La crisis orgánica coreana se tornó explosiva
En un mes (desde fines de octubre hasta el 2 del actual), las reservas del Banco Central de Seúl se desplomaron: cayeron de 22.000 millones de dólares a 6000 millones. Están prácticamente agotadas. El más formidable de los tigres asiáticos, expresión acabada de un mecanismo de acumulación excepcionalmente exitoso, experimenta un virtual colapso.
Las exportaciones coreanas ascendían a 33 millones de dólares en 1960, y treparon a 130.000 millones en 1996 (6 veces más que las argentinas).
En una generación, un país destruido por la guerra (1950/1953), con una economía campesina de subsistencia, se convirtió en el principal productor mundial de microprocesadores (chips), núcleo tecnológico de la revolución de la información, a su vez infraestructura de la internacionalización productiva del capitalismo (globalización). En el mismo período, sin tener mercado interno ni tecnología propia, Corea del Sur se transformó en el quinto fabricante mundial de automotores.
Corea carece de recursos naturales e importa la totalidad de su petróleo. Todas sus ventajas comparativas son adquiridas. La excepción fue la abundancia, baratura, educación y disciplina de su mano de obra.
Las ventajas comparativas coreanas son una creación del Estado, una obra política.
La estrategia de este logro histórico fue simple: sobreinvertir e importar tecnología, y dirigir este doble esfuerzo a competir en la economía mundial por medio de un conjunto de grandes conglomerados industriales, elegidos (creados) deliberadamente por el Estado. Así, Corea se reconvirtió de lo simple a lo complejo. Pasó de la economía de subsistencia a los chips. Mutó de Ghana a Suecia. En el camino liquidó la idea de que un país periférico no puede crecer sostenidamente dentro del capitalismo. También borró el sentido de la noción de Tercer Mundo. La convirtió en ex Tercer Mundo, mucho antes de que el fin de la Guerra Fría desvaneciera su contenido político.
El instrumento de esta estrategia fue la planificación centralizada. Como lo demostró su creador (el Estado Mayor alemán en la Primera Guerra Mundial, bajo el mando de Ludendorff), el arte de la planificación consiste en movilizar recursos (trabajo y capital) en pos de objetivos simples de producción homogénea y carácter cuantitativo. Lo que inventó Ludendorff lo aplicó Lenin, y luego Stalin. La industrialización soviética de la década del 30 es uno de sus resultados históricos. Es lo que le permitió a la URSS imponerse a la Alemania de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.
Prácticamente la totalidad del mundo en desarrollo adoptó la planificación después de 1945.
La originalidad coreana consiste en que utilizó la técnica de Ludendorff para competir en la economía mundial. Lo hizo a partir del momento (década del 60) en que ésta se expandió como nunca antes en la historia del capitalismo.
El problema de la planificación centralizada fue cuando lo simple se tornó complejo. Entonces su espectacular crecimiento cuantitativo se convirtió en estancamiento.
La economía soviética dejó de crecer en la década del 60 (treinta años antes del colapso final). La pujanza exportadora coreana perdió crecientemente competitividad en los años 90. Reveló que los problemas de competitividad externa son siempre de productividad interna.
La sobreinversión y el flujo constante de mano de obra barata ocuparon en Corea el lugar de la innovación. El mecanismo autoinducido de crecimiento del capitalismo avanzado (schumpeteriano) fue sustituido por la incesante movilización de recursos. De pronto, cesó el flujo abundante de mano de obra al completarse el ciclo de transferencia de la población campesina a las ciudades. También se comenzó a achatar la curva de capital: disminuyó el ritmo relativo de su incorporación al circuito productivo, a pesar de que aumentó cuantitativamente, al experimentar inexorables rendimientos decrecientes.
Por último, terminó la Guerra Fría, y el régimen militar que durante 30 años estableció las duras reglas de la acumulación primitiva del capitalismo (represión del sindicalismo, mantenimiento de los salarios por debajo del nivel de productividad, ahorro forzoso, drástica austeridad) se debilitó.
Entonces, el milagro coreano entró en crisis: mostró sus raíces. Es la situación actual.
Lo que transforma a la crisis orgánico-estructural de Corea en una explosión es la brutal inadecuación de su sistema financiero. Si fuera sólo la crisis orgánica, la consecuencia sería retraso, decadencia, pérdida de posiciones en la economía mundial.
Pero la globalización financiera no perdona. La racionalidad de los mercados financieros internacionales es diamantina. Reclaman tasas de interés y credibilidad. Si la credibilidad es alta, los intereses son bajos. De lo contrario, suben. Si la credibilidad se pierde, no hay tasa de interés que alcance. Los capitales se van (o fugan), en forma instantánea. Lo hacen cuando advierten que el sistema financiero no funciona, o no es tal, como es el caso de Corea.
Si hay una economía mundial es porque existe un orden político global. Hoy ese orden es hegemónico y estable, encabezado por Estados Unidos. En términos históricos, es una situación provisional, pero que puede durar varios años, o quizá décadas.
Ese orden político no controla los mercados financieros internacionales (que nadie controla). Pero, aparentemente, puede resolver las crisis provocadas por esos flujos financieros incontrolables (aunque cargados de sentido). Lo hizo con México en 1995; ahora es el turno de Corea del Sur. La política es lo primero (Politique d´abord´).
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