finalmente, las dos chicas se encontraron frente a frente. Cuadras y cuadras de cola ante al edificio de la Sociedad Etica de Nueva York fueron testimonio del interés y la pasión que despertó el debate. Finalmente, alguien se animaba a enfrentar a la popessa de la antiglobalización.
"Klein escribe bien y obviamente logró tocar un nervio donde nadie más lo había logrado y canalizar la angustia de muchos. Pero sus argumentos no resisten una mirada lógica. Su tesis fundamental es errada y peligrosa: atacar a las multinacionales en vez de centrarse en los gobiernos corruptos sirve para que se depuren las compañías, pero los países quedan igual. Y es, precisamente, a los Estados que no se han incorporado a la globalización a los que peor les va", afirma Ahmad, en diálogo con LA NACION, mientras un retrato de Gorbachov la observa desde atrás.
- No Logo es, básicamente, un ataque a las multinacionales como Nike o Shell, y a instituciones como el Banco Mundial o el FMI por su comportamiento en países en vías de desarrollo. ¿Por qué es errado?
-Siempre es más fácil tomar como blanco a las compañías o a las instituciones internacionales que a los gobiernos porque aquéllas están forzadas a escuchar. En el caso de las compañías, si no lo hacen, pierden valor y sus accionistas, plata. En el caso de las instituciones no sólo no pueden darse el lujo de aparecer ante la opinión pública ignorando a los grupos de presión, sino que, en su esencia, son democráticas. Y cuando funciona una democracia se escucha a la gente. En los gobiernos cerrados, en cambio, la gente no es escuchada. En Nigeria la única manera de traer cambios es tomando como blanco a las compañías como Shell, porque saben que cualquier cosa que se intente con un gobierno corrupto quedará en la nada. Al mismo tiempo, si se sigue acosando a Shell y se va del país, Nigeria se queda sin economía. Ignorar que la base del problema está en el gobierno es peligrosísimo.
-¿Un ejemplo de compañía que reciba peor prensa de la que merece?
-¿Cuántas horas tengo? Si debo elegir una diría que el caso emblemático es Nike, una de las preferidas en los ataques de Klein. No hay nada tan políticamente incorrecto como decir que Nike sea algo bueno. Pero, puesto en contexto, lo es. Los estándares para los trabajadores en las plantas de Indonesia y Vietnam no sólo no son peores que los de cualquier fábrica del lugar. Sorpresa: son notablemente mejores. El sueldo es tres veces más alto y tienen mejor cobertura social. Obviamente, las multinacionales tienen interés en proteger a sus empleados, en parte porque saben que tienen los ojos del mundo puestos en sus espaldas, pero también porque para lograr productos de calidad hay que tener a los empleados razonablemente conformes. Dar pataletas porque están lejos de las condiciones occidentales es infantil, sirve para calmar la conciencia de los occidentales "progre", que miran la situación desde lejos, pero no necesariamente para los trabajadores de los países en cuestión en el mediano plazo.
-¿Por qué no?
-Por una cuestión de economía muy simple. Si los costos suben tanto para Nike, ¿cuál será la ventaja de tener sus plantas allí y no en Estados Unidos? Si decide dejar de producir en Vietnam -esto, por supuesto, es trasladable a miles de compañías en distintos países en vías de desarrollo-, las fábricas van a cerrar. De pronto, uno encontrará cientos de miles de desempleados en las calles gracias a Naomi Klein y sus activistas. Yo no creo que ellos sean conscientes de hacia dónde están llevando sus boicots.
-¿Y por qué Klein tiene tanto éxito?
-Yo creo que la gente queda atrapada en la parte emocional de sus palabras sin detenerse a hacer un análisis racional de costo-beneficio. Cualquiera que lo haga se va a dar cuenta de que no tiene una visión coherente de cómo debería manejarse el mundo. Todo lo que hace es criticar un proceso que beneficia a muchas más personas de las que afecta, sin dar una alternativa. No estoy diciendo nada nuevo al aclarar que para los medios una historia con malas noticias es una mejor historia. En ese sentido, Klein les viene bien y por eso también son responsables de su popularidad.
-¿Qué opina usted de lo que pasó en la Argentina?
-No es cuestión de aplicar una receta liberal, darle un par de años y, si no funciona, a otra cosa. Hay que ser persistentes. La Argentina arrancó con la carga de una deuda del gobierno enorme y un Estado que funcionaba mal: es muy difícil remontar eso. El libre comercio no hace milagros. Uno puede abrir el país, pero si no hay infraestructura, hay corrupción y no funciona la Justicia para que atraiga y retenga al capital extranjero, es muy difícil que la cosa prospere. Pero echar todo a la basura no es la solución. Evidentemente la transición hacia la prosperidad tiene sus costos y causa sufrimiento. El crecimiento, ya sea en un individuo o un Estado, siempre es un proceso doloroso. Pero es necesario y los gobiernos tienen que estar dispuestos a hacerse cargo, enfrentarlo seriamente y al mismo tiempo crear una red de contención para alivianar la transición. Algunos de los países más globalizados del mundo son los que más gastan en programas de seguridad social.
-Pero las mismas medidas no pueden aplicarse en todas partes, ¿o sí?
-Evidentemente, la globalización no resulta de la misma manera en todos lados, pero lo que importa es que, en general, es la tendencia correcta y puede lograrse con cierta rapidez: basta mirar que en cuanto China se abre un poquito logra la mayor caída en el índice de pobreza del mundo. La globalización en la Argentina fue una prueba dura, y yo estoy segura de que la mayor parte de la gente piensa que los que están a favor de la globalización no saben de qué están hablando, que lo que hace el FMI está todo mal. Mi respuesta es: no es un sistema perfecto, pero si se le da el tiempo suficiente es el único que funciona. Perder el tiempo sacándose la bronca contra Citibank o McDonald´s, sin centrarse en los cambios fundamentales que tiene que haber en el Estado para que cualquier cosa funcione, ni siquiera creo que sea comprensible. Es sencillamente estúpido.
-¿Y por qué pasa?
-Obviamente, el FMI o el Banco Mundial pueden estar haciendo cosas mal. Pero este tipo de instituciones son las únicas que -con errores y aciertos- están tratando de sacar adelante un mundo que funcione mejor y ayudar a países pobres cuando sus propios gobiernos no sólo no los ayudan, sino que les roban. Creo que lo que hoy hace falta, paradójicamente, es mostrar qué buen producto es la globalización a un nivel más masivo. Casi, diría, una campaña de marketing .
Perfil
Oxoniense
Sameena Ahmad es una británica de origen árabe, de 37 años. Graduada en Oxford, su especialidad es el marketing. Edita la sección Negocios de The Economist y encabeza una contraofensiva contra el movimiento anti-globalización de Naomi Klein.
Pasión por Japón
Trabajó para el diario británico The Independent y fue corresponsal de The Economist en Nueva York. Vive entre Inglaterra y Alemania, pero su pasión es Japón, donde residió varios años.