La crisis terminal de la productividad argentina
La improductividad populista de estos años degeneró en pobrismo distributivo y capitalismo de amigos; el camino liberal desarrollista del cambio productivo debe consolidar la competitividad con crecimiento, progreso e inclusión
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El diagnóstico que sugiere el título proviene de un estudio del McKinsey Global Institute, el think tank con mayor trayectoria de investigación y datos comparados de la evolución de la productividad en los distintos países del mundo. El informe Investing in productivity growth (marzo 2024) parte de la premisa de que el mundo necesita más que nunca el crecimiento de la productividad para mantener sus estándares de vida en medio del envejecimiento poblacional, la transición energética y la reconfiguración de las cadenas de valor globales que impone la geopolítica. En los últimos 25 años el crecimiento de la productividad fue la clave de la mejora de vida en la mayor parte de los países del mundo, y, al mismo tiempo, su estancamiento o caída explica el deterioro del nivel de vida en otros países, como la Argentina. El estudio destaca que desde la crisis financiera de 2008 hubo una desaceleración generalizada en el crecimiento de la productividad global, pero la regla sigue siendo que los países que mayor tasa de inversión tienen, más ganancias de productividad sistémica lograron. La definición de productividad es simple: es la medida de la relación insumo-producción. A mayor cantidad de producto por insumo, mayor productividad.
El reporte de McKinsey se focaliza en la productividad laboral, definida como el crecimiento del producto doméstico con relación al crecimiento de la mano de obra empleada (en horas trabajadas). Esa productividad laboral está influida por dos factores: la cantidad de capital por trabajador (capital tangible, como maquinaria, o intangible, como software o investigación y desarrollo), y el capital humano (educación, entrenamiento, experiencia). Pero la productividad también crece por el uso más eficiente del capital físico y humano (factor residual denominado productividad total de los factores, PTF). En el período de medición 1997-2022 el crecimiento de la productividad laboral en el mundo permite distinguir 4 grupos de países: economías avanzadas (27 países relevados), que como grupo han tenido un crecimiento promedio del 1% de productividad por año; economías de rápido crecimiento (China, India, Europa Central y otras en 30 países relevados), con un crecimiento medio de 6% por año, lo que les da la posibilidad de converger a los niveles de prosperidad de las economías avanzadas –medido por el ingreso per cápita– en los próximos 28 años; economías de crecimiento lento (30 países), con una media de 2,1%, el doble de los países avanzados, pero con un ritmo que les llevará un período de 130 años para converger a sus niveles de ingreso per cápita, y, finalmente, las economías de bajo o nulo crecimiento de productividad (30 países relevados), mayormente ubicadas en América Latina, África del Norte y Subsahariana y Medio Oriente, con una tasa promedio de 0,3% anual, que no pudieron achicar la brecha de ingreso en este último cuarto de siglo ni podrán converger nunca a los niveles de ingreso de los países avanzados. El reporte de McKinsey incluye una sentencia lapidaria: “Polonia cerrará la brecha de ingreso per cápita con las economías avanzadas en 11 años y a China le llevaría 16 años. Pero a Indonesia le tomaría 135 años y la Argentina nunca lograría cerrar la brecha”. Es el destino al que nos condenó el populismo, y el destino que debemos cambiar.
El modelo clásico de crecimiento económico de Solow establece que la producción es una función simple del capital, el trabajo y el progreso técnico, evaluándose este último como factor exógeno agregado desde el exterior a los factores de crecimiento de la producción (crecimiento de las horas trabajadas y del capital añadido). El elemento “inmaterial” del crecimiento está presente en la ecuación como componente residual. Esto implica que la función de producción estaría cambiando a través del tiempo como resultado de mejoras en la organización de los recursos (rol empresarial), incorporación de maquinaria con nueva tecnología y mayor calificación de la fuerza laboral.
Cuando Deninson (The Sources of Economic Growth in the United States-1962) aplicó empíricamente el modelo de Solow, fundando una especie de contabilidad del crecimiento, observó que la ecuación no permitía justificar las vigorosas tasas de crecimiento estadounidenses durante el siglo XX. El componente residual inexplicado (y atribuido al progreso técnico) era más importante para explicar la tasa de crecimiento que la contribución del capital y el trabajo. Robert Lucas hizo notar que el progreso técnico, variable del crecimiento, era en sí mismo una función de este. Existía así una interdependencia entre el progreso técnico y el nivel de producción. Este proceso circular transforma el progreso técnico en un factor endógeno que interactúa con la producción en el seno del crecimiento. Lucas demostró la insuficiencia de los análisis tradicionales del “residuo” de Solow y propuso destacar en la ecuación del crecimiento el capital humano. A partir de Lucas muchos economistas han subrayado la importancia de la inversión en capital humano para sostener tasas de crecimiento de largo plazo. Por eso el foco actual en la productividad laboral. El crecimiento económico sustentado en el mero crecimiento del stock de recursos productivos tiene rendimientos decrecientes y se agota en el tiempo. El crecimiento basado en la productividad no tiene techo.
Cuando aumenta la productividad en un sector económico, se beneficia toda la economía. La mayor productividad baja los precios del bien o servicio en cuestión y aumenta la demanda de ese bien (cuando se trata de una actividad en expansión) o el ingreso disponible de sus consumidores (en caso de ser una industria madura). El mayor ingreso disponible motoriza nuevas demandas en otros sectores y/o mejora la capacidad de ahorro y por ende de inversión. Por el lado de la oferta, si la mayor productividad aumenta la demanda, permite una mejor utilización de la capacidad instalada, promoviendo ampliaciones de planta que motorizan ulteriores ganancias de productividad. Un círculo virtuoso donde necesariamente hay reinserciones laborales, baja la informalidad con su secuela de improductividad y crece el empleo de calidad a nivel agregado.
La Argentina del cambio se debe un plan de desarrollo catalizador de nuevos negocios que aliente inversiones y sea el disparador de un crecimiento sostenido de la productividad. Un plan que articule las presiones cambiarias, con la estabilidad macro, las transformaciones micro (desregulaciones, apertura, integración) y la provisión de bienes públicos de calidad por parte del Estado nacional y las provincias. Un plan que incluya indicadores sectoriales y globales comparativos de crecimiento de la productividad, y donde el tipo de cambio (la moneda doméstica en relación con el dólar) se aprecie por las ganancias sostenidas de la productividad argentina.
Cuando hablamos de productividad global o sistémica incluimos la productividad del sector público y la productividad del sector privado, de los sectores de bienes transables y de los sectores de servicio. Es cierto que los sectores que tienen más productividad desplazan mano de obra que es incorporada por otros sectores de menor productividad. Pero mientras la productividad global crece, mejoran los salarios reales promedio y aumenta el empleo en los sectores de fuerte expansión y en los sectores de baja productividad, con beneficios para todos. Entendámoslo de una vez por todas: los policías, los profesores, los maestros, los enfermeros y los jubilados son mejor remunerados en aquellos países donde el resto de los sectores tienen altos índices de productividad. La improductividad populista de todos estos años degeneró en pobrismo distributivo y capitalismo de amigos (el ingreso per cápita cayó y hoy somos más pobres); la productividad liberal desarrollista del cambio productivo debe consolidar la operación de un capitalismo competitivo con crecimiento sostenido, progreso e inclusión social.
Doctor en Economía y en Derecho