La cruzada norteamericana
PARIS.-(Los Angeles Times Syndicate) EL debate sobre la política exterior norteamericana divide a Washington. Tanto existen grupos neoconservadores como liberales que se pronuncian en favor de la estrategia política de valerse del poder norteamericano para promocionar la democracia en todo el mundo.Los partidarios de promover la democracia plantean dos líneas argumentales. Afirman que hoy la estabilidad internacional depende en todo el mundo del liderazgo de los Estados Unidos. También sostienen que la política exterior debe ser una cruzada para difundir las ideas y los valores norteamericanos.
La política norteamericana, formulada como promotora de la democracia y de los principios norteamericanos es frecuentemente en la práctica un factor desestabilizador en los asuntos internacionales. Las relaciones de los Estados Unidos con Japón y Taiwan -dos de los aliados incondicionales que ha tenido Washington durante casi cincuenta años- ahora quedaron subordinadas a una nueva relación con China, una nación que durante más de una centuria ha rivalizado con Japón para ejercer predominio en Asia. En efecto, ese cambio de alianzas fue pensado por Clinton como una manera de promover una eventual democracia china.
Eso podría justificarse como una decisión típica del actual gobierno norteamericano. Sin embargo, se produjo dentro del contexto de la crisis económica asiática, que se profundizó en los últimos doce meses y que tuvo origen en la globalización -promovida por los Estados Unidos- de las principales economías asiáticas.
Eso las obligó a formar parte de un sistema financiero internacional de inversiones y especulaciones que nadie controla, y las puso a merced de globalizadas fuerzas de mercado mucho más poderosas que cualquier gobierno. El resultado ha sido una arrasadora destrucción de las estructuras y empresas económicas asiáticas, que desencadenó agitaciones sociales, y crisis políticas. Tanto la internacionalización como la desregulación de los mercados asiáticos fueron promovidas por los Estados Unidos debido a que la ideología económica neoliberal predominante insistió en que ése era el camino hacia la prosperidad universal, en tanto que Washington se había autopersuadido de que también era el camino hacia la democracia universal.
Sin embargo, desde el primer momento fue evidente que la globalización desestabiliza de manera automática. Progresa destruyendo lo que existe. Se pretende dar a eso una explicación racional definiéndolo como "destrucción creativa", una fórmula que reconoce la destrucción, pero que presupone un eventual resultado positivo. Posiblemente se produzca un resultado de esa naturaleza, pero es una cuestión de fe. El balance de la cuenta hasta ahora es negativo.
No se trata de algo peyorativo sino de una declaración objetiva que la actual política norteamericana tanto en materia económica como en el plano de las relaciones exteriores ha sido una fuerza desestabilizadora en las relaciones internacionales, y en ciertos aspectos decisivos lo sigue siendo. No obstante, aquellos que respaldan esa estrategia política sostienen que se trata de un programa para establecer el orden y la estabilidad en el plano internacional, y también los valores norteamericanos.
Los Estados Unidos constituyen una fuerza extrema y destructora en la medida que se valen de su poder para imponer mercados desregulados -arrasando con las instituciones y mercados económicos existentes- y se empeñan en promover formas democráticas de gobierno para sustituir los sistemas políticos que tienen hoy tales o cuales países. Uno podría pensar que eso es obvio.
En Washington, los partidarios de esa clase de activismo político coinciden en que los Estados Unidos son una potencia revolucionaria, pero sostienen que se trata de una potencia benevolente y liberadora, que forja el destino manifiesto de la nación y, ciertamente, del mundo. Señalan que en todo caso es imperioso que los Estados Unidos utilicen su poder para establecer un sistema internacional que se ajuste a sus intereses y principios.
Los críticos, y entre ellos obviamente quien esto escribe, preferirían sugerir que los Estados Unidos subestiman en grado sumo las complejidades de la comunidad internacional, la aplicabilidad del modelo norteamericano en el resto de los países y el verdadero poder que poseen los Estados Unidos para insertar su modelo de sociedad en todas partes. Algunos críticos podrían sugerir también que el "triunfo" norteamericano en la Guerra Fría dejó una herencia de megalomanía en algunos círculos políticos de Washington.
Esto nos lleva al desdeñoso argumento de que, si el pueblo norteamericano no se alista en una cruzada en el plano externo, se volverá aislacionista. El aislacionismo sencillamente no es hoy una alternativa política posible para ninguna nación, y menos aún en el caso de los Estados Unidos, gracias no sólo a la competencia y la integración económica internacional sino al legado político de las últimas seis décadas.
El pueblo norteamericano siempre tendió a pensar que sus guerras -frías o calientes- eran auténticas cruzadas, pero lo mismo hacen casi todos los pueblos del mundo. Su renuencia a ver tropas norteamericanas en peligro indica que actualmente no es mucha su avidez por las cruzadas. En tiempos de paz, los norteamericanos demostraron ser perfectamente capaces de distinguir entre cruzadas e intereses
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Hace cien años, refiriéndose a la intervención norteamericana en la insurrección de las Filipinas, un legislador del Estado de Mississippi preguntó: "¿De dónde sacamos que somos los regentes trotamundos de Dios?".
Los norteamericanos -en su mayoría- reconocerán el carácter oportuno de esa pregunta.
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